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sábado, 27 de agosto de 2022

¡Una vez más los medios y el lenguaje! Por

David Figueroa Díaz

27/08/2022

En una ocasión el profesor y catedrático de la lengua española Alexis Márquez Rodríguez ponderó el inmenso poder inductivo de los medios de comunicación, y advirtió que ese poder no podía ser usado de manera muy libérrima, pues el efecto podría ser igualmente provechoso que dañino.

Desde que leí esa sabia recomendación del profesor Márquez Rodríguez, la he usado en mis publicaciones, no para imitar a su autor, sino para tratar de que los que hacen vida en los medios de divulgación masiva se persuadan de su rol ante la sociedad.

Es satisfactorio saber que a la luz de los aportes que de manera regular he hecho por casi treinta años en estos menesteres, muchas personas que se desempeñan en los medios de comunicación han asimilado la enseñanza. Y más honroso aun es saber que una considerable cantidad se autodenominan «asiduos seguidores» de este trabajo de divulgación periodística. Por eso, cada día procuro mantener la continuidad e indagar sobre el por qué de algunas situaciones, en función de ofrecer un contenido que sea fácilmente entendible y provechoso.

No me gusta hablar de lo que no sé, pues eso de ser «toero» tiene sus riesgos. Yo prefiero preguntar, aprender y manejar con facilidad el asunto, para luego compartirlo, en este caso, con los lectores y contertulios con los que suelo hablar frecuentemente de estos temas.

En Venezuela con la llegada de Hugo Chávez al poder, es innegable, se hizo más fácil el acceso a los medios de comunicación. Chávez puso en vigencia los denominados medios comunitarios, pues estimó que los tradicionales eran un privilegio de pocos, y por tanto, inaccesibles. Por esa razón, hoy día abundan las radios y las televisoras comunitarias, que en muchos casos, de comunitarias no tienen nada; alegales en su mayoría.

El proyecto de medios comunitarios no es malo; pero en este país ha sido desvirtuado. El término comunitario es el escudo protector de aquellos que basados en el precepto constitucional de la libre expresión del pensamiento, se plantan ante un micrófono de radio o una cámara de televisión para decir cuantas idioteces se les ocurra, sin que nadie pueda objetar nada, pues «la libertad de expresarse es un derecho». Claro está, existen contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Las radios de Venezuela, también con casos que se pueden extraer con pinzas, están plagadas de disparateros. Ahora cualquiera es locutor, sin tomar en cuenta si esa persona está capacitada para ejercer la función. Se ignora que un locutor, en el mejor sentido de la palabra, es y deberá ser un educador a distancia, para lo cual es imprescindible que esté apercibido de un bagaje de conocimientos que permita que un medio de vital importancia como la radio, pueda cumplir cabalmente su función, condesada en tres elementos: educar, entretener e informar.

Aunados a la falta de preparación de los que usurpan la función de los locutores, están los casos de los que tienen defectos de dislalia, lambdacismo, sigmatismo, asimilación, metátesis u otros, que hacen que el lenguaje no sea entendible. Es frecuente escuchar palabras como amol, muelto, hacel, miral, profesor, arcalde, testo, en lugar de amor, muerto, hacer, mirar, profesor, alcalde y texto.

Dudo que una persona que tenga esas deficiencias y defectos esté en capacidad de educar, entretener e informar, al menos que el programa sea de corte humorístico. Afortunadamente, lo comunitario no ha trascendido a los impresos, que de paso quedan muy pocos.

En el periodismo escrito, que es en donde me desempeño con mayor dedicación, la cosa es parecida a la radio y la televisión, dado que hay muchos usurpadores, y lamentablemente los que están facultados, se quedaron con lo que aprendieron en la universidad, y no han hecho más nada por actualizarse. Ese es el motivo por el que su redacción es monótona, imprecisa y está plagada de impropiedades. No han entendido la importancia de escribir bien, lo cual no implica que deban convertirse en catedráticos del idioma español.

Mientras los periodistas no sepan distinguir entre iniciar y comenzar; mientras no conozcan las palabras por la índole de la entonación, no sepan usar el verbo en gerundio, ignoren el uso de los signos de puntuación, su redacción será muy pobre, con tendencia a lo crítico. Para deshacerse de esas deficiencias, solo basta leer.


domingo, 21 de agosto de 2022

¡A ver si entienden!

