Para escribir y redactar medianamente aceptable, una vez más lo digo, no es necesario ser académico de la lengua, pues solo basta con saber distinguir entre acento y tilde y conocer el uso los signos de puntuación. Lo demás llegaría por añadidura, siempre que se tome conciencia de la importancia de escribir bien, sin pretender ser un erudito en la materia.
El manejo inadecuado de estos dos aspectos está entre los elementos que forman parte de la amplia gama de impropiedades que a diario aparecen en los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, que desafortunadamente están plagadas de faltas de gramática, ortografía y hasta de falta de sentido. Aunque no todo en ellas es malo.
En los meses más recientes he hecho un seguimiento a muchos asiduos opinadores en las redes, y he concluido que las faltas más recurrentes son aquellas que se relacionan con las palabras bitónicas y la coma del vocativo o coma vocativa.
Me ha llamado la atención el caso de un ciudadano venezolano, abogado graduado en la Universidad Central de Venezuela y licenciado en Comunicación Social por la Universidad Católica Cecilio Acosta, en la que por cierto academicé mis conocimientos de periodismo, cultivados desde los diecisiete años de edad.
El aludido ciudadano tiene graves dificultades para reconocer las palabras que tienen dos tipos de acentuación, es decir, las bitónicas, como por ejemplo: aviso y avisó, busco y buscó, canto y cantó, dedico y dedicó, entro y entró, felicito y felicitó, grito y gritó, giro y giró, hablo y habló, toco y tocó, etc., además de que desconoce el uso de la coma, y por eso sus escritos, aunque aparecen en forma de cartel y por ende breves, son difíciles de entender.
En varias oportunidades le he hecho observaciones en aras de que se persuada de la importancia de escribir sin faltas gramaticales y ortográficas, máxime cuando se es abogado y periodista, obligado moralmente a hacer un buen uso del lenguaje que emplea. Nunca he tenido respuesta, e intuyo que mi insistencia la ha tomado como una entrepitura.
Aclaro que el problema expuesto no es exclusivo de este ciudadano, pues existen profesionales con estudios de posgrado, que no tienen la mínima noción de lo que son las palabras por la índole de la entonación, amén de que ignoran que la coma le da sentido a la escritura, lo cual permite que se entienda lo que se pretende comunicar.
Para disipar las dudas y evitar equívocos, es necesario recalcar que, como ya dije en un párrafo anterior, las palabras bitónicas, como su nombre lo sugiere, tienen dos tipos de entonación: una grave y otra aguda, como los ejemplos que les he mostrado también en un párrafo anterior: abuso (grave) y abusó (aguda), acoso (grave) y acosó (aguda).
Se debe tener presente que una palabra grave es aquella que tiene la mayor entonación de voz en la penúltima sílaba. Se le colocará la tilde cuando termine en consonante que no sea “n” o “s”: lápiz, cóndor, árbol, mártir, cáliz, dúctil, etc. Esto implica que existen palabras graves que no llevan el símbolo gráfico: Carmen, cargan, comen vacas, toros, cerdos, etc. Tampoco la llevan cuando terminan en vocal: carro, plaza, banco, carretera, carpeta, encarte, desplante, etc.
En cuanto a la coma del vocativo, tema del que he perdido la cuenta de los artículos que le dedicado en los más de veinte de esta labor de divulgación periodística, es prudente indicar que es aquella que se coloca antes y después de un vocativo. Entiéndase por vocativo la persona o cosa personificada a la que alguien se dirige en una comunicación escrita u oral. Puede estar al principio de la oración, en medio de esta o al final. Un ejemplo que podría ilustrar el asunto, lo muestra en su libro «Redacción sin dolor», Sandro Cohen: «Víctor, entrégueme ese examen»; «Entrégueme, Víctor, ese examen»; «Entrégueme ese examen, Víctor».
Espero que este comentario no sea tomado como una imprudencia mía, pues la intención no es zaherir a quienes tienen dificultades con la ortografía y otros aspectos gramaticales. Es simplemente un llamado a la reflexión sobre la importancia de escribir con propiedad, a lo que están obligados todos aquellos cuya ocupación habitual es la redacción de textos. A ellos van dirigidos especialmente estos escritos, desde la óptica de un aficionado del buen decir.