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sábado, 24 de junio de 2023

INVENTAR PALABRAS TIENE SUS RIESGOS

Por: 

David Figueroa Díaz 


24/06/2023

Los más recientes artículos de este trabajo de divulgación periodística, lo digo una vez más, han recibido varios comentarios que, aparte de elogiosos, son una evidencia de que a pesar de la generalizada apatía por mejorar la escritura y la expresión oral, existe un selecto grupo que se preocupa y se ocupa de hacer bien ambas cosas. ¡Esa ha de ser la actitud, bien por ellos!

Todo aquel que se precie de comunicador social o educador, debe tomar conciencia de la importancia de su labor, aunque lamentablemente hay diaristas y docentes, por lo menos en Venezuela, que se han conformado con lo que aprendieron en la universidad, y nadie los hace desistir. Pareciera que sus errores frecuentes, que yo prefiero llamar impropiedades, los hiciera sentir una especial e infinita satisfacción. A lo mejor exagero; pero es posible que sea así.

De los comentarios a los que he aludido en el primer párrafo de este artículo, me llamó la atención uno que me envió el colega periodista Héctor González Burgos, con quien tuve el honor de cursar estudios de Comunicación Social en la siempre recordada Universidad Católica Cecilio Acosta, en el núcleo de Barquisimeto. Héctor es un talentoso comunicador que ha entendido la importancia de su oficio, y por eso se esmera en desempeñarlo cabalmente. ¡Por eso se distingue!

Recientemente me hizo un interesante planteamiento respecto de una palabra que, si bien es cierto es perfectamente válida, en el contexto en que la oyó le parece que no es adecuada. Le prometí que haría un comentario al respecto, en función de evitar la formación de dudas y la propagación de situaciones viciadas. Ese comentario lo haré en otra entrega; pero el de hoy guarda relación con su inquietud.

Habrá quienes pudieran imaginarse que la Real Academia Española es la inventora de las palabras, y que para tal propósito reuniera a sus miembros en un salón parecido al que usa el Vaticano para elegir al papa. Ignoran que en materia de palabras, el inventor es el pueblo hablante, que las crea por necesidad expresiva. ¡No se les olvide eso!

Por desconocimiento de cuál es su función, muchos le atribuyen a la RAE una autoridad que no tiene. Es frecuente leer u oír que «la Real Academia Española aceptó la palabra guasapear», por ejemplo. Algunos la usan para describir la acción de enviar mensajes a través de WhatsApp; pero eso no implica que deba usarse porque así lo decidió la docta institución, dado que no es un tribunal para determinar cuál palabra usar y cuál no. Su función es meramente de registro, ante la realidad de que en determinados lugares de habla hispana, algunos hayan sentido la necesidad de apelar a guasapear para describir el hecho de enviar mensajes por esa vía. ¡Yo todavía no la he sentido, ojalá que no!

Y cuando digo que la invención de palabras tiene sus riesgos, me baso en el caso de muchas personas, que «con el deseo de deslumbrar con su fina prosa», se desviven por mostrar palabras dizque creadas por ellas, y en la mayoría de las veces caen en lo ridículo y producen risa; pero la que surge después de oír bobo.

No es cuestionable que un comunicador social o educador se esmere por escribir bien y hablar de mejor manera, pues esa es su obligación moral e inclusive legal; pero cuando se ponen a alardear de muy creativos, la situación pudiera tornarse lamentable, a menos que la intención sea humorística.

En Venezuela, Rómulo Betancourt era muy dado a inventar palabras, que utilizaba con varias intenciones, entre esas, la de desacreditar a sus adversarios. Lo hacía con vehemencia y con gran dosis de humor, lo que hizo que muchas se lexicalizaran. Betancourt, aparte de político y estadista, fue un gran humorista, quizás sin habérselo propuesto.

Otra cosa que es altamente riesgosa, es la utilización de palabras cuyo significado se desconozca, solo por aparentar ser muy cultivado. Hay muchos que tienen esa fea y mala costumbre, no solamente periodistas o educadores, sino otros a los que les gusta adornar su prosa, que por lo general no lo logran.

No es cuestionable que alguien se preocupe por mejorar cada día su escritura y expresión oral; pero cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento, en la ignorancia y en la necedad, el resultado podría ser dañino. ¡Así que, usted decide!


sábado, 17 de junio de 2023

¡Armamento, maquinaria, triz, vialidad y otras palabras!

