Médico de Cabecera y Santo Sanador

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sábado, 23 de julio de 2022

El lenguaje como herramienta básica

 Por


 David Figueroa Díaz

23/07/2022

He experimentado casi todas las facetas de la comunicación social, y en cada una he procurado ser coherente y consecuente con lo que he predicado. En junio de 1982 publiqué mi primer artículo de opinión, que me permitió convertirme en articulista del diario Última Hora, del estado Portuguesa, Venezuela.

En 1991 obtuve el certificado de locutor de estaciones radiodifusoras, expedido por el entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones. En ese medio no tuve mayor figuración, pues solo me desempeñaba de manera eventual, dado que mi oficio principal era el de técnico al servicio de la empresa eléctrica del Estado venezolano. Sin embargo, la radio siempre ha sido una de mis pasiones; pero más como oyente, que como locutor.

En 1994, luego de convencerme de que tenía facilidad para la gramática, me dediqué a escribir una columna sobre las impropiedades más frecuentes en los medios de comunicación, que nació en El Regional, pasó por Última Hora, y luego este medio (periodistas-es.com) me abrió sus puertas para continuar el trabajo de divulgación.

En 2017 obtuve el título de licenciado en Comunicación Social, por la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo, estado Zulia.

Les cuento todo esto, no por vanidad, sino por expresar mi respeto al oficio y a mi pasión por el buen decir. Todas esas vivencias me han permitido adquirir madurez y convicción de que la herramienta básica de un periodista, de un articulista, de un columnista y de un locutor, es escribir bien y hablar de la mejor manera.

Desafortunadamente, muchos de los que hacen vida en los medios de comunicación no han asumido con responsabilidad el rol que les corresponde desempeñar, y por eso, su escritura y expresión oral son deficientes. Claro está, hay honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

En el caso de los periodistas, siempre he dicho que existen muchos que solo se han conformado con lo que aprendieron en la universidad. Por eso su redacción es poco atractiva y está plagada de vicios que pudieron haber sido erradicados si le hubieron dedicado tiempo a la lectura de libros y manuales que ofrecen formas sencillas para superar los obstáculos.

Eso ha hecho que sean frecuentes el mal uso del gerundio, de los signos de puntuación; la utilización de verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, amén de otros aspectos fundamentales para una escritura medianamente aceptable.

En Caracas hay un periodista que muy bien pudiera llamársele el Rey de las Comillas, pues no desperdicia oportunidad de colocarlas por lo menos tres veces en cada párrafo, generalmente innecesarias. Y no me digan que ese es su estilo, no. Es una falta de conocimiento, ante una situación que se supera fácilmente.

Esas deficiencias están presentes en todas las fuentes del periodismo informativo impreso; pero en la redacción de sucesos son más notorias. Las palabras son siempre las mismas, y las impropiedades también, lo cual denota poco gusto y cero creatividad. A eso se suma el hecho de que se ha arraigado la mala costumbre, en el caso de organismos oficiales, de redactar bajo la imposición de una forma, por demás mediocre, de exaltar la figura del o de los jefes de la fuente, seguramente con el deseo (de los jefes) de ser ascendidos de cargo por su eficiencia.

Por esa razón es frecuente, por lo menos en muchos medios venezolanos, que cuando la policía aprehende a un ciudadano en la comisión de un delito, se diga, por ejemplo, que «ese operativo se realizó por instrucciones del comandante Fulano de Tal». O sea, el comandante Fulano de Tal ya sabía que en el sitio tal y a la hora tal se iba a consumar un hecho delictivo, por lo que, era necesario tomar las previsiones. «¡Eficiencia o nada!».

En el ámbito radiofónico ocurre algo parecido, pues con el surgimiento de las denominadas emisoras comunitarias, se ha desvirtuado la verdadera razón de ser de ese importante medio. Por lo general, los que se hacen llamar locutores, que en realidad no lo son, no tienen la mínima noción de la función que deben cumplir. Ignoran que el verdadero locutor es un educador a distancia, y para tal efecto, debe poseer buena dicción y un cúmulo de conocimientos que le permitan desarrollar cabalmente la noble labor de educar, entretener e informar.

Con la excepción de los que sí han asumido con responsabilidad y profesionalismo su desempeño, otros tantos han hecho que la radio haya perdido su verdadera esencia.


sábado, 16 de julio de 2022

¡Un marcador de tinta deleble, por favor!