Por

David Figueroa Díaz

20/08/2022

En el tiempo que me he dedicado a escribir sobre impropiedades en el lenguaje escrito y oral, no he tomado en cuenta las veces en las que he vuelto a hablar de un mismo tema. Me complace hacerlo todas las veces que me sea posible, dado que la intención de este trabajo de divulgación periodística, que el 12 de noviembre de este año 2022 cumplirá veintiocho, es aclarar dudas.

Muchos pudieran pensar que cuando hablo de un tema tratado con anterioridad, lo hago por dármelas de sabidillo o por condenar y humillar a aquellos que aún no han asimilado la explicación. Eso no es cierto, pues aunque en ocasiones he pecado de arrogante y de prepotente, esa no es la generalidad.

Cuando un tema ha sido tocado varias veces, el motivo es la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación palabras o expresiones inadecuadas. También se da el caso de personas que en la ocasión en que pudieron leer, no captaron el mensaje, y por lo tanto es menester darles una nueva explicación, con la finalidad de que puedan disipar sus dudas. Siempre me piden que aclare dudas, y en eso estoy.

He sido repetitivo en decir que hay situaciones que se pueden solventar con el uso de un buen diccionario, y no lo he dicho con mala intención, sino con el deseo de infundir ánimo en aquellos cuya ocupación habitual es la redacción, en aras de persuadirlos de que nada de esto es difícil.

Lamentablemente hay periodistas, educadores, locutores, publicistas y otros profesionales que no salen de la rutina y no le han dado importancia al rol que les corresponde desempeñar.

También he dicho muchas veces que la gama de impropiedades lingüísticas en los medios de comunicación es amplísima, y que a pesar de esa realidad, existe un marcado interés por reducirla; pero no es menos cierto que hay una especie de resistencia que no permite que muchos usuarios del lenguaje escrito y oral puedan librarse de esos feos vicios que ajan y envilecen la escritura.

Definitivamente, el mal uso de ciertas y determinadas palabras homófonas es lo más común, sobre todo en las denominadas redes sociales, que están plagadas de impropiedades, ante lo cual nunca estará demás escribir las veces que sea necesario, en función de que los interesados puedan apercibirse de las herramientas que les permitan exhibir una buena escritura y una mejor expresión oral.

Es lamentable que haya periodistas que no sepan la diferenciar entre hay y ahí; educadores, muchos de los que se ufanan de haberse graduado en universidades de gran prestigio, que confundan haber con a ver o que escriban «que ay por hay», en lugar de «¿Qué hay por ahí?». ¡Y no se crea que los ejemplos mostrados son arbitrarios, y que los he usado para burlarme de los que incurren en ellos! Aparecen a cada rato en Facebook, Instagram y en mensajes de WhatsApp, y lo doloroso es que sus autores son personas públicas, que por su ocupación habitual deberían preocuparse por escribir bien y hablar de mejor manera.

Se debe tener claro que a ver es una secuencia conformada por la preposición «a» y el verbo ver: «Voy a ver qué puedo hacer»; en tanto que haber puede ser un verbo o sustantivo: «Deberíamos haber revisado»; «Ese cantante tiene en su haber un gran repertorio».

No creo que sea difícil entender que halla es del verbo hallar; haya es una forma del verbo haber; que allá es un adverbio de lugar, y que aya es otro nombre que se le da a la mujer que cuida niños. En algunas partes de Venezuela, especialmente en las zonas llaneras, a esas damas se les conoce como «jayeras», que sin dudas, es una deformación de ayeras, pariente de aya. Jayera, con su correspondiente masculino, ha adquirido una dosis de connotación peyorativa, que se les endilga a aquellas o aquellos que, de ayeras o ayeros, se convierten en consentidores, aduladores o simplemente «jalabolas».

Tampoco creo que sea complicado saber que ahí es un adverbio de lugar; que hay es del verbo haber, y que ay es una interjección con la que se expresa dolor, angustia, sorpresa, satisfacción y aun picardía: «Ahí hay un enfermo que dice ay». Ay, por ser una interjección, deberá escribirse siempre entre signos de admiración: ¡Ay, mi madre!


sábado, 13 de agosto de 2022

Ahora todo es una diatriba!

