Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 30 de abril de 2023

¡Leer para familiarizarse con las palabras!

Por                                


David Figueroa Díaz 

29/04/2023                  

El primer paso para disipar las dudas y deshacerse de los errores, en el caso de la gramática y la lingüística, es admitir que se tienen, y el segundo, dedicarse a poner en práctica los conocimientos que fueron recibidos en la educación formal en todos s sus niveles, que son básicos y elementales; pero permiten, si se les da la verdadera importancia, una aceptable expresión escrita y oral. ¡Manos a la obra!

Muchos de los artículos en esta publicación semanal y en otros medios, a lo largo de los casi treinta años ocupado en estos menesteres, han tenido como destinatarios directos los comunicadores sociales y los educadores, quienes por la naturaleza de su oficio, deben saber escribir y hablar bien, sin que ello signifique que deban convertirse en eruditos, aunque eso último no tendría nada de malo.

Deben ponderar el inmenso poder de inducción de los medios de comunicación social, que hace que todo lo que en ellos se escriba o se diga, mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario del común de los hablantes. Es preferible que ese enorme poder sea aprovechado de la mejor manera.

En mi caso, debo decir una vez más que no soy un experto en eso de escribir y de hablar bien, pues solo soy un preocupado por el buen decir. En tal sentido, de manera constante debo indagar para disipar mis dudas, en aras de satisfacer mi inquietud y las de un sinnúmero de personas que de manera regular me las expresan por diversas vías y, por lo regular, plantean situaciones sumamente importantes en el ámbito comunicacional escrito, que es en lo que me desenvuelvo con relativa facilidad. ¿Y por qué con relativa facilidad? ¡Porque en este aspecto, por más que se intente, nunca habrá un manejo absoluto!

Es fundamental que toda aquella persona cuya herramienta básica de trabajo implique la escritura y la expresión oral, como periodistas, educadores, locutores y otros profesionales afines, tenga presente que su desempeño tiene un fin, y ese fin no se alcanzará si el contenido está plagado de impropiedades ortográficas, verbales o de otra índole, que por lo general son fáciles de erradicar, siempre que se valore la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera. He allí la necesidad de adoptar el hábito de la buena lectura, que tendría un doble aprovechamiento: se adquieren conocimientos en diversas áreas y permite familiarizarse con las palabras.

Esa familiarización permitirá conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas), que es el comienzo para adquirir soltura en eso de redactar. También permite distinguir la función que cada palabra cumple en la oración, además del uso de los signos de puntuación, indispensables para que lo que se escriba o se diga tenga sentido. De lo contrario, solo por adivinación podría entenderse.

A la luz de las tantas observaciones y recomendaciones vertidas en este trabajo de divulgación periodística semanal, muchas han sido las personas que las han asimilado, y en virtud de lo cual han experimentado un cambio que les permite distinguirse en su ámbito laboral; pero hay otras que no aceptan que el común de los mortales se atreva a enmendarles la plana.

Su escritura es monótona, y en muchos casos, carente de sentido; pero cuando alguien tiene la osadía de cuestionarles algo impropio, sacan a relucir los supuestos años de experiencia, de diez, quince, veinte o más. No colocan tilde en donde deber, y lo peor de todo es que la usan cuando no es necesario; no emplean coma ni aun en el más elemental de los casos, que es para separar elementos en serie: casa, carro, perro, gato, avión, nevera, etc.

Podrá sonarles mal que diga esto; pero una persona que diga que tiene veinte años en el oficio de comunicador social o educador, y que su escritura esté plagada de esas faltas, no tiene veinte años de experiencia, sino el primer año repetido veinte veces, y eso es otra cosa. Lamentablemente, esos casos abundan, y por eso es prudente que de cuando en cuando se les haga un recordatorio.

Un connotado periodista venezolano, creo que su nombre es Kotepa Delgado, acuñó la frase: «Escribe, que algo queda». En el caso que hoy les he comentado, y sin pretensiones de arrogarme la sabiduría del autor de la célebre frase, que sería imperativo pedir: «Lee, que algo queda».


sábado, 22 de abril de 2023

El lenguaje de algunos políticos

Por                                

David Figueroa Díaz

22/04/2023

En cada profesión, en cada oficio y en cada actividad existen códigos que les son propios y que permiten una comunicación eficiente y eficaz entre quienes las ejercen. Para alguien que no tenga nociones elementales le será difícil entender a un médico, a un abogado o a un ingeniero cuando emplean términos de su jerga para dirigirse al común de los hablantes.

