Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 27 de marzo de 2022

Unas impropiedades gramaticales frecuentes


Por

 David Figueroa Díaz

26/03/2022


La semana pasada no tuve el tiempo suficiente para redactar y menos aun enviar el acostumbrado comentario de los sábados, que como es sabido, está dedicado a asuntos relacionados con el lenguaje escrito y oral, siempre bajo la óptica de un aficionado del buen decir. Una vez más pido disculpas por la ausencia.

Trataré de tomar las previsiones, aunque con la inestabilidad del sistema eléctrico de Venezuela, se dificultan muchas cosas, pues las interrupciones por fallas, cortes programados o las constantes fluctuaciones de voltaje, que son las más dañinas, afectan las comunicaciones, y por supuesto, a la Internet; pero siempre habrá tiempo para continuar con mis aportes a los lectores de este prestigioso medio informativo digital.

Las entregas anteriores estuvieron relacionadas con la forma maquinal con la que muchos diaristas, sobre todo los que laboran para medios informativos fuera de la capital de la República de Venezuela, con contadas excepciones, redactan sus notas.

Siempre utilizan las mismas palabras, además de que las impropiedades son igualmente proporcionales. No hice ni hago señalamientos concretos, pues la intención no es polemizar, sino arrojar luces en virtud de que las personas cuya herramienta básica de trabajo es la redacción de textos, puedan aclarar sus dudas y adquirir madurez para desempeñarse medianamente aceptable.

Y cuando digo mediamente aceptable, no lo hago por petulancia, sino por el hecho de que, por más conocimientos que se tengan, bien sean elementales, medios o avanzados, siempre habrá algo que por cualquier razón generará inquietud, que de no ser disipada, podría conducir a despropósitos. Para evitar eso, es fundamental tener presente que se escribe para un gran auditorio en el que hay diferentes niveles de conocimiento, además, todo lo que se escriba o se diga en algún medio de difusión, mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario de los usuarios, con extensión hacia el habla cotidiana. Es preferible que la tendencia sea hacia lo positivo.

Les he dicho que en los actuales momentos produzco y conduzco un programa de radio, cuya sinopsis es la combinación de la información con la música llanera, acorde con el estilo de la emisora Faenas 94,3 FM, que se caracteriza por exaltar las producciones musicales auténticamente venezolanas, en especial las del llano, de la que es autóctono el joropo en todas sus expresiones.

Para lo informativo abro los portales, en primer lugar para informarme de lo que ocurre en el mundo, y en segundo, seleccionar las notas y readaptarlas al ámbito en el que serán difundidas, respetando la fuente. Me ha inquietado la gran cantidad de impropiedades, y es precisamente lo que ha motivado los dos artículos anteriores y el de hoy. He tenido el cuidado de señalar que estas observaciones no tienen destinatarios directos, aunque muchas agencias y redactores pudieran aparecer retratados en las mismas.

La entrega de hoy podía estimarse como la continuación de las dos anteriores, pues en las tres el enfoque ha sido el mismo, y están orientadas fundamentalmente hacia la redacción periodística, y publicitaria, en algunos casos.

Se ha impuesto el uso de la coma entre el sujeto y predicado, y por eso es frecuente leer frases como: «Los niños menores de diez años, serán vacunados la semana entrante».

También abunda el queísmo, que consiste en omitir la preposición de cuando es necesaria, y por eso se lee: «Me alegro que te hayan dado el cargo». Se debe tener presente que alegrarse exige un complemento encabezado por la nombrada preposición, complementado por la partícula que: «Me alegro de que te hayan dado el cargo».

Las palabras con determinantes que empiezan por a tónica, también son frecuentes: la águila, la aula, la hacha. Debe colocárseles el artículo masculino para evitar la cacofonía que produce la concurrencia de las dos aes: el águila, el aula y el hacha, aunque seguirán siendo sustantivos femeninos. Algo parecido ocurre con la palabra azúcar, a la que algunas personas le dan un trato masculino, y por eso se ve y se oye: «azúcar blanco», azúcar moreno», «azúcar refinado», etc.

Para cerrar este escrito, es prudente recalcar que debe decirse «viniste», modo indicativo, segunda persona de singular del pretérito. Veniste no existe, por lo que no se debe emplear para expresar un pasado. Tampoco debe decirse vinistes, con S al final. También son errores las formas «fuistes», «comistes», «vinistes», «dijistes», etc.

