Médico de Cabecera y Santo Sanador

Médico de Cabecera y Santo Sanador
ES DURO, PERO TU PUEDES...QUITA LA PANDEMIA

domingo, 26 de mayo de 2024

¡Señores periodistas, las noticias no ocurren!

Por 

David Figueroa Díaz 


25/05/2024

Cada profesión u oficio tiene un conjunto de palabras que permiten la comunicación que solo es compartida por los que lo desempeñan, lo cual no tiene nada de cuestionable. Es a lo que se denomina jerga, que no es otra cosa que una forma de habla utilizada por grupos delimitados de la sociedad: estudiantes, militares, médicos, abogados, comerciantes, ingenieros, educadores, periodistas, etc.

Eso, de buenas a primeras, no tendría nada de malo, pues es un recurso lingüístico con el que los que ejercen cierta y determinada profesión podrán comunicarse de manera eficaz entre ellos. Por otro lado, les permite hablar sin el riesgo de que lo que ellos expresen no sea entendido por el común de los hablantes, si esa fuese la intención.

Lo cuestionable sería que, por vanidad, frivolidad, altivez u otra actitud, cualquier profesional pretenda que alguien que no sea de su gremio, capte sin ninguna dificultad.

En el caso de los médicos de hoy sucede casi a diario, cuando les toca escribir indicaciones o récipes. Apelan a términos y expresiones que son propios de su profesión, y que por tal motivo, nadie que no sea médico podrá saber de qué se trata. Así sucede en otras áreas, pues al parecer la intención es demostrar que ellos sí manejan con gran facilidad la terminología de su profesión. ¡No debe ser así!

En el periodismo, que es la profesión que ejerzo, también existe una jerga, con términos propios, surgidos del día a día, y otros adoptados, como el caso de plantón, que proviene de la jerga militar. Sobre esto del conjunto de palabras y expresiones periodísticas no voy a ahondar, dado que, por lo menos en Venezuela, cualquier diarista las conoce. Solo hablé de ello a manera introductoria.

En lo que sí voy a insistir es en señalar una mala costumbre que se ha arraigado en el vocabulario de redactores, reporteros y demás integrantes de la tribus periodística, sin que nadie se haya tomado la bondad de hacerles la observación. Trataré de ser lo más explícito posible, con el deseo de que los que asimilen la enseñanza, puedan convertirse en multiplicadores, para que esa impropiedad desaparezca. ¡Créanme que no es difícil!

Les aclaro (por si acaso) que la palabra tribus no la he empleado con intención peyorativa, sino en alusión a grupo social, que es lo que conforman los que desempeñan el noble oficio del periodismo.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra algo similar; pero en Venezuela sucede a diario. Basta con encender la televisión para oír que los denominados anclas de los espacios informativos, al presentar los títulos de notas que serán leídas, utilizan expresiones como por ejemplo: «Les presentaremos las noticias ocurridas durante las más recientes veinticuatro horas». Cualquier persona podría preguntar qué tiene de malo esa frase.

Desde el punto de vista gramatical, la frase mostrada no tiene nada de cuestionable; pero en lo semántico hay algo que todo aquel que se precie de ser periodista debe tomar en cuenta para evitar esa impropiedad. ¿Por qué? ¡Porque las noticias no ocurren; ocurren los hechos que pudieran generar noticia!

Y digo pudieran, porque no toda información, en el ámbito periodístico, es noticia. Aquí entra en juego el hecho de que «si un perro muerde a un humano, a no ser que sea una celebridad, eso no sería noticia. La noticia sería que ese humano mordiera al perro», y eso casi nunca se ve, por lo menos en la vida real.

En el periodismo, sea cual fuere el área, existe una considerable cantidad de vicios, que conviene conocer para que los comunicadores sociales puedan evitarlos. De muchos de ellos he habado en este trabajo de divulgación periodística, y para mi satisfacción, muchos redactores han disipado sus dudas y se han deslastrado de ellos. Hablo de mi satisfacción, dado que eso es una demostración de que esta dedicación no ha sido en vano.

El de hoy es un artículo corto, sencillo, que no da para más. Y pretender alargarlo no sería lo prudente, pues se corre el riesgo de redundar, de crear confusión, y esa no es mi intención.

Espero que esta entrega surta los frutos deseados.


domingo, 19 de mayo de 2024

¡Ojalá que no «haiga» problemas!