Tienen su forma de comunicarse, lo cual no es cuestionable, pues para eso estudiaron. Lo lamentable es que lo hagan ante los que no conocen ni están obligados a conocer la terminología, a menos que sean comunicadores sociales, que por la naturaleza de su oficio, deben saber un poco de cada cosa, sin pretender erigirse en sabios, aunque de cuando en cuando surge un «catedrático».

Y así por el estilo, los políticos también tienen lo suyo, lo cual tampoco es cuestionable, y de eso es lo que voy a hablarles, con el deseo de puntualizar algunos aspectos a los que casi nunca se les llama por su nombre. Siempre que hablo de asuntos que pudieran tener un carácter universal, me circunscribo a los de mi país, dado que desconozco los de otros. Así evito hacer generalizaciones que pudieran causar incomodidad.

Es común y corriente leer u oír que los políticos, en esta ocasión los de Venezuela, son retóricos, por darle un nombre a los que se expresan con una verborrea sin fin. Una cosa es hablar de una manera amena, y otra es la retórica. A quienes están familiarizados con la poesía les causaría risa el hecho de que se haga semejante comparación. Aunque, es justo y necesario destacarlo, hay políticos que de manera consciente utilizan la retórica como recurso literario para lograr sus objetivos; pero eso es otra cosa, que dicho sea de paso, se ve o se oye muy pocas veces.

Si los políticos venezolanos fueran en verdad retóricos, no habría tantos disparateros, y cada aparición pública de ellos podría ser una cátedra del buen decir; pero no es así. Claro está, hay contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

También es indispensable saber distinguir entre políticos y politiqueros. Los primeros ejercen la política como una «ciencia social que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados», y los segundos, como su modus vivendi, a costa de palabrerío hueco, plagado de falsedades y de otras intenciones malsanas. Entre ambos hay una diferencia abismal, que conviene conocer en virtud de llamar las cosas por su nombre.

Lamentablemente, esos personajes son los que ocupan mayor espacio en los medios de comunicación social, siempre con las mismas palabras, aunque a veces, con la intención de mostrarse como muy cultivados, apelan a otras para «deslumbrar» a la audiencia. Una de las palabras preferidas es diatriba, que la esgrimen a diestra y siniestra, sin conocer el verdadero significado.

El martes de la semana que hoy culmina estuve atento a una entrevista que le hacían en un programa de opinión de un canal de televisión de Venezuela, a un ciudadano que aspira a ser electo como rector de la UCV (Universidad Central de Venezuela), y me llamó la atención que usara, de manera inadecuada, el mencionado vocablo.

El uso incorrecto del término diatriba se ha convertido en un mal que ha hecho metástasis en otras áreas, como lo muestra el caso del aspirante a conducir los destinos de la máxima casa de estudios de este país, a quien, aunque no conozco; y no sería justo tildarlo de politiquero y disparatero, pues su amplia y fructífera trayectoria, mostrada por el conductor del programa, demuestra todo lo contrario.

La palabra diatriba nada tiene que ver con controversia, disputa, confrontación o algo parecido, que es como muchos la emplean. Por definición, es: «Discurso escrito u oral en el que se injuria o censura a alguien o algo», que como habrán podido notar, no tiene ningún parentesco con la forma en que se la usa, a no ser por su carga expresiva, que algunos emplean para «adornar» su expresión oral.

Del mismo tenor es el verbo arrogar, que muchos, sin saber lo que significa, lo han cambiado por abrogar. De eso ya he hablado en varias ocasiones, y posible que pronto vuelva sobre él, con la finalidad de refrescarles los conocimientos y aclararles las dudas a las personas que se preocupan por escribir bien y hablar de mejor manera.


sábado, 15 de abril de 2023

¡No corrija por corregir!

Por                                 


David Figueroa Diaz

15/04/2023

El tema de mis dos artículos anteriores ha girado en torno de un personaje que por años se ha empecinado en imponer la palabra «relievante», pues según él, es la forma correcta, muy difundida en su país natal, Colombia.

