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sábado, 19 de octubre de 2019

¡No importa lo que haiga pasado…!


Siempre he criticado la supuesta autoridad que en materia de uso de palabras y expresiones tiene la Real Academia Española, pues  ella no es un tribunal ni un ente fiscalizador para decir cuál palabra utilizar y cuál no.
Seguramente, quienes le atribuyen ese derecho, se imaginan que sus miembros, ataviados de toga y birrete se reúnen en un salón, y al término de jornadas maratónicas, en rueda de prensa un vocero anuncia las nuevas creaciones del mes, del año o del período que la docta institución estime conveniente aplicar, similar a lo que ocurre cuando desde el Vaticano se anuncia: “Habemus papam”.
Esa falsa autoridad que muchos le atribuyen a la RAE, es lo que ha dado pie para que se diga y se escriba que la palabra tal ya fue aceptada, como si existiera un lapso de postulaciones y otro de espera, para conocer el veredicto sobre las novedades, o en todo, las que deberán ser desincorporadas, por haberse convertido en arcaísmos.
De esto he hablado en infinidades de veces, y mantengo el criterio de que en materia de palabras, la verdadera autoridad es el pueblo hablante, que por necesidad expresiva las crea, aunque la existencia de una institución que “limpia, fija y da esplendor”, es de valiosísima utilidad. El entrecomillado no es irónico, pues es el lema de la referida institución, fundada en 1713, por Juan Manuel Fernández Pacheco, a la sazón, marqués de Villena y duque de Escalona, según la documentación que registran algunos textos físicos y otros digitales.
Una especie de revuelo ha causado la supuesta “aceptación” de la palabra “haiga”, lo cual implicaría que el presente del subjuntivo del verbo haber, que como se sabe, es haya, sería haiga. Ya no se incurriría más en error al usar el mencionado vocablo. Desde ese punto de vista sería correcto decir o escribir, por ejemplo: “Cuando haiga suficiente cantidad material se reanudará la venta”; “Hasta que no haiga pedido disculpas, no nos sentaremos a conversar”; “Cuando haigan terminado podrán retirarse”; “Ojalá haigan venido con buenas intenciones”, etc.
La Real Academia Española, que quede claro, no acepta ni rechaza palabras, pues su función es meramente de registro. En tal sentido, lo ocurrido con haiga, es que su uso se ha vuelto muy común, y por eso la incluyó en su registro; pero de allí a que deba sustituir a “haya”, que es a lo que se alude con la fulana aceptación, es un exabrupto. Haiga es  un barbarismo del habla coloquial. Es una forma inculta del presente subjuntivo del verbo haber, y es absolutamente desaconsejable usarlo, a menos que se lo emplee con la intención de causar algún efecto, como le ocurrió a un amigo abogado en momentos que hacía la defensa de un trabajo de grado o algo parecido.
Sucedió que el aludido, a quien estimo como gran conocedor de gramática y lingüística,  utilizó adrede la palabra haiga, y por supuesto la respuesta de uno de los miembros del jurado no se hizo esperar, e inmediatamente le fue  señalada la incorrección, la cual incidiría en la calificación de la exposición. Pero, con base en la “aceptación” por parte de la Real Academia Española, el estimado jurisconsulto salió airoso.
Ahora, no porque una palabra, sobre todo si es obscena, aparezca en los diccionarios, podrá utilizarse en razón de gusto. Cada sociedad tiene su realidad histórica, cultural, política y social, lo cual determina en muchos la utilización de palabras que por una u otra razón no podrán utilizarse en público, menos aun en los medios de comunicación.
En España, por ejemplo, la televisión usa vocablos y expresiones que en Venezuela y otros países de América son consideradas vulgares o en el peor de los casos, obscenas (malas palabras, como también se les llama). A ese respecto, el filólogo Ángel Rosenblat dijo en una ocasión que no existen malas palabras, sino malas intenciones que se materializan con estas.
En el caso de haiga, es prudente recalcar que su aparición en el registro lexical no es una patente de corso para que se imponga por encima de haya, que es la forma natural y apropiada en el lenguaje culto, sin caer en arrogancia y en el menosprecio de quienes la utilizan

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