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lunes, 16 de septiembre de 2019

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¡Los extranjerismos sí son necesarios!

Quienes me leen con frecuencia, pueden dar fe de mi posición respecto de la supuesta autoridad de la Real Academia Española en cuanto al uso de palabras. Siempre he dicho que la función de la docta institución es registrar giros que, por necesidad expresiva, el pueblo los crea. La RAE no es un tribunal o cuerpo dotado de poder para decidir cuál palabra puede usarse y cuál no, aunque sus orientaciones son insoslayables y de utilísima aplicación.
Esta acotación introductoria la hago en virtud de la frecuencia con que se lee o se oye que “la Real Academia Española aceptó la palabra tal”. O en el peor de los casos: “Esa palabra no está aceptada por la Real Academia Española”, como si la docta institución fuese un tribunal que se reúne periódicamente para decidir cuál palabra acepta y cuál no. En materia de palabras, les repito: la única autoridad es el pueblo hablante.
También mis lectores habituales podrán ser testigos de mi criterio sobre las palabras y expresiones extranjeras, lo cual me ha inducido a utilizarlas solo cuando son necesarias. Sobre este asunto ya he escrito y he hablado en conversaciones informales; pero hoy vuelvo sobre él, con la finalidad de ratificar mi posición. Antes de entrar en el tema, agradezco los comentarios elogiosos que gentilmente me han enviado por las publicaciones más recientes, lo cual me estimula y me compromete aun más en esta labor iniciada hace ya casi veinticinco años, que se cumplirán el 12 de noviembre de 2019. ¡Gracias!        
Nunca he rechazado las expresiones extranjeras por el mero hecho de serlas. Lo que siempre he cuestionado y cuestionaré es el abuso en el que se incurre con estas, sobre todo en los medios de comunicación, en los que ha tomado cuerpo la falsa creencia en cuanto a que lo foráneo da más caché. Por definición, “los extranjerismos son palabras o expresiones lingüísticas que un determinado idioma toma de otra lengua extranjera”.
En su libro “Con la lengua, volumen 4”, el profesor Alexis Márquez Rodríguez, eximio catedrático ya fallecido, destacó la importancia del uso de expresiones extranjeras, favorecido por “el intercambio entre idiomas que coexisten en el tiempo, sobre todo cuando hay entre ellos cercanías geográficas o de otra índole”. Los extranjerismos se hacen necesarios cuando no existe o no exista una palabra equivalente que exprese cabalmente lo que se desea en español; pero se vuelven superfluos, pedantes y dañinos cuando  se los usa en sustitución de los vocablos propios, en este caso del español. Sobre este asunto, la Fundéu ha hecho una formidable campaña sobre “más español y menos extranjerismos”.
¿Qué sentido escribir o decir emailcheckingmarketingpaperweekend, si se puede decir correo electrónico, chequear, mercadotecnia, documento o fin de semana? No es cierto que usar dichas palabras en inglés denota más o mayor conocimiento tema, sino ignorancia de la lengua materna, y en el peor de los casos frivolidad e imitación servil. Otra cosa es emplear  vocablos que por uso extendido se han lexicalizado, como fútbol, beisbol, bulevar, club, escanear, tuitear y otros que son frecuentes, unos de vieja data, y otros de reciente aparición.
Con la llegada de nuevas tecnologías, sobre todo con el auge de la Internet y de las redes sociales, al idioma español han arribado palabras como hashtagpop uptapswipe y drag, por ejemplo que tienen su equivalente en español: etiqueta, ventana emergente, tocar, desplazamiento horizontal y arrastrar, respectivamente.
Si los mencionados vocablos del inglés y de otros idiomas no tuvieran su equivalente en español, allí sí estaría justificado su uso; pero en caso contrario, como dije antes, sería una demostración de desconocimiento de la lengua materna y de la importancia de llamar las cosas por su nombre.
A todas estas, el uso de palabras extranjeras no se puede condenar de buenas a primeras, pues su uso en muchas ocasiones es necesario. Lo cuestionable y detestable es que se las use en sustitución de las propias, por el mero hecho de aparentar sabiduría, sin reparar en el daño que con ello se le hace la unidad lingüística de nuestro idioma.
Aquí cabe aplicar el viejo refrán que dice: “Es bueno el cilantro (culantro); pero no tanto

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