Los ejemplos citados son, grosso modo, parte de los casos más frecuentes de impropiedades gramaticales, que deben evitarse en aras de hacer un buen uso del lenguaje que se emplea, y de ese modo cumplir la obligación moral de educar, entretener e informar.



 



 


domingo, 13 de marzo de 2022

No es nada personal!


Por

 David Figueroa Díaz

12/03/2022


La semana pasada mi acostumbrado comentario en este importante medio de comunicación estuvo dedicado a la mala costumbre de algunos redactores de sucesos, sobre todo venezolanos, que utilizan siempre las mismas palabras y por lo general incurren en impropiedades de manera muy frecuente, pues no se han persuadido de la importancia de su rol ante la sociedad.

Siempre he dicho que para redactar medianamente aceptable, no es necesario poseer grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos. Solo basta aplicar los conocimientos elementales que se adquirieron en la educación primaria, en la secundaria, que se refuerzan en la universidad. Lo indispensable es escribir con claridad, sencillez, con conocimientos del tema del que se habla, sin errores de ninguna índole, con base en el hecho de que los medios de comunicación fueron creados para educar, entretener e informar.

Para lograr esos tres propósitos, el comunicador social debe leer de manera regular, estar actualizado y convencerse de que su función es la de un gran educador a distancia, a quien no le estaría permitido los errores ortográficos. Pero lamentablemente, los periodistas, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, solo se han conformado con lo que recibieron en las tres etapas de la educación.

Eso de no tener faltas de ortografía no es una exageración ni menos aun una utopía, pues cualquiera que se lo proponga puede lograrlo. Nunca faltarán los casos en los que por descuido u otra causa se incurra en omisión; pero de allí a un error ortográfico, hay un abismo.

A mí me ocurre con mucha frecuencia en este trabajo de divulgación periodística. Por lo general redacto contra el reloj, motivado por mis ocupaciones habituales, que me limitan el tiempo para escribir y revisar minuciosamente el texto que será enviado para su publicación. Y no es que quiera justificarlos, sino que por más esfuerzo que hago, una que otra vez se cuela un gazapo.

Aunque a muchos les parezca una exageración, ningún profesional universitario, especialmente comunicadores sociales, educadores, abogados y médicos, debe tener errores ortográficos, pues de lo contrario su desempeño estaría limitado por una serie de factores que le impedirían cumplir con éxito el cometido. Hay educadores, abogados, ingenieros y médicos que son muy competentes; pero a la hora de redactar un simple texto, se desvanece esa figura que de buenas a primeras los muestra como muy capaces. Hay, inclusive, muchos que ni siquiera saben escribir sus nombres y apellidos, sin embargo se los cataloga como excelentes, ¡vaya usted a saber por qué!

No puede haber excelencia en un periodista que no sepa distinguir entre iniciar y comenzar; en un educador que tenga dificultad para conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas); en un abogado que no tenga nociones elementales sobre el uso de la coma y de otros signos de puntuación; en un médico que su escritura esté plagada de incoherencias y por falta de sintaxis.

Me imagino el caso de un abogado con las debilidades antes descritas, que tenga que elaborar un texto para presentarlo ante un juzgado. Supongo que el éxito de su propósito no estaría asegurado, porque un juez con medianos conocimientos gramaticales, inmediatamente lo rechazaría por inconsistente e incoherente.

Hace varios años circuló en las redes sociales un texto supuestamente elaborado por el connotado abogado venezolano Hermán Escarrá, a quienes muchos estiman como excelente jurista. El aludido escrito estaba plagado de errores de todo tipo, en virtud de lo cual, el juez lo rechazó ipso facto, según tengo entendido. Es posible que haya sido un montaje para desprestigiar a Escarrá; pero creo que por ese motivo (los errores), muchos juristas han fallado en el intento de encontrar el éxito.

Debo aclarar que no soy catedrático de la lengua ni pretendo serlo, dado que para hacer lo que me gusta, no es necesario ser individuo de número de la RAE. Las críticas a los periodistas, especialmente los que cubren la fuente de sucesos en los medios de comunicación de Venezuela, no tienen destinatarios directos, y cada quien podrá forjarse un criterio del asunto. Las he formulado y las formulo de manera muy respetuosa, aunque con contundencia, en virtud de llamar la atención sobre la importancia y provecho que comporta el buen uso del lenguaje que se emplea, nada más.

lunes, 7 de marzo de 2022

¡Siempre las mismas palabras!