No tengo nada en contra del susodicho, y de hecho, en muchas ocasiones hemos intercambiado impresiones acerca de la necesidad de que los comunicadores sociales y los educadores se preocupen y se ocupen de usar de mejor manera la expresión escrita y oral, habida cuenta de que es su herramienta basica de trabajo.

Aunque no me propuse escribir una serie con el mismo tema, el de hoy está vinculado a los anteriores, con base en el hecho de que muchas personas, cuando apenas adquiera nociones elementales sobre ciertas disciplinas, se cree con la capacidad y autoridad suficiente para dictar cátedra. Me excluyo de esa gama, pues solo soy un aficionado del buen decir, aunque algunos detractores me señalan de pretendiente erigirme en autoridad. Eso no es cierto, pues en materia de lenguaje no hay autoridad; ni siquiera la RAE podrá arrogársela.

No es cuestionable que los periodistas, locutores, educadores, publicistas y otros profesionales de la tribu comunicacional, se preocupen por mejorar; pero eso no les da derecho a andar criticando, cuestionando y buscando errores en donde no los hay. ¿Cuál es el riesgo? ¡Qué los equivocados sean ellos, como frecuentemente ocurre!

Convencido de que los comunicadores sociales somos educadores a distancia, siempre procuro llamar las cosas por su nombre, y en virtud de lo cual apelo a términos y expresiones poco comunes en el diarismo, con la finalidad de estimular la indagación. Algunos con mala intención han dicho que lo hago «para exhibir mis grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos». Eso tampoco es cierto, pues aunque no me considero un experto, tengo facilidad para desenvolverme en estos menesteres, y por eso no necesito alardear. Quienes me han leído, podrán dar fe de cuál es la verdadera intención. ¡Eso me satisface!

En mis notas habituales no uso palabras como patrol, invierno, verano y gobierno regional, entre otras, que se han convertido en el comodín de los periodistas que escriben sobre temas de comunidad y de los que son redactores al servicio de ministerios, institutos autónomos, gobernaciones, alcaldías y otros entes gubernamentales.

Patrol es una palabra que en inglés significa patrulla, en tanto que la palabra adecuada para designar a la máquina con la que se conforme vías, es motoniveladora. No es necesario ser científico para saber que en los países del trópico no existen estaciones sino períodos, que en el caso de Venezuela son dos: sequía y lluvias.

¿Por qué hablar de «gobierno regional», si en Venezuela no existe esa figura? Yo hablo de gobierno estadal, para lo cual me avala el artículo 136 de la Carta Magna. Algunos periodistas argumentan que la fuerza de la costumbre ha impuesto «gobierno regional», lo cual pudiera ser cierto; pero también por esa misma fuerza debería imperar la obligación moral de llamar las cosas por su nombre, y nadie podrá criticar por criticar.

Me han criticado el uso frecuente de la palabra sendos, con su correspondiente femenino, y más de una persona ha creído que lo hago para destacar lo grande, lo extraordinario o lo enorme de algo. ¡Nada de eso!

Sendos «establece una relación de uno a uno entre los miembros de un conjunto de dos o más cosas o personas y los de otro conjunto de cosas o personas denotadas por el nombre al cual acompañan». Como la definición pudiera ser un tanto enrevesada, baste con saber que es «uno de cada cual o uno para cada cual». Además, esa palabra no tiene singular, por lo que es fácil anunciar su uso inadecuado cuando apareció de esa forma.

El ejemplo que siempre uso para lo de sendos, es un verso de la canción «La muerte del rucio moro», de Reynaldo Armas: «…cuando fui a cerrar sus ojos, le brotaron sendas lágrimas». Esa frase se refiere al hecho de que de cada ojo brotó una lágrima, y ​​no a si eran gigantes, como la abichuela de la película que solía ver cuando niño.

De modo pues que, no es recomendable que alguien se pase el tiempo criticando por criticar, dado que el equivocado pudiera ser el que critica. ¡No se arriesgue!


domingo, 9 de abril de 2023

Lenguaje rebuscado y voz engolada

Por                                


David Figueroa Díaz

08/04/2023

El artículo de la semana pasada, alusivo a un ciudadano colombiano residenciado en Venezuela, que durante muchos años de manera infructuosa se ha dedicado a querer imponer la palabra «relievante» en sustitución de relevante, generó diversos comentarios, como era de esperarse.