Por

 David Figueroa Díaz


16/07/2022

En materia de lenguaje escrito y oral hay una considerable cantidad de personas que de manera regular se preocupan por disipar sus dudas y por adquirir soltura en el manejo del asunto, lo cual es saludable, pues esa es la actitud de todo aquel que en su desempeño deba recurrir a la redacción de textos, pues eso le dará la oportunidad de obtener éxito.

Esa misma inquietud le permitirá, además, distinguirse dentro del grupo, pues el hecho de que alguien sea profesional, no es garantía de que escriba ni que hable bien. Por lo menos en Venezuela es así, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Conozco profesionales que sobresalen en su oficio; pero en cuanto a la elaboración de textos o expresión oral, tienen serias dificultades. Esas deficiencias tienen su origen en la escuela básica, en la que la forma de enseñar el castellano nunca ha sido la más idónea, pues los estudiantes no se preocupan por aprender, sino por memorizar las partes de la oración y una que otra regla en el momento de presentar un examen, y ya. Esas falencias las arrastra hacia la educación secundaria y a la universidad.

Es lamentable que en la universidad la enseñanza del lenguaje escrito y oral sea muy superficial. Más lamentable es aun el hecho de que en la mayoría ya desapareció del pensum de estudios.

Me imagino a un abogado que introduzca un texto ante un tribunal, y que el juez no se lo admita por estar plagado de errores ortográficos, como supuestamente le ocurrió a Herman Escarrá, reputado jurista venezolano.

Quizás lo de Escarrá no haya sido cierto, y que todo se deba a la macabra imaginación de algunos de sus detractores; pero hay muchísimos casos de profesionales con serias limitaciones en nociones elementales de ortografía, y sin embargo, algunos los estiman como excelentes profesionales. ¡Vaya usted a saber la razón!

Paralelos a las personas que se preocupan por escribir y hablar bien, están los «toeros», definidos estos como los que presumen de saber de todo; pero que ni en la superficie ni en el fondo saben nada. Con esa clase de personas he tropezado en muchas ocasiones, y ha habido polémicas, como me ocurrió recientemente cuando salí a comprar un marcador cuya tinta es borrable, para lo cual pedía que me vendieran uno de tinta deleble, que es lo mismo.

Todas las veces que lo solicité, varios «toeros» me corrigieron con la advertencia de que no es deleble, sino «marcador acrílico», lo cual me dio pie para publicar este comentario con la intención de aclarar lo de borrable y deleble, que por lo que puede observar, muchos no lo tienen muy claro. ¡Hacia allá voy!

Corrientemente, al marcador en cuestión se le llama acrílico, y no estoy seguro de que esa sea una denominación apropiada, pues si se revisa el DLE, podrá encontrarse que acrílico es un adjetivo que se le aplica a algo hecho de «una fibra o de un material plástico: que se obtiene por polimerización del ácido acrílico o de sus derivados. Es además objeto o producto hecho con material acrílico». El entrecomillado es ex profeso, para indicar que así lo tomé de la versión electrónica del registro lexical de la docta institución.

Ahora bien, mis conocimientos de química, que no van más allá de los que recibí en el bachillerato, me animan a asegurar que, en cuanto al marcador, este no es acrílico, sino la pizarra, pizarrón o tablero, como también se le conoce en otros países de América.

De cualquier modo, dejo abierta la posibilidad de que cualquier persona con conocimientos en procesos de elaboración de productos con ese material, pueda sacarme de la duda. Se exceptúan los «toeros».

Pero sea acrílico o no, no tengo la menor duda de que es un marcador de tinta borrable o simplemente deleble, que es el antónimo de indeleble. El desconocimiento del significado de deleble e indeleble, es lo que ha hecho que muchos no sepan solicitarlos, y en reiteradas ocasiones les hayan vendido el que no es.

Un verso de la canción «Estrellitas y duendes», de mi admirado maestro Juan Luis Guerra, podría serles muy útil para saber diferenciar lo imborrable y lo borrable (deleble), sin necesidad de pretender desempeñar el detestable oficio de «toero».


sábado, 9 de julio de 2022

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

David Figueroa Díaz

09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

 David Figueroa Díaz

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09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».


sábado, 2 de julio de 2022

¡Cuidado con la «de»!