 

Por

 David Figueroa Díaz

05/03/2022

Decir que la herramienta básica de trabajo de un periodista es el lenguaje escrito y oral, quizás no tenga ninguna relevancia, pues es lógico que alguien que se dedique a la comunicación social sepa manejar con relativa facilidad los elementos que le permitan cumplir medianamente aceptable el rol que le corresponde, sin necesidad de ser un experto lingüista.

Una forma de lograrlo es superar las nociones elementales obtenidas en la educación básica, en la media y en la universitaria, lo cual comporta un aprendizaje constante mediante la lectura y el ejercicio de la escritura, con lo que podrá fortalecer su función.

El criterio anterior, que es compartido por muchos conocedores y críticos del asunto, no significa que deba ser un experto en asuntos gramaticales, pues para una excelente labor, solo basta saber que se escribe para ser entendido, para ser ameno y para informar de manera clara sobre lo que ocurre alrededor. No es necesario ser individuo de número de la RAE, se lo aseguro.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero en Venezuela hay una incontable cantidad de periodistas de las viejas y nuevas promociones, cuya redacción está signada por el poco gusto y por la falta de creatividad, que se nota por el uso de casi siempre la misma forma de elaborar un texto, amén de que de manera muy frecuente incurren en las mismas impropiedades.

Los redactores de sucesos venezolanos, especialmente los que prestan sus servicios a medios fuera de la capital de Venezuela, suelen emplear una forma maquinal, muchas veces inducida e impuesta por la fuente, como el caso de organismos militares y policiales, en los que se sugiere un formato invariable, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Si la información es sobre un hecho delictivo, la redacción es siempre la misma, y se advierte claramente la intención, y yo diría la imposición, de ponderar la actuación del comandante, del director, del jefe o de cualquier integrante de la superioridad jerárquica, y no la finalidad de informar.

Es risible leer textos en los que se cuenta la detención de alguien en flagrancia, con la siguiente descripción: «Por instrucciones del general Pedro Pérez, (el comisionado fulano, el director zutano, el comisionado mengano), fue aprehendido Perico de los Palotes», lo cual denota poco gusto, cero creatividad y muchas veces adulación. ¡Ojo, lo de Pedro Pérez y Perico de los Palotes, es solo un ejemplo!

Es un encajonamiento que ha inducido el arraigamiento de una notable cantidad de términos mal utilizados, pues solo cambia el nombre del o de los informantes. Pareciera que el comandante, el director, el jefe o el aludido integrante de la superioridad jerárquica tienen la facultad de adivinar la comisión de los delitos.

Muchos de los que emplean esa forma de describir los hechos, no se han preocupado por saber que los verbos iniciar y comenzar, aunque son sinónimos, no se construyen de la misma forma; incurren a cada rato en la redundancia que implica escribir o decir que «el sujeto cayó abatido», pues el verbo abatir, en el caso en el que se lo usa, lleva implícita la noción de caer.

Son repetitivos en el uso inadecuado del gerundio, y por eso escriben: «El delincuente huyó siendo detenido al día siguiente». Muy pocos son los que saben que entre la huida y aprehensión del delincuente existe una marcada posteridad que contradice las normas para el buen uso de esa forma impersonal del verbo.

Cuando alguien atropella con su vehículo a un ciudadano y se da a la fuga, la frase favorita es: «Atropellado… por auto fantasma». Y si el caso es de un sujeto que llega a un lugar y somete a alguien con un arma de juguete con la intención de robarlo, a esta se le da el nombre de facsímil.

Es justo y necesario reconocer que el auto fantasma y el facsímil han ido despareciendo del vocabulario de los diaristas, quizás porque algunos se han tomado la delicadeza de enriquecer su léxico y desechar todas aquellas expresiones y términos inadecuados; pero la que se mantiene campante es la forma preconcebida de redactar.

Y ni hablar de los signos de los signos de puntuación, aspecto en el que pocos redactores se desenvuelven con facilidad.


¡A propósito de las elecciones en Venezuela!

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