Todas las personas a las que les llamó la atención el contenido de mi escrito y que tuvieron a bien opinar al respecto, catalogaron el caso como un exabrupto, y algunas en un tono más fuerte, al autor lo tildaron de loco. Yo diría que no es para menos.

No es cuestionable que alguien, sobre todo si es comunicador social o educador, se preocupe por usar de mejor manera el lenguaje que emplea, pues es su obligación moral y legal; pero, lo digo una vez más, cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento y la ignorancia, es bastante lamentable y aun, repugnante.

Es lo que sin dudas ha ocurrido con el aludido personaje, que si bien es cierto posee un mediano grado de preparación, no ha querido entender que su propuesta no tendrá éxito, dado que es solo el capricho de un locutor, narrador deportivo, periodista y abogado, que se cree dueño de la verdad y con la facultad de dictar cátedra sobre temas gramaticales y lingüísticos. Estoy seguro de que sus paisanos colombianos no se sentirán orgullosos de sus «innovaciones» lingüísticas.

Uno de esos comentarios provino de Chile, con la autoría de Nélyda Saade, venezolana residenciada en esa nación sureña, a quien no conozco de manera presencial; pero hemos entablado una relación amistosa por medio de las bondades de la tecnología actual. Nélyda es educadora y por muchos años ha estado ligada con el acontecer periodístico de Venezuela, lo cual hace que su opinión sea respetable y respetada. Ella me sugirió hablar del caso de las personas que, con la intención de adornar su prosa y de exhibir su «extenso y florido léxico», utilizan palabras que ni ellos mismos conocen. ¡Las hay por montones!

No es cuestionable que alguien, con la intención de mejorar su expresión escrita y oral, se preocupe por enriquecer su vocabulario; pero ese proceso de enriquecimiento debe ocurrir de manera progresiva, natural; sin forzar el lenguaje, dado que de lo contrario le pasará lo que a muchos: creerá encontrar errores en donde no los hay, y en el caso de que sea periodista, a lo mejor pensará que cada nota informativa suya es una pieza literaria. Es posible que con sus ínfulas, no haga periodismo ni literatura. ¡Eso sería lo peor que pudiera ocurrirle, amén de las burlas constantes!

Se debe tener presente que la sinonimia de las lenguas no es perfecta, lo que hace que dos palabras a las que se las considere sinónimas, cambien de significado según el contexto. De esto último he hablado en muchas ocasiones, por lo que solo les remito el caso de iniciar y comenzar que, aunque son dos verbos sinónimos, no se construyen de la misma forma. Lamentablemente, muchos diaristas de Venezuela y de otros paises de habla hispana no han entendido que las cosas no inician: se inician o son iniciadas.

Otro aspecto fundamental que deben tomar en cuenta los aficionados del buen decir, es que para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario ser catedrático del idioma, que este caso es el español. Lo indispensable es el sentido común, que conlleva la obligación de valorar el alcance de lo que se escriba, que mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario del común de los hablantes. Ese inmenso poder inductivo que ejercen los medios de comunicación no debe usarse de manera muy libérrima, dado que el efecto podría ser igualmente provechoso que dañino. ¡Es preferible lo primero!

En cuanto a la voz engolada, es necesario decir que es una fea costumbre que tienen algunos locutores y otros que no lo son, pero que de igual forma actúan en radio, usurpando la función del verdadero profesional del micrófono. Engolar es una forma afectada de darle resonancia a la voz. Es muy común en aquellos que creen que para ser locutor, solo es necesario tener un buen timbre de voz. Por supuesto, es indispensable tener buen tono de voz; pero también buena dicción y cultura general.

En Venezuela hay locutores que no tienen un vozarrón; pero esa falencia la compensan con talento y creatividad, como el caso de Eli Bravo, quien derrumbó el mito de las voces retumbantes y transformó los programas de radio de los años noventa, dejando su marca en la historia. ¡Bravo Eli!

domingo, 2 de abril de 2023

¡Es irrelevante!


Por:                                   


David Figueroa Díaz

01/04/2023

Para las personas que se dedican a escribir sobre temas gramaticales y lingüísticos, es agradable saber que hay mucha gente que se preocupa por mejorar su expresión escrita y oral, especialmente comunicadores sociales y educadores, que están en la obligación moral, e incluso legal, de escribir bien y de hablar de mejor manera. A pesar de que la gama de impropiedades es amplísima interés, hay cada día un creciente por disipar las dudas y por falta de lo inadecuado.