 Por

 David Figueroa Díaz


06/08/2022

Siempre es agradable saber que a pesar de que la gama de impropiedades lingüísticas es amplia, haya personas que se preocupen por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, y en virtud de lo cual, se esmeren por disipar sus dudas.

Esa actitud positiva es satisfactoria para los que de manera regular se dedican a señalarlas y a aportar conocimientos, pues es una evidencia de que el trabajo no ha sido en vano. ¡Ese es mi caso!

Pero cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento, es bastante lamentable, dado que se convierte en una fuente de dudas, y por ende, de impropiedades. Es encomiable que las personas que emplean la escritura y la expresión oral como herramienta básica de trabajo, se preocupen por mejorar cada día; lo triste sería que esa inquietud se convirtiera en manía, como ha ocurrido en muchos casos.

Ha habido ocasiones en las que me ha tocado participar en tertulias que han dado pie a polémicas sobre el uso adecuado o inadecuado de palabras, que al parecer, es lo que más les preocupa a muchas personas que por lo general se dedican a la redacción de textos.

El rey en esas discusiones es, sin dudas, el bendito vaso de agua, a quienes muchos sabidillos del idioma están empeñados en negarle legitimidad. Lo desconcertante es que quienes se oponen, no muestran un argumento que pudiera legitimar su opinión, pues solo se atienen a que los vasos no están construidos de agua.

Sobre ese caso he hablado y escrito muchas veces, por lo que por ahora solo diré que un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, que desde el punto de vista semántico, es el mismo caso de un vaso de leche, un plato de sopa, un ventilador de techo, un reloj de pared, una mesa de noche y una taza de café, entre otros.

No sé si en otro país de Hispanoamérica ocurrirá lo mismo; pero en Venezuela se ha vuelto una mala costumbre utilizar palabras con significado muy diferente del que registran los diccionarios, como la que mencioné en el párrafo anterior, a la que se suma sendo, con su correspondiente femenino, y diatriba, que es de la que voy a hablarles, con la finalidad de aclarar las dudas que pudieran existir.

Para muchos periodistas, locutores, publicistas y otros profesionales que de una u otra forma están vinculados con la comunicación social, ahora todo es una diatriba, palabra que se ha puesto de moda, y no ha habido ni forma ni manera de hacerlos entender que al usarla como lo hacen, incurren en una lamentable impropiedad que valdría la pena erradicar en función de llamar las cosas por su nombre.

Generalmente, quienes cargan la palabra diatriba a flor de labios, lo hacen con la intención de aparentar erudición en materia de lenguaje oral y escrito. Si esa pretendida erudición se hubiese fundado en el conocimiento y en la sindéresis, sería muy provechosa, tanto para ellos, como para los que siempre andan en búsqueda de una luz para vencer la penumbra.

A la palabra diatriba la han aparejado con disyuntiva, duda, dilema, disputa, controversia, pelea, pleito u otro término con el que pudiera expresarse desacuerdo, desencuentro, rivalidad enconosa, rencilla y enemistad, inclusive.

Si esas personas que creen que una diatriba es una pelea o algo similar, sería interesante y provechoso que revisaran un buen diccionario, y así podrían saber que la mencionada palabra nada tiene que ver el uso que de manera inmisericorde le dan.

¡Diatriba, estimados periodistas, estimados locutores, publicistas, manejadores de redes sociales y educadores, es “discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo”. ¿De dónde entonces, habéis sacado semejante disparate?

Pero lo de diatriba con significado diferente del que registran los diccionarios, no se queda ahí, pues el mal ha hecho metástasis en otras áreas. Algunos locutores usan la mencionada palabra para referirse al mecanismo que emplearán para cierto y determinado concurso. Recientemente oí a uno que, con ciertos aires de suficiencia, dijo: “Yo les informaré sobre la diatriba que vamos a escoger para los concursos”. Seguramente, quiso decir trivia.

Y no crean que el uso de diatriba con otro significado es una innovación lingüística; es simplemente ignorancia, basada en el descuido que caracteriza a muchos usuarios habituales del lenguaje escrito y oral en el ámbito profesional, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

¡Rubio, el «hispano» del momento!

Por: David Figueroa Díaz   16/11/2024 La comidilla del momento en muchos estratos del ámbito...