 Por

 David Figueroa Díaz

02/07/2022

Siempre trato de tomar previsiones para que al momento de redactar y de enviar mi artículo semanal no haya problemas; pero por más que lo intento, de cuando en cuando hay algo que lo impide, tal como sucedió el sábado pasado, cuando por razones ajenas a mi voluntad, una vez más estuve ausente. Con un sistema eléctrico inestable, que tiende a deteriorarse aun más, y con un servicio de Internet por demás deficiente, son muchas las calamidades que se padecen.

Pido disculpas al cuerpo redaccional de este importante medio de comunicación y a las personas que de manera regular siguen este trabajo de divulgación periodística. Mi intención es no fallar, y en virtud de ello busco la forma de superar los obstáculos; pero sin electricidad e Internet, es muy poco lo que se puede hacer, pues todo gira en torno de esos dos elementos, indispensables en el día a día.

Hoy vuelvo sobre un tema que lo he tratado en varias ocasiones, y aunque en todas he procurado dar explicaciones prácticas y sencillas, siempre quedan dudas. La finalidad de estos artículos, para quienes aún lo digieren, es contribuir con un mejor uso de la expresión escrita y oral, en función de que los redactores y todas aquellas personas cuya ocupación habitual es la escritura, puedan apercibirse de lo necesario para manejar el asunto con relativa facilidad. Lo de la relativa facilidad no lo digo por arrogancia, sino porque nunca se alcanza un manejo absoluto.

La preposición «de» se ha convertido en una fuente inagotable de impropiedades, en las que incurren muchas personas, incluidas algunas a las que sería impensable tacharles una «pifia» por desconocimiento. Hay quienes aparentan estar muy preocupados por mejorar su escritura y su forma de expresarse oralmente, y de manera regular consultan diccionarios y otros textos, lo cual es plausible; pero lo hacen de manera muy superficial, y eso, a la larga se les convierte en un problema.

Muchas de esas personas creen que la preposición «de» solo puede significar el material de que están hechas las cosas, y por eso se asombran, se escandalizan y se horrorizan cuando el común de los mortales dice que en la tienda tal venden «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda» y «cocinas de gas», por ejemplo. La reina de esas expresiones es, sin dudas, el vaso de agua, a la que, sin el conocimiento necesario, muchos sabidillos del idioma español y de otras disciplinas han tildado de impropia.

Los que cuestionan la mencionada frase ignoran que no es lo mismo un vaso de agua que un vaso con agua. Un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota hasta llenar el recipiente.

Si eso no fuese así, tampoco deberían existir un reloj de pared, una jarra de cerveza, un gancho de ropa, una caja de sorpresas, guerra de las galaxias, jabón de tocador, avión de combate, colegio de periodistas, academia de la lengua, estación de ferrocarril, equipo de fútbol, ventilador de techo, escuela de policías, sala de parto, buzón de sugerencias, etc.

Los ejemplos mostrados son expresiones adecuadas en las que se percibe claramente que la actuación de la preposición «de» no indica el material con que están construidas las cosas, sino contenido, modo de funcionamiento, esencia y otros aspectos cuyo contexto legitima su uso. Si existen las anteriores, también podrá haber «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda», «cocinas de gas y «planchas de vapor», entre otras.

Lo cumbre del caso de los enemigos del vaso de agua y de otras expresiones análogas, es que cuando se les pide que argumenten su parecer, solo se limitan a decir que los vasos no están hechos de agua, lo cual evidencia dos cosas: prepotencia e ignorancia. Les gusta hablar de lo que no saben, y no desprecian oportunidad para exhibir sus supuestos conocimientos y sabiduría, amén de que siempre andan tachando errores en donde no los hay, sin darse cuenta, por supuesto, de que los equivocados son ellos.

Les recomiendo (a ellos) leer el caso de las preposiciones, con énfasis en la «de», que aparece en la página 48 de la veinticuatro edición del «Curso de Redacción», de G. Vivaldi, con la que podrán apercibirse de elementos que les darán solidez para no hacer el ridículo cada vez que pretendan dictar cátedra en gramática


¡Rubio, el «hispano» del momento!

Por: David Figueroa Díaz   16/11/2024 La comidilla del momento en muchos estratos del ámbito...