Ese interés creciente es una evidencia de que el trabajo por procurar mejoras en la forma de comunicarse, no ha sido en vano, lo cual por supuesto, es una gratificación para quienes ocuparon su tiempo en esos menesteres, entre los que me cuento.

Ahora, cuando esa preocupación de diaristas y docentes se basa en el desconocimiento y en la ignorancia, es bastante lamentable. Ocurre que algunas personas, luego de haber recibido nociones elementales de gramática o de otra disciplina afín, se arrogan la autoridad de dictar cátedra y de corregir a todo aquel que ellos consideran ignorantes. Se pasan el tiempo buscando errores en donde no los hay. A ellos pudiera llamárseles «espontáneos del idioma», pues eso de escribir y de hablar bien no es su fuerte. Se dedican a porfiar y jamás argumentan nada.

En muchas ocasiones dijo que no pretendo ser catedrático del idioma español, pues solo soy un aficionado del buen decir, aunque no podrá considerarme espontáneo en estos meses, en los que llevo casi treinta años.

Hace algunos días Giovanni Iaboni, amigo y colega locutor venezolano, me planteó su inquietud acerca de un cuestionamiento que sin argumento válido le hizo recientemente un espontáneo del idioma, sobre el vocablo relevante y su variable irrelevante. El personaje en cuestión sostiene la tesis según la cual, las formas correctas son «relievante» e «irrelievante».

Conozco la historia del aludido ciudadano, a quien le valoro su relativo manejo de la expresión escrita y oral y el hecho de haber sido formado profesionalmente, luego de varios años de su llegada de Colombia para actuar en Venezuela, como narrador de fútbol profesional. Se graduó de licenciado en Comunicación Social, y más tarde de abogado, aunque ambos oficios no los ha desempeñado con regularidad.En su necio empeño de imponer su «creación» lingüística lleva casi treinta años; pero no ha tenido éxito, pues cada vez que lo intenta, fracasa, dado que no puede argumentarlo, por la simple y sencilla razón de que esa palabra solo existe en su imaginación. La usa de manera regular para alardear de gran conocer de gramática y de lingüística, de lo que sabe muy poco.

Ha dicho que en Colombia es común y corriente que en casi todos los estratos sociales se habla de relieve y no de relevante, lo cual me atrevo a negar, con base en los contenidos informativos que a diario publican los medios de comunicación de esa nación. Es justo reconocerlo: se esmeran por el buen uso del idioma, aunque a veces exageran. Puede ser que en algunas regiones de Hispanoamérica haya pequeños segmentos en los que por desconocimiento u otras razones digan «relievante» en lugar relevante;pero de ahí a que sea la generalidad, hay un abismo. En Venezuela, curiosamente, varias personas que están ligadas con el acontecer educativo y cultural, dicen «diferencia» en vez de diferencia.

Es prudente recalcar que las palabras no las crea la Real Academia Española, sino el pueblo hablante, por necesidad expresiva. Si la palabreja «relievante» fuera común y corriente en Colombia, la docta institución ya la hubiera incluido en su registro léxico y la hubiera etiquetado como un colombianismo.

Relevante, según el DLE, es sobresaliente, destacado, importante, significativo. De alivio, el mismo diccionario muestra varias acepciones, que aluden a lo que sobresale, con lo que no debe haber ninguna duda.

Es posible que el defensor de «relievante» crea que, como la palabra malhadada está más cerca fonéticamente de relieve, sea la correcta; pero no es cierto, pues por disimilación, asimilación u otros fenómenos fonológicos, debe ser relevante. Es el mismo caso de diciembre y de año, de lo que derivan decembrino y anual, respectivamente, y no «diciembrino» y «añual». ¡Ojalá no se le ocurra otra invención!

A todas esas, no debe haber dudas, temores ni confusiones, pues el sentido común y el buen gusto imponen el uso de relevante, que es lo correcto. Lo demás es necesario, o en todo, caso irrelevante. ¡Así de sencillo!

¡A propósito de las elecciones en Venezuela!

 Por: David Figueroa Díaz   30/03/2024 Hay situaciones que de pronto desaparecen; pero basta con que haya un elemento vinculante para que re...