Por

David Figueroa Díaz 


18/05/2024

He sido un crítico de aquellas personas que se dedican a hablar de lo que no saben, que lo hacen por el simple hecho de aparente erudición, una erudición de la que están muy distantes. Ese comportamiento tiene sus riesgos, pues cualquier individuo con modestos conocimientos puede hacer quedar a aquellos que se recrean en la fantasía de ser grandes maestros, que por lo general siempre andan buscando fallas en donde no las hay.

En el ámbito del lenguaje escrito y oral abundan los sabidillos (y sabidillas, también), que se arrogan la autoridad de cuestionar todo aquello que no les parece. Lo risible de eso es que no leen antes de criticar, por lo que nunca tienen éxito en su propósito.

He perdido la cuenta de las que, sin que hayan leído lo que he escrito, algunas personas me han hecho observaciones de forma directa e indirecta, y hasta se han horrorizado, pues «cómo es posible que una persona que se dedique a hablar de correcciones e incorrecciones lingüísticas, incurra en errores elementales». Lo curioso es que los equivocados han sido los que han pretendido dictarme cátedra». ¿Por qué? ¡Porque no leen!

Muchas veces expresó y lo sostengo: no soy catedrático ni pretendo serlo; pero por amor propio he dicho que los casi treinta años durante los que me dedicó a escribir sobre las impropiedades en el uso del idioma español, me han deparado solvencia y solidez para escribir medianamente aceptable; y además, para orientar a otros a disipar sus dudas. Para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario ser miembro de la Real Academia Española. ¡Eso deben tenerlo muy claro!

Hace poco fue publicado un texto, supuestamente de la autoría de Daniel Escorza Rodríguez, investigador y académico del INAH, México. Digo supuestamente, porque en estos menesteres, aparte de los sabidillos, están los «especialistas» en atribuirse lo que es de otros. No digo que ese sea el caso, aunque para los efectos de este artículo, lo del autor es irrelevante.

Lo que me inquieta es el contenido y el efecto que ha causado, dado que muchos lo han tomado como patente de corso para legitimar el uso de algunas palabras que son comunes en personas de un bajo nivel de preparación. Para los que no lo saben, INAH es el acrónimo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que «investiga, conserva y difunde el patrimonio arqueológico, antropológico, histórico y paleontológico de la nación (México), con el fin de fortalecer la identidad y memoria de la sociedad que lo detenta». Aclaro que el entrecomillado es mío, y lo usé para indicar que es una anotación textual, con lo cual se verifica uno de los dos usos fundamentales de las comillas. Los paréntesis también son míos.

Según el texto citado, las palabras «haiga», «vistes», «naiden», etc., no se deben tachar como errores gramaticales, dado que «son simplemente formas de hablar que vienen de muy antiguo, y por lo tanto, quienes aprendieron a usarlas, fue porque se originaron en poblaciones donde alguna vez así se habló; era un español antiguo». Eso es cierto ya la vez no lo es; les daré el porqué, y como recomienda semanalmente en su columna el colega y compatriota venezolano Grossman Parra Pinto: «…sigan leyendo».

El hecho de que esas palabras provengan de un español antiguo, es una muestra de que el idioma español evoluciona constantemente; pero no es un aval para que personas con un alto nivel de preparación y con un rol preponderante en la sociedad en la que se desempeñan (comunicadores sociales, educadores y otros profesionales), las usen actualmente.

Dudo que el uso actual de las palabras mencionadas sea consciente. Sería aceptable que el que las use, lo haga con la intención de causar un efecto; pero si ese no es el caso, entonces es una muestra de descuido, de desconocimiento y de cualquier otro aspecto que deja mucho de qué hablar, sobre todo si el autor es alguien que por lo menos culminó sus estudios de educación primaria.

Nadie podrá prohibir que se diga «haiga», «vistes», «naiden»; pero hay espacios y momentos para hacerlo. Se dice que el ilustrador venezolano Andrés Bello escribía «jente» en lugar de gente, y lo hacía a manera de chanza en comunicaciones personales. Me imagino que él estaba seguro de que al hacerlo de manera pública, generaría confusión, y lo que es peor: dudas sobre su erudición, de lo cual nadie en su sano juicio podrá tener un ápice.

sábado, 11 de mayo de 2024

¡Hasta cuándo habrá comicios electorales!