Por

David Figueroa Díaz    


17/06/2023

Mi artículo de la semana pasada fue objeto de comentarios favorables, por parte de personas que se preocupan por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, lo cual me es satisfactorio, al tiempo que me estimula a seguir aportando elementos que pudieran contribuir al mejoramiento de la expresión escrita y oral. ¡Esa es y será la intención!

Es justo reconocer que a pesar de que la gama de impropiedades lingúisticas es amplia, hay un creciente interés por mejorar, sobre todo en aquellos que de una u otra forma están ligados con la comunicación social, la educación y otros oficios que imponen la obligación de escribir bien y hablar de mejor manera.

Pero como fueron muchas las manifestaciones de solidaridad para con mi aporte, recibidas por diversas vías, no haré menciones personales, pues no correré el riesgo que implica nombrar a unos y a otros no. De lo que sí pueden estar seguros, es de que esos comentarios afectuosos, lejos de impregnarme de altivez, vanidad u otra actitud reprochable, me comprometen en seguir haciendo lo que esté al alcance para mantener este trabajo de divulgación periodística. ¡Sé cuán sinceras fueron esas expresiones! ¡Muchas gracias!

El artículo del sábado pasado estuvo dedicado a mostrar el mal uso de la palabra guaya, que se ha convertido en un comodín del léxico de los diaristas que cubren la fuente de comunidad y la de sucesos en Venezuela.

Expliqué, desde el punto de vista técnico y práctico, las razones por las que es imprudente e inadecuado hablar de guaya de alta, baja o media tensión, pues ellas no se utilizan para transmitir energía, sino para soportar postes en finales de líneas o en otro tipo de estructuras en las que sea necesario atenuar la tensión mecánica que produce el peso de los conductores.

Y así como se le da un mal uso a la referida palabra, también ocurre con muchas otras, entre las que están armamento, maquinaria, vialidad y el sufijo triz. He perdido la cuenta de las veces que he tocado este tema; pero en cada una he procurado mostrar ejemplos sencillos, desprovistos del rigor gramatical, con la finalidad y el deseo de que sea del mayor provecho para aquellas personas que se preocupan por mejorar su escritura y expresión oral; pero como «de todo hay en la viña del Señor», quedan resabios sobre los que es necesario volver.

Muchas personas, especialmente las que están ligadas a la comunicación social, como los diaristas que cubren la fuente de sucesos, no han entendido ni se han preocupado por saber que armamento es un conjunto de armas. Es frecuente leer u oir que «luego de la requisa de rigor, al sujeto le fue decomisado un armamento que cargaba en la cintura». Cuando leo u oigo frases similares, me imagino una escena de Rambo.

Algo parecido sucede con la palabra maquinaria, que muchos ignoran que alude a un grupo de máquinas. Por lo tanto, es incorrecto decir, por ejemplo, «la maquinaria que estaba limpiando el caño Madre Vieja se dañó», cuando se sabe que es o fue una.

Es una palabra colectiva, y los diaristas deben tener cuidado para no usarla de forma inapropiada. Deberán escoger entre el singular y el plural: máquina es una; y maquinaria, varias. No será entonces las maquinarias, sino la máquina o la maquinaria, dependiendo de cuántas sean.

En relación con el sufijo triz, es necesario recalcar que es de género femenino y muchos no lo saben: emperatriz, institutriz, meretriz, etc. Es por eso que casi a diario aparecen notas de prensa o menciones comerciales en las que se leen o se oyen frases como «parque automotriz», «repuestos automotrices», «mecánico automotriz» y otras formas similares en las que sin dudas el referido sufijo está mal empleado.

Lo adecuado es parque automotor, repuestos automotores y mecánico automotor ¿Por qué? ¡Porque, por regla elemental, el sustantivo y el adjetivo deben concordar en género y número! Para manejar ese asunto con relativa facilidad, no es necesario ser miembro de la Real Academia Española, sino saber qué es un sufijo y tener nociones elementales de concordancia, lo cual lo enseñan en primaria, en secundaria y lo refuerzan en la universidad.

Cierro con la palabra vialidad, que por descuido o desconocimiento, la mayoría de los periodistas de la fuente de comunidad y aquellos trabajan en ministerios, gobernaciones o alcaldías, no sabe utilizar. ¡Vialidad, apreciados colegas, es un conjunto de vías, no se les olvide! Al igual que armamento y maquinaria, es una palabra colectiva que contiene la noción de plural, es decir, varias cosas. Estimo que no es necesario mostrar ejemplos, pues los de armamento y maquinaria serían suficientes, dado que encajan perfectamente; solo basta un poco de sentido común.


sábado, 10 de junio de 2023

¿Una guaya de alta tensión? ¡No lo creo!

