Por: David Figueroa Díaz
Los que no creían ni querían que Argentina avanzara, se han quedado con las ganas y con la amargura que les produce el triunfo ajeno, pues la albiceleste está en octavos de final, contra todo pronóstico y contra los vaticinios de los sabidillos del fútbol, cuya opinión, por lo general está imbuida en personalismo y muy lejos de un criterio técnico medianamente razonable. Como dicen los zulianos: “quedaron cachúos”.
A pesar de las flaquezas, a pesar de los errores y otros factores propios del juego, la escuadra sureña demostró por qué ha sido dos veces campeona del mundo y por qué es una de las más importantes en el concierto futbolístico internacional. Eso llena de satisfacción a los que celebramos sus triunfos y lamentamos sus derrotas. “¡Cómo se goza ganando!”, solía decir el siempre recordado narrador Humberto “Beto” Perdomo.
En las primeras de cambio no las tuvo todas consigo, pues el empate en el primer juego y la derrota en el segundo, la colocaron al borde de la eliminación; pero esas dos situaciones indudablemente incidieron para que viéramos a una Argentina renovada y dispuesta a darlo todo por ganar, como en efecto sucedió. Fue, no se puede negar, un mar de nervios, de angustia, habida cuenta de que el pase a la siguiente ronda dependía no solo del resultado del partido entre Croacia e Islandia, sino de ganarle a la selección africana, que por poco nos agua la fiesta. Afortunadamente, todo salió como lo esperábamos, y por eso nos alegramos y celebramos el triunfo ante Nigeria, cuyos artífices fueron Lionel Messi y Marco Rojo, con sendos golazos.
Ratifico mi condición de fanático de Argentina y de anti-Brasil, esto último en el ámbito de la competencia, solamente, y una vez más les explico: un autentico fanático de Argentina se alegra, “le da un fresquito” con las derrotas de la Canarinha, y el auténtico fanático de Brasil debe sentir lo propio cuando Argentina pierde, así de sencillo. Si eso no ocurre, será un simple seguidor. Si Brasil, por ejemplo, juega contra los Emiratos Árabes Unidos, este servidor le va al equipo árabe, so pena de ser tildado de “pastelero”, de antinacionalista, de alienado, de vendepatria u otro adjetivo, de esos que están de moda. Algo parecido ocurre con el beisbol venezolano, entre magallaneros y caraquistas. Los que no saben de afición ni de fanatismo, jamás podrán sentir lo que se siente. Y hablando de beisbol: soy guairista hasta que el mar se seque, y la mayoría de mis amigos lo sabe. Cuando eliminan a Tiburones de La Guaira, también saben que allí se me termina todo hasta la siguiente temporada, cosa que ocurre frecuentemente.
Ahora bien, cuando la Albiceleste se enfrenta a la Vinotinto, la cosa cambia, pues allí priva el color de mi bandera venezolana. Si Venezuela tuviera una selección competitiva y de tradición mundialista, lo he dicho en muchas ocasiones, no tendría razón para apoyar a otra selección. Dios quiera que en un futuro no muy lejano el sueño de estar en un Mundial se haga realidad.
A todas esas, Argentina está en octavos de final, fase en la que enfrentará a la selección gala (Francia), que no es un rival fácil ni imposible de derrotar. Ojalá que el técnico Jorge Sampaoli, el cuerpo técnico y los jugadores hayan asimilado la lección, y en virtud de lo cual apliquen los correctivos que les permitan vencer, convencer y brindar más satisfacciones a todos los que nos identificamos con la bicampeona del mundo (1978 y 1986), para bordar una nueva estrella en el lado izquierdo del pecho de la vistosa y gloriosa camiseta. ¡Un gigante se ha despertado, ahí viene Argentina!
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