 

Por:

David Figueroa Díaz  


11/05/2024

Nadie está exento de incurrir en impropiedades, máxime si esas ocurren a la hora de escribir o de hablar. Por más cuidado que pueda tenerse, siempre habrá cosas indeseadas. Unas son producto del descuido y otras del desconocimiento; pero a fin de cuentas deben evitarse. No tendría sentido una publicación con la que se pretenda aclarar dudas, si las dudas son de quien pretende enseñar.

En ese aspecto es recomendable tener mucho cuidado, pues abundan los «espontáneos del lenguaje» a los que les gusta hablar de lo que no saben, y por lo general, lejos de aclarar, lo que hacen es confundir a los que desean adquirir soltura en la redacción de textos, que dicho sea de paso, día a día aumentan. Hay personas que, aun cuando manejan el asunto con relativa facilidad, su criterio es excesivamente purista, lo cual los convierte en «cazadores de gazapos» y por lo general nunca «atrapan la presa».

No me creo dueño de la verdad; pero los años que llevo en estos menesteres me han permitido forjarme un amplio criterio, sin pretensiones de catedrático, pues solo soy un aficionado del buen decir, que también incurre en errores. El purismo no es malo; pero todo en exceso puede causar daño.

Entre las impropiedades que pueden ocurrir por descuido están la omisión de partes de la oración, como el artículo, las preposiciones, las conjunciones y otros elementos sin los cuales la escritura no tendría sentido, que solo por adivinación un lector cuidadoso podría entender. En esa gama está también la repetición de palabras.

Admito que muy a menudo incurro en ambas situaciones, pues por lo general escribo bajo la presión de que en cualquier momento pueda producirse una interrupción en el fluido eléctrico, y el tiempo del que dispongo para revisar es relativamente corto. Los que conocen la situación de Venezuela saben que el servicio eléctrico está cada día peor.

Cuento con la colaboración de mi amigo Rafael Ángel Parra, quien además de articulista de varios portales digitales, maneja con relativa facilidad el tema gramatical y lingüístico, y tiene la paciencia y la sapiencia suficientes para captar cualquier gazapo. No significa que no pueda escapársele alguno; pero la posibilidad es muy poca.

De lo que sí estoy seguro, es de que en este trabajo de divulgación periodística difícilmente aparezca un error ortográfico u otra situación que pueda atribuirse a desconocimiento. No lo digo por vanidad ni porque me crea infalible, sino porque no acostumbro hablar de lo que no sé. Cuando no estoy seguro del significado de una palabra o no sé cómo se escribe, apelo al diccionario. O en el mejor de los casos, la sustituyo por un sinónimo.

En cuanto a las palabras con igual significado, se debe tener en cuenta que la sinonimia de las lenguas no es perfecta, lo cual conlleva la particularidad de que dos palabras parecidas no deban emplearse en el mismo contexto, como iniciar y comenzar, que de buenas a primeras son la misma cosa; pero no se construyen de igual manera. He ahí la diferencia: una diferencia que muy pocos comunicadores sociales, educadores y otros profesionales cuya herramienta básica de trabajo es la redacción, lamentablemente no han podido encontrarla. Por eso ahora nadie comienza, pues prefieren iniciar. «Así son las cosas», solía decir el periodista venezolano (+) Oscar Yánez.

Y si de descuido y desconocimiento se trata, el domingo 5 de los corrientes, mientras esperaba para ver por televisión un partido del actual torneo de la primera división del balompié rentado venezolano en su etapa semifinal, me dediqué a seguir, también por televisión, el desarrollo de las elecciones de Panamá, y pude darme de cuenta de las similitudes y las diferencias en relación con Venezuela.

Son muchas las diferencias del proceso eleccionario de ese país que, como se sabe, es pequeño, tiene pocos habitantes y por ende menos votantes, amén de otros rasgos que en ese sentido no permiten que se parezca a otro de los de esta parte del mundo, por muchísimas más razones.

Me fijé detenidamente en las palabras y expresiones de los reporteros destacados en las provincias que componen el país del istmo. Pude notar que también allá, de acuerdo con lo que vi, algunos periodistas no se han percatado de que la frase «comicios electorales» es inadecuada, dado que todo comicio es electoral.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero no tengo dudas de que la frase en cuestión es un mal que ha hecho metástasis en otras áreas. ¡Es lamentable que eso ocurra en momentos en los que existe un marcado interés por mejorar la expresión escrita y oral.


sábado, 4 de mayo de 2024

¡Que alguien se lo diga!

