Por
David Figueroa Díaz
02/07/2022
Siempre trato de tomar previsiones para que al momento de redactar y de enviar mi artículo semanal no haya problemas; pero por más que lo intento, de cuando en cuando hay algo que lo impide, tal como sucedió el sábado pasado, cuando por razones ajenas a mi voluntad, una vez más estuve ausente. Con un sistema eléctrico inestable, que tiende a deteriorarse aun más, y con un servicio de Internet por demás deficiente, son muchas las calamidades que se padecen.
Pido disculpas al cuerpo redaccional de este importante medio de comunicación y a las personas que de manera regular siguen este trabajo de divulgación periodística. Mi intención es no fallar, y en virtud de ello busco la forma de superar los obstáculos; pero sin electricidad e Internet, es muy poco lo que se puede hacer, pues todo gira en torno de esos dos elementos, indispensables en el día a día.
Hoy vuelvo sobre un tema que lo he tratado en varias ocasiones, y aunque en todas he procurado dar explicaciones prácticas y sencillas, siempre quedan dudas. La finalidad de estos artículos, para quienes aún lo digieren, es contribuir con un mejor uso de la expresión escrita y oral, en función de que los redactores y todas aquellas personas cuya ocupación habitual es la escritura, puedan apercibirse de lo necesario para manejar el asunto con relativa facilidad. Lo de la relativa facilidad no lo digo por arrogancia, sino porque nunca se alcanza un manejo absoluto.
La preposición «de» se ha convertido en una fuente inagotable de impropiedades, en las que incurren muchas personas, incluidas algunas a las que sería impensable tacharles una «pifia» por desconocimiento. Hay quienes aparentan estar muy preocupados por mejorar su escritura y su forma de expresarse oralmente, y de manera regular consultan diccionarios y otros textos, lo cual es plausible; pero lo hacen de manera muy superficial, y eso, a la larga se les convierte en un problema.
Muchas de esas personas creen que la preposición «de» solo puede significar el material de que están hechas las cosas, y por eso se asombran, se escandalizan y se horrorizan cuando el común de los mortales dice que en la tienda tal venden «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda» y «cocinas de gas», por ejemplo. La reina de esas expresiones es, sin dudas, el vaso de agua, a la que, sin el conocimiento necesario, muchos sabidillos del idioma español y de otras disciplinas han tildado de impropia.
Los que cuestionan la mencionada frase ignoran que no es lo mismo un vaso de agua que un vaso con agua. Un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota hasta llenar el recipiente.
Si eso no fuese así, tampoco deberían existir un reloj de pared, una jarra de cerveza, un gancho de ropa, una caja de sorpresas, guerra de las galaxias, jabón de tocador, avión de combate, colegio de periodistas, academia de la lengua, estación de ferrocarril, equipo de fútbol, ventilador de techo, escuela de policías, sala de parto, buzón de sugerencias, etc.
Los ejemplos mostrados son expresiones adecuadas en las que se percibe claramente que la actuación de la preposición «de» no indica el material con que están construidas las cosas, sino contenido, modo de funcionamiento, esencia y otros aspectos cuyo contexto legitima su uso. Si existen las anteriores, también podrá haber «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda», «cocinas de gas y «planchas de vapor», entre otras.
Lo cumbre del caso de los enemigos del vaso de agua y de otras expresiones análogas, es que cuando se les pide que argumenten su parecer, solo se limitan a decir que los vasos no están hechos de agua, lo cual evidencia dos cosas: prepotencia e ignorancia. Les gusta hablar de lo que no saben, y no desprecian oportunidad para exhibir sus supuestos conocimientos y sabiduría, amén de que siempre andan tachando errores en donde no los hay, sin darse cuenta, por supuesto, de que los equivocados son ellos.
Les recomiendo (a ellos) leer el caso de las preposiciones, con énfasis en la «de», que aparece en la página 48 de la veinticuatro edición del «Curso de Redacción», de G. Vivaldi, con la que podrán apercibirse de elementos que les darán solidez para no hacer el ridículo cada vez que pretendan dictar cátedra en gramática
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