Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 13 de marzo de 2022

No es nada personal!


Por

 David Figueroa Díaz

12/03/2022


La semana pasada mi acostumbrado comentario en este importante medio de comunicación estuvo dedicado a la mala costumbre de algunos redactores de sucesos, sobre todo venezolanos, que utilizan siempre las mismas palabras y por lo general incurren en impropiedades de manera muy frecuente, pues no se han persuadido de la importancia de su rol ante la sociedad.

Siempre he dicho que para redactar medianamente aceptable, no es necesario poseer grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos. Solo basta aplicar los conocimientos elementales que se adquirieron en la educación primaria, en la secundaria, que se refuerzan en la universidad. Lo indispensable es escribir con claridad, sencillez, con conocimientos del tema del que se habla, sin errores de ninguna índole, con base en el hecho de que los medios de comunicación fueron creados para educar, entretener e informar.

Para lograr esos tres propósitos, el comunicador social debe leer de manera regular, estar actualizado y convencerse de que su función es la de un gran educador a distancia, a quien no le estaría permitido los errores ortográficos. Pero lamentablemente, los periodistas, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, solo se han conformado con lo que recibieron en las tres etapas de la educación.

Eso de no tener faltas de ortografía no es una exageración ni menos aun una utopía, pues cualquiera que se lo proponga puede lograrlo. Nunca faltarán los casos en los que por descuido u otra causa se incurra en omisión; pero de allí a un error ortográfico, hay un abismo.

A mí me ocurre con mucha frecuencia en este trabajo de divulgación periodística. Por lo general redacto contra el reloj, motivado por mis ocupaciones habituales, que me limitan el tiempo para escribir y revisar minuciosamente el texto que será enviado para su publicación. Y no es que quiera justificarlos, sino que por más esfuerzo que hago, una que otra vez se cuela un gazapo.

Aunque a muchos les parezca una exageración, ningún profesional universitario, especialmente comunicadores sociales, educadores, abogados y médicos, debe tener errores ortográficos, pues de lo contrario su desempeño estaría limitado por una serie de factores que le impedirían cumplir con éxito el cometido. Hay educadores, abogados, ingenieros y médicos que son muy competentes; pero a la hora de redactar un simple texto, se desvanece esa figura que de buenas a primeras los muestra como muy capaces. Hay, inclusive, muchos que ni siquiera saben escribir sus nombres y apellidos, sin embargo se los cataloga como excelentes, ¡vaya usted a saber por qué!

No puede haber excelencia en un periodista que no sepa distinguir entre iniciar y comenzar; en un educador que tenga dificultad para conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas); en un abogado que no tenga nociones elementales sobre el uso de la coma y de otros signos de puntuación; en un médico que su escritura esté plagada de incoherencias y por falta de sintaxis.

Me imagino el caso de un abogado con las debilidades antes descritas, que tenga que elaborar un texto para presentarlo ante un juzgado. Supongo que el éxito de su propósito no estaría asegurado, porque un juez con medianos conocimientos gramaticales, inmediatamente lo rechazaría por inconsistente e incoherente.

Hace varios años circuló en las redes sociales un texto supuestamente elaborado por el connotado abogado venezolano Hermán Escarrá, a quienes muchos estiman como excelente jurista. El aludido escrito estaba plagado de errores de todo tipo, en virtud de lo cual, el juez lo rechazó ipso facto, según tengo entendido. Es posible que haya sido un montaje para desprestigiar a Escarrá; pero creo que por ese motivo (los errores), muchos juristas han fallado en el intento de encontrar el éxito.

Debo aclarar que no soy catedrático de la lengua ni pretendo serlo, dado que para hacer lo que me gusta, no es necesario ser individuo de número de la RAE. Las críticas a los periodistas, especialmente los que cubren la fuente de sucesos en los medios de comunicación de Venezuela, no tienen destinatarios directos, y cada quien podrá forjarse un criterio del asunto. Las he formulado y las formulo de manera muy respetuosa, aunque con contundencia, en virtud de llamar la atención sobre la importancia y provecho que comporta el buen uso del lenguaje que se emplea, nada más.

lunes, 7 de marzo de 2022

¡Siempre las mismas palabras!

 

Por

 David Figueroa Díaz

05/03/2022

Decir que la herramienta básica de trabajo de un periodista es el lenguaje escrito y oral, quizás no tenga ninguna relevancia, pues es lógico que alguien que se dedique a la comunicación social sepa manejar con relativa facilidad los elementos que le permitan cumplir medianamente aceptable el rol que le corresponde, sin necesidad de ser un experto lingüista.

Una forma de lograrlo es superar las nociones elementales obtenidas en la educación básica, en la media y en la universitaria, lo cual comporta un aprendizaje constante mediante la lectura y el ejercicio de la escritura, con lo que podrá fortalecer su función.

El criterio anterior, que es compartido por muchos conocedores y críticos del asunto, no significa que deba ser un experto en asuntos gramaticales, pues para una excelente labor, solo basta saber que se escribe para ser entendido, para ser ameno y para informar de manera clara sobre lo que ocurre alrededor. No es necesario ser individuo de número de la RAE, se lo aseguro.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero en Venezuela hay una incontable cantidad de periodistas de las viejas y nuevas promociones, cuya redacción está signada por el poco gusto y por la falta de creatividad, que se nota por el uso de casi siempre la misma forma de elaborar un texto, amén de que de manera muy frecuente incurren en las mismas impropiedades.