Por

David Figueroa Díaz  


10/06/2023

Siempre he dicho que muchos de los artículos de este trabajo de divulgación periodística son producto de inquietudes de comunicadores sociales (diaristas, locutores y publicistas), así como de educadores y de otros profesionales que han comenzado a valorar la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera.

Me hacen llegar de manera regular interesantes inquietudes y planteamientos que, por un lado me facilitan el trabajo de selección, y por el otro, me permiten sentir la satisfacción de saber que el esfuerzo no ha sido en vano.

Los tres más recientes («Una gran pregunta conlleva a una gran investigación»; «¿Por la mínima diferencia?» y «El cuarto cuarto»), han hecho que muchos aficionados del buen decir se hayan interesado en disipar sus dudas y así poder adquirir soltura en la redacción de textos y en la expresión oral.

¡Eso me alegra y me compromete en seguir aportando elementos para un mejor uso del idioma español, siempre con la convicción de que no pretendo dictar cátedra!

El primero de ese grupo de tres surgió de la promoción de una serie policiaca del canal estadounidense de habla hispana A&E; en tanto que los otros son del ámbito deportivo, del que siempre mantengo lo que he dicho muchas veces: hay excelentes profesionales; pero también muchos disparateros. ¡Usted escoge!

He hablado de la colombianización de la narración, del comentario y de otras situaciones que giran en torno de esa faceta de la comunicación. A algunos les han parecido interesantes y oportunos mis análisis; en tanto que a otros (quizás disparateros) no les ha despertado el menor interés. No es para menos, pues la escritura es como la comida: a unos les hace provecho, y a otros los indigesta.

El artículo de hoy surgió de una nota de sucesos, publicada en un diario digital del estado Portuguesa, Venezuela, cuyo título señalaba el fallecimiento de un ciudadano luego de haber hecho contacto con una «guaya de alta tensión».

Eso me llamó la atención, pues como sabrán, aparte de periodista, soy electricista y extrabajador de Cadafe, antiguo nombre de la empresa encargada de la administración y distribución del fluido eléctrico en Venezuela.

Tuve la oportunidad de comunicarme con el redactor de la aludida nota, y con todo respeto le hice saber que no es apropiado decir «guaya de alta tensión». Le di una breve explicación y aproveché para comentarle otras impropiedades que son muy frecuentes en el diarismo, especialmente en la fuente de sucesos y en la de comunidad.

No es apropiado hablar de guaya de alta tensión, simplemente y llanamente porque el material con el que están construidas las líneas es aluminio (arvidal), y las guayas son de acero. No se usan para ese fin.

La energía en alta, media y baja tensión es transportada por conductores o cables; pero no por guayas. Las guayas, por su consistencia y resistencia física (acero), se utilizan para anclar postes en finales de líneas o en otras estructuras, con la finalidad de reducir la tensión mecánica y evitar que se derrumben. Comúnmente se les llama retenidas, y en algunos casos, vientos de construcción.

Muchos redactores pudieran afirmar que ellos dicen guayas de alta tensión porque no son electricistas, y por eso no están obligados a conocer el argot de los profesionales de la electricidad. Eso no es justificación, si se toma en cuenta que un comunicador social es un educador a distancia, y para tal efecto debe estar apercibido de un bagaje de conocimientos que le permitan llamar las cosas por su nombre, sin llegar al tope de la arrogancia y la prepotencia.

Muchos de ellos dicen «postas», «postar», «postel», en lugar de poste, que es la palabra correcta. Existe posta; pero es otra cosa.

No es necesario que los periodistas sean técnicos, ingenieros electricistas, médicos o abogados, sino cuidadosos para aplicar el sentido común que los induzca a valorar la labor que desempeñan ante la sociedad, sobre la base del inmenso poder inductivo que ejercen los medios de comunicación, lo que implica que todo lo que en ellos se escriba o se diga, mal o bien, se arraigará en el vocabulario del común de las personas.

Y ya que les he hablado de conductores eléctricos, es prudente acotar que la denominación cable no solo se aplica al que lleva un recubrimiento de material aislante.

Cable, desde el punto de vista de la electricidad de distribución, es todo aquel que conduce energía. Por eso es válido decir cable de alta tensión, como por ejemplo: «Muere electrocutado ciudadano al rozar con un cable (conductor o línea) de alta tensión». ¿Difícil? ¡Tampoco lo creo!


sábado, 3 de junio de 2023

El «cuarto cuarto»

Por:

David Figueroa Diaz  


06/03/2023

Tengo amigos narradores y comentaristas deportivos con los que suelo intercambiar impresiones acerca de las impropiedades más comunes en los medios de comunicación social y en su área de trabajo. Siempre les dijo que hay unos muy buenos y otros que lamentablemente no han entendido la importancia de su profesión, lo cual no les permite desempeñarse con éxito, además de que frecuentemente son blancos de fuertes cuestionamientos.

