Por Marcos David Figueroa
El título de esta publicación lo inspiró una carta que con relativa frecuencia aparece en las redes sociales, y de la que hoy me he hecho eco, en virtud de responder algunas dudas que existen sobre la prudencia o imprudencia de utilizar la forma femenina para referirse a las damas que han obtenido, por ejemplo, el título en Medicina, Derecho, Ingeniería, Sociología, Sicología, así como de otras que ejercen cargos u oficios que por lo general son ocupados por caballeros.
Desde hace bastante tiempo el tema en cuestión me ha llamado la atención, y he estado dispuesto a opinar al respecto; pero por diversas razones había pospuesto el comentario. La referida misiva, cuyo autor o autora es desconocido, contiene una excelente explicación y una exhortación a no usar la palabra presidenta, lo cual ha generado y genera polémicas que han hecho que a muchas y muchos se les infle el ego y pretendan dictar cátedra, sin éxito.
La publicación no es nueva, y aunque no puedo precisar cuánto tiempo hace desde que la leí por primera vez, puedo asegurar que tiene varios años, suficientes para que su contenido haya sido digerido con facilidad, y las dudas hayan desparecido. Concluye con un chiste malo, de esos que nunca faltan, que seguramente no forma parte del texto original, y que pudo haber sido usado para tratar de ridiculizar a alguien. Lo curioso es que algunos la han tomado como si fuese algo de último tiempo, como una innovación lingüística.
Ya en varias ocasiones he opinado al respecto, en conversaciones informales. Luego de su más reciente aparición en Facebook, brevemente di mi parecer, con el que algunas damas estuvieron de acuerdo y otras no, como era de suponerse. Sostuve una discusión sana y edificante con varias féminas, y muchas aclararon sus dudas y lo agradecieron; en cambio otras mantuvieron con firmeza su criterio de cuestionar la forma de llamar presidenta a la mujer que presidente. Hubo criterios bien fundamentados, de mujeres que conocen el tema gramatical y lingüístico; pero otras, solo intervinieron para llevar la contraria y para dejar en evidencia que solo les gusta hablar de lo que no saben.
La carta es sin dudas una clase de gramática, a la que no se puede desechar de buenas a primeras; pero está basada en un purismo gramatical que pretende hacer que el idioma español permanezca petrificado y enclaustrado en las normas que dicta la Real Academia Española. Comienza con una explicación sobre el participio activo, los géneros gramaticales, tiempos verbales y otros elementos, como preámbulo para llegar al meollo, que no es otra cosa que cuestionar la palabra presidenta. Se nota que quien la escribió, es alguien con amplios conocimientos sobre gramática; pero también es evidente que dicho criterio pertenece a alguien que está desactualizado o desactualizadas, en el peor de los casos. Les diré por qué.
Hace ya muchos años (entre 1970 y1980 quizás), a raíz del surgimiento de los movimientos pro liberación femenina, hubo la necesidad de exhortar a las universidades y otras instituciones, a colocar el título en femenino a las damas, con base en su categoría biológica (sexo). Algunas casas de estudios universitarios y academias acataron el llamado, y por eso es placentero ver que en algunas se convencieron de la necesidad y del valor de llamar médicas a las que se reciben en Medicina, abogadas a las que obtienen el título en Derecho, e ingenieras a las que estudiaron Ingeniería. Ahora, hay damas que aunque se les insista en que su título o el nombre del oficio que desempeñan debe concordar con su sexo, prefieren que las llamen médico, abogado, ingeniero, socióloga, sicóloga, juez, concejal, según el caso. El ejemplo más claro que puede ilustrar e inducir a usar la forma femenina, está en el hecho de que la que ejerce la docencia, se le llama maestra, profesora, y no maestro ni profesor. ¿O no?
Como habrán podido notar, el asunto no es gramatical, sino de ponderar el justo valor y librar a las damas de ese hecho discriminatorio de llamarlas como si tuvieran barba y bigote. Es una cuestión de lógica, de buen gusto y de respeto, que lamentablemente muchas personas no han querido entender, incluidas algunas de ellas mismas.
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