El indetenible paso del tiempo hace que, con mayor o menor frecuencia, surjan tecnologías y elementos que permiten un mejor aprovechamiento de recursos para cumplir el cometido. Hoy día el trabajo cotidiano, por muy modesto que sea, está basado en las bondades de la informática, que ha permitido y permite un notable desarrollo en cada aspecto, según el caso.
En mi época de trabajador de la empresa estatal Cadafe, acrónimo que surge de la denominación Compañía Anónima de Administración y Fomento Eléctrico, comencé a usar ordenador (computador), llamado por muchos PC, por su sigla en inglés, y recuerdo que no existían los miles de programas informáticos con los que en la actualidad cuenta el mundo moderno. Luego del surgimiento de Windows, todo se hizo más fácil. Eso fue por 1987, y para la elaboración de textos existía un programa llamado Word Perfec, que podría considerarse el iniciador del Word actual. Cada necesidad, como hoy, tenía su herramienta de trabajo.
En materia de escritura, que es a lo que me dedico de forma regular, en mi condición de diarista y columnista, las mejoras han sido significativas, pues Word Perfec permitía el corte de las palabras al final de cada renglón, lo cual, con las antiguas máquinas, había que hacerlo de forma empírica, y una buena presentación, sin tachaduras, dependía de la destreza del mecanógrafo.
Llegó Windows e imprimió dinamismo con Word y abrió las posibilidades para un mejor provecho. Ese procesador de palabras las corta perfectamente y las subraya cuando están mal escritas o no están en el diccionario del computador. Sobre esto último he hablado en varias ocasiones, y hoy quiero volver sobre el tema, en virtud de llamar la atención de muchas personas cuya ocupación habitual es la elaboración y publicación de textos en redes sociales y otros medios de comunicación.
Existe la falsa creencia de que el computador corrige, y por eso un significativo número de redactores se confía en la supuesta corrección, lo cual hace que al final aparezca un texto plagado de errores ortográficos, sintácticos y de otra naturaleza, que pudieron haberse evitado con un poquito de sentido común.
Ante esa falsa creencia, es prudente recalcar que el computador no corrige, solo subraya la o las palabras, para que el redactor corrija si hay error o la incluya en el diccionario electrónico del que está provisto el equipo, si el vocablo es desconocido. Si alguien escribe «álcalde», «apollo», «aser», «bisitar», «boltear», «bolivol», «belocidad», «veiculo», «estreya», «vecerro», en lugar de alcalde, apoyo, hacer, visitar, voltear, voleibol, velocidad, vehículo, estrella y becerro, por ejemplo, debajo de la palabra aparecerá un subrayado en rojo, o en el mejor de los casos, la palabra cambia inmediatamente por la correcta, toda vez que son de uso común y no deberían ofrecer ninguna dificultad.
Hay quienes piensan que a lo mejor el mencionado subrayado es un efecto especial, y por eso no le prestan la debida atención. Otros, en vez de revisar, sitúan el cursor sobre la palabra, le dan clip y esta pasa a formar parte del diccionario del equipo, lo cual hace que proliferen los errores, pues cuando su uso sea nuevamente necesario, aparecerá irremediablemente.
Existe un subrayado en verde y otro en azul para indicar faltas de sintaxis, ante el que hay que tener mucho cuidado, dado que por lo general tales faltas no existen, y supongo que la advertencia está basada en un criterio gramatical no muy conocido.
Algo parecido sucede con los llamados teléfonos inteligentes (smartphone para los anglosajones e imitadores serviles de estos), que también poseen el recurso del subrayado; pero que de igual forma es ignorado. Estos teléfonos, cuando la palabra es bitónica, es decir, que tiene dos formas de acentuación, siempre la coloca en pasado: canto por cantó, corto por cortó, busco por buscó, etc. Si el que escribe un mensaje de texto no tiene nociones sobre las palabras por la índole de la entonación, su mensaje estará minado de errores, que pueden evitarse si se toma en cuenta la importancia de escribir bien.
Ahora es más difícil equivocarse en la escritura, pues existen muchos recursos para evitar impropiedades; pero esos recursos podrán resultar vanos si no se aplica el sentido común, fundamental para escribir con propiedad, sin pretender ser un erudito.
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