Perdió la cuenta de las veces que dedicó artículos a la pobreza crítica en la expresión escrita y oral de una cantidad considerable de personas que se dedicaron a describir ya comentar el deporte. No me cansaré de decir que en ese ámbito hay excelentes profesionales cuyo desempeño es una cátedra del buen decir y de dominio sobre la disciplina que narran o comentan; pero sin ningún temor y con toda responsabilidad, también dijo que hay muchos disparateros.

Eso de los disparateros ha molestado a algunos; pero en lugar de ocuparse de superar los obstáculos que nos permiten una mejor actuación, se han dedicado a rumiar su descontento. Me complace que a la luz de algunas sugerencias y recomendaciones vertidas en este espacio de divulgación periodística, muchos se hayan librado de esas propiedades idiomáticas, y hayan comenzado a hacerse sentir. ¡Repito: hay unos muy buenos, y otros que no podrían recibir esa calificación! ¡Ellos escogerán el bando al que pertenecerán!

En una conversación telefónica reciente que sostuve con Giovanni Iaboni, amigo y narrador de fútbol, ​​surgió la inquietud sobre el nombre de los tiempos de juego en el basquetbol. Giovanni me ha dicho que es integrante de un grupo en Facebook en el que se dedican a analizar los vicios más comunes en los medios de comunicación, en la narración, en el comentario deportivo y en el habla cotidiana, lo cual me parece muy interesante, pues es una evidencia de que hay interés por superar las dificultades; pero no se le debe decir amén a todo lo que en esos grupos se diga, dado que en muchos casos la intención es imponer un criterio personal, carente de una base que lo legitime.

En uno de esos intercambios de opiniones en la referida red social, según mi amigo, surgió la duda sobre si es válido hablar del «cuarto cuarto». Le di una breve explicación, que hoy ampliaré en función de que los interesados ​​puedan disipar sus dudas.

Si existen el primer cuarto, segundo cuarto y el tercer cuarto, lo lógico es que haya el «cuarto cuarto». Hay quienes afirman que es una redundancia, lo cual no es cierto. Existe cacofonía, es decir, una repetición necesaria de sonidos concurrentes, que es otra cosa. Si bien es cierto que la cacofonía es un vicio, si se la usa de manera razonable, pudiera ser un recurso muy útil.

Ahora, ¿por qué no es un error decir el «cuarto cuarto»? Porque desde el punto de vista gramatical la palabra cuarto, aunque apareció duplicada, no cumple la misma función. En la primera es una forma ordinal, y en la segunda, partitiva: «primer cuarto», «segundo cuarto», «tercer cuarto» y «cuarto «cuarto». Por lo tanto, es válido. ¡Ah, que puede evitarse; eso tambien es otra cosa!

Los narradores, comentaristas de basquetbol o todo aquel que precise de usarla, deberán aplicar el sentido común, para elegir entre período, lapso, segmento o cualquier término afín, si es que le repugna el «cuarto cuarto»; pero también debe tener presente que al usar, no incurre en error.

Otro de los temas de los que habló con Giovanni Iaboni, es lo que denominó la «colombianización» de la narración y el comentario deportivo en Venezuela. A muchos de los que ejercen ese oficio en ese país, no les gusta que los llamen narradores, sino relatores, con lo que, me imagino, siento una fruición especial. Eso ha llegado desde Colombia, nación hermana con la que no tengo nada en contra. Allá hay muy buenos narradores y comentaristas; pero lamentablemente existen otros que simplemente son disparateros. Son esos los que intentan imponer sus criterios asignados, ante lo cual los demás pueden tener cuidado.

Narrar y relatar, aunque pudieran tener diferencias sutiles, son básicamente lo mismo, y en el caso del deporte, podrían usarse indistintamente. No me opongo a que se tomen las enseñanzas de otras naciones, de otras escuelas, con las que podrían adquirirse mayor soltura en el desempeño; pero cuando la enseñanza se transforma en imitación, la cosa pudiera ser lamentable, dado que un imitador siempre será un segundo, a menos que lo haga de manera profesional, como Rolando Salazar, Laureano Márquez y Emilio Lovera, entre otros venezolanos que han ganado dinero imitando a personas del ámbito político y social de Venezuela.


¡A propósito de las elecciones en Venezuela!

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