Por:

David Figueroa Díaz  

04/05/2024                   

Diversos factores, entre esos múltiples ocupaciones, fallas en la energía eléctrica y quebrantos de salud, han sido el motivo por el que estuve ausente durante cuatro sábados; pero aquí estoy una vez más, con la finalidad de seguir aportando elementos para un mejor uso del idioma español, como ha sido desde que me publicaron el primer comentario sobre temas gramaticales y lingüísticos, el 12 de noviembre de 1994, lo que significa que en este se cumplirán treinta años, siempre convencido de que soy un aficionado del buen decir. ¡Una vez más pido disculpas!

Durante ese tiempo he aprendido muchas cosas, pues cada entrega implica una investigación, para aclarar un asunto de interés colectivo o responder las inquietudes que de manera regular recibo de parte de muchas personas cuya ocupación habitual es la redacción, como periodistas, locutores, educadores u otros profesionales que han entendido la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera, pues así se los exige el rol que desempeñan.

He adquirido la suficiente madurez para decir, sin temor a equivocarme, que las impropiedades más frecuentes son las más sencillas de resolver, como la falta de tilde, de la coma, o lo que es peor, la colocación en casos en los que no son necesarias. De ambos aspectos he escrito en infinidad de veces, y a Dios gracias, muchos son los que le han sacado provecho; pero hay otros que le siguen echando la culpa al teléfono y a la falta de tiempo por sus faltas de ortografía.

No tengo ningún temor en afirmar que, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, en la narración y el comentario deportivos hay muchos disparateros que no han valorado la importancia de su rol ante el ámbito en el que se desenvuelven.

Algunos narradores y comentaristas se preocupan más por mostrar «erudición» en materia de reglamento, que por utilizar las palabras adecuadas, pues por más habilidad que tengan para describir o comentar una actividad deportiva en ejecución, es necesario que llamen las cosas por su nombre, y para eso deben leer o consultar a alguien que sepa.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido al lenguaje deportivo, y hasta muchas personas han llegado a creer que las críticas, muy fuertes a veces, tienen un destinatario directo; pero no ha sido así. Cada vez que lo he hecho, ha sido de manera general, aunque es justo y necesario reconocer que a la par de los disparateros, hay excelentes narradores, excelentes comentaristas, a los que provoca oír, pues casi siempre aclaran dudas y enseñan algo.

El artículo de hoy está relacionado va dirigido a aquellos que aun cuando son merecedores de la más alta estima, tienen algunas fallas que deberían corregir.

Durante el Campeonato Mundial de Fútbol Rusia 2018, Arley Londoño, conocido narrador y comentarista colombiano, quien estuvo al servicio de DIRECTV, cada vez que le tocó actuar, habló siempre del costado lateral, para referirse al caso de la pelota cuando esta sale por una de las bandas del rectángulo de juego.

No hubo nadie que le dijera que incurría en redundancia, dado que costado y lateral es la misma situación, hasta donde yo sé, es la misma cosa. Además, el reglamento de fútbol señala que el terreno de juego, al ser un rectángulo, debe tener líneas laterales (o bandas) y dos de fondo (meta). ¿Es muy difícil entender eso? ¡No lo creo!

En Venezuela está el caso de Jaime Ricardo Gómez, otro experimentado y elocuente narrador, quien desafortunadamente también tiene el mismo problema de su colega Londoño. Desde hace dos años me he dedicado a seguir las transmisiones televisivas del fútbol venezolano, y a decir verdad, al único que le he oído el mencionado despropósito, es al compatriota Jaime Ricardo, que narra de una manera muy agradable; pero al parecer no ha leído o no recuerda la regla sobre las dimensiones y formas del terreno de juego.

Lo que sí es común y muy frecuente en Sudamérica, es la imprecisión sobre el tiempo que se juega después del reglamentario y la función del cuarto árbitro. En cuanto a lo primero, muchos hablan de descuento, lo cual es incorrecto, toda vez que en el fútbol no se descuenta, se añade.

Respecto de la función del cuarto árbitro, una considerable cantidad de narradores y comentaristas ignora la función de este, y por eso se les oye expresiones como: «Vamos a esperar a ver cuánto tiempo va a añadir el cuarto árbitro». Por un lado están conscientes de que en el fútbol no se descuenta tiempo; pero no saben que eso tiempo adicional lo concede el árbitro principal nadie más. Es por eso que es indispensable que alguien se lo diga.

¡Rubio, el «hispano» del momento!

Por: David Figueroa Díaz   16/11/2024 La comidilla del momento en muchos estratos del ámbito...