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domingo, 14 de febrero de 2021

¡Una vez más la presidenta!

 


 

Desde hace mucho tiempo ha estado apareciendo en las redes sociales una especie de advertencia respecto de la supuesta impropiedad de usar la palabra presidenta para referirse a las damas que presiden un país, un cuerpo colegiado o cualquier organismo en el que exista esa figura.

Para tal efecto, muchas personas que de una u otra forma están relacionadas con la comunicación social, difunden de manera regular un contenido que al parecer fue elaborado por una dama con amplios conocimientos gramaticales y lingüísticos, además de catedrática del idioma español, según lo que he podido percibir.

Los partidarios del aludido material didáctico, que sin dudas está bien fundamentado, lo difunden con la intención de mostrar sus «grandes» conocimientos en materia de expresión oral y escrita, y al mismo tiempo cuestionar a los que han mantenido y mantienen un criterio que difiere de lo que allí se plasma.

En diversas ocasiones se me ha consultado sobre la validez de lo que se pretende imponer, y mi respuesta siempre ha sido la misma: está fuera de contexto, lo cual, por supuesto, no significa que quien lo haya concebido esté equivocado.

Hace pocos días un amigo poeta, licenciado en Letras, con estudios de posgrado en literatura latinoamericana, me envió un video en el que dos parlamentarios de un país sudamericano (una dama y un caballero) discuten de manera airada sobre el tema en cuestión, y cada uno defiende su posición  a rabiar. La dama se inclina por presidenta, y el caballero por presidente. Brevemente le di mi parecer al amigo que tuvo la gentileza de hacerme llegar el video, que sin dudas fue el que motivó este artículo. Aprovecho la oportunidad para, una vez más, ejercer mi derecho de opinar.

Sin entrar en honduras gramaticales, en las que muchos pudieran naufragar, puedo decir sin temor a equivocarme, que no hay impropiedad al hablar de presidenta para nombrar a la mujer que ocupa una presidencia. Para resolver el caso, solo basta con tener a la mano un diccionario, por muy elemental que sea, y asunto arreglado.

A raíz del surgimiento de los movimientos pro liberación femenina, se ha difundido la disposición según la cual, el cargo u oficio debe concordar con el sexo, lo que implica que si una dama es graduada en Medicina, es médica; si ejerce un juzgado es jueza; si obtuvo un título universitario en ingeniería, es ingeniera; si su profesión es el Derecho, deberá llamársele abogada; si es integrante de un cuerpo colegiado, como la Asamblea Nacional, consejos legislativos o concejos municipales, en el caso de Venezuela, será diputada, legisladora o concejala, según el caso.

No es, como piensan algunos, un asunto político, sino de sentido común, además de trato digno a las damas. Es el mismo caso de la bendita presidenta, sin que para ello prive el criterio gramatical, que lejos de aclarar, oscurece.

Con el transcurrir del tiempo, muchas universidades de Venezuela y de otros países de habla hispana se han acogido a la disposición de darles a las damas el trato que merecen, y en consecuencia los títulos por los que se optan, se elaboran con base en el sexo de la persona que habrá de recibirlos: abogada, doctora, enfermera, licenciada, profesora, ingeniera, farmacéutica, cirujana, etc.

¿Qué sentido tiene decir, por ejemplo, la doctora Ana Márquez, cirujano general y director del Servicio de Salud del estado Lara? Ninguno, pues por la misma razón por la que se le llama doctora, debería llamársele igualmente cirujana y directora, como es lo propio en Castellano y corresponde a su sexo.

Ese tipo de vacilación ocurre a diario en los medios de comunicación social, por lo que el lector duda a la hora de emplear ciertos vocablos para referirse a mujeres. Lo mismo ocurre con la fulana presidenta, que repito, no es un asunto gramatical ni lingüístico, sino de sentido común y de trato digno.

Y ya que les he hablado de sexo, es menester señalarles que lo que determina si un ser es hombre o mujer, no es el género, sino el sexo. Género tienen las palabras y las cosas inanimadas. Lo demás es producto de desconocimiento o del falso moralismo que se ha impuesto en los medios de difusión masiva, que han inducido a muchas personas a no hablar de sexo como categoría biológica. Solo lo asocian con el acto sexual, y he allí el tabú

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