Los redactores de sucesos venezolanos, especialmente los que prestan sus servicios a medios fuera de la capital de Venezuela, suelen emplear una forma maquinal, muchas veces inducida e impuesta por la fuente, como el caso de organismos militares y policiales, en los que se sugiere un formato invariable, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Si la información es sobre un hecho delictivo, la redacción es siempre la misma, y se advierte claramente la intención, y yo diría la imposición, de ponderar la actuación del comandante, del director, del jefe o de cualquier integrante de la superioridad jerárquica, y no la finalidad de informar.

Es risible leer textos en los que se cuenta la detención de alguien en flagrancia, con la siguiente descripción: «Por instrucciones del general Pedro Pérez, (el comisionado fulano, el director zutano, el comisionado mengano), fue aprehendido Perico de los Palotes», lo cual denota poco gusto, cero creatividad y muchas veces adulación. ¡Ojo, lo de Pedro Pérez y Perico de los Palotes, es solo un ejemplo!

Es un encajonamiento que ha inducido el arraigamiento de una notable cantidad de términos mal utilizados, pues solo cambia el nombre del o de los informantes. Pareciera que el comandante, el director, el jefe o el aludido integrante de la superioridad jerárquica tienen la facultad de adivinar la comisión de los delitos.

Muchos de los que emplean esa forma de describir los hechos, no se han preocupado por saber que los verbos iniciar y comenzar, aunque son sinónimos, no se construyen de la misma forma; incurren a cada rato en la redundancia que implica escribir o decir que «el sujeto cayó abatido», pues el verbo abatir, en el caso en el que se lo usa, lleva implícita la noción de caer.

Son repetitivos en el uso inadecuado del gerundio, y por eso escriben: «El delincuente huyó siendo detenido al día siguiente». Muy pocos son los que saben que entre la huida y aprehensión del delincuente existe una marcada posteridad que contradice las normas para el buen uso de esa forma impersonal del verbo.

Cuando alguien atropella con su vehículo a un ciudadano y se da a la fuga, la frase favorita es: «Atropellado… por auto fantasma». Y si el caso es de un sujeto que llega a un lugar y somete a alguien con un arma de juguete con la intención de robarlo, a esta se le da el nombre de facsímil.

Es justo y necesario reconocer que el auto fantasma y el facsímil han ido despareciendo del vocabulario de los diaristas, quizás porque algunos se han tomado la delicadeza de enriquecer su léxico y desechar todas aquellas expresiones y términos inadecuados; pero la que se mantiene campante es la forma preconcebida de redactar.

Y ni hablar de los signos de los signos de puntuación, aspecto en el que pocos redactores se desenvuelven con facilidad.


sábado, 26 de febrero de 2022

No todo puede estar entre comillas

 

Por

David Figueroa Díaz

26/02/2022

Desde hace poco más de un mes he vuelto a la radio, oficio del estaba un tanto alejado, pues soy además diarista, y me dedico más a la redacción de textos, que al noble oficio del micrófono. No me había apartado totalmente, pues de manera indirecta mis actividades guardan relación con la radio.

Soy locutor desde hace algo más de treinta años, y en gran parte del trayecto, mi desempeño en la radio siempre ha estado combinado, bien con el diarismo, o con actividades que de una u otra forma guardan relación con la comunicación social.

En ese medio he experimentado varias facetas, desde leer cuñas comerciales en transmisiones de eventos deportivos, hasta ser la segunda voz en noticieros, acompañando a experimentados locutores, que en cada actuación dictaban cátedra de cómo leer noticias en radio. De ellos aprendí muchas cosas que hoy día me son sumamente útiles.

En los actuales momentos produzco y conduzco un programa de radio, informativo y musical, por una emisora cuya programación es de corte venezolanista, y me ha tocado ser reportero, redactor y locutor. Para las notas internacionales, nacionales y estadales, abro los portales informativos y reestructuro las informaciones, en función de que sean digeribles en las personas que con interés oyen la radio, siempre con el acuerdo de mencionar la fuente. Las municipales surgen del día a día de mi desempeño como director de Prensa y protocolo de la Alcaldía de Guanarito estado Portuguesa, Venezuela.

Una de las cosas que me ha llamado la atención es el uso inadecuado y excesivo de las comillas, asunto al que le he dedicado muchos artículos desde 1994, cuando comencé a escribir sobre lenguaje escrito y oral. Hoy quiero someramente referirme una vez más al tema; pero más allá de remachar lo antes dicho, deseo llamar la atención de los redactores, en función de que se persuadan de que las comillas no son un adorno, sino un signo que debe usarse de manera racional para evitar el envilecimiento y el ajamiento de la escritura.

A muchos periodistas les encanta usar las comillas, y por tal razón, a casi a todo se las colocan, lo que hace que el lector no sepa distinguir entre quién es el redactor y quién es el informante, amén de que tantas comillas juntas pudieran producir fatiga. Se puede entender que la intención sea colocar palabras en boca del informante como un recurso evasivo y de otra índole; pero me parece exagerado y abusivo el uso que se hace de este signo en los portales que reproducen notas internacionales, nacionales y estadales. Da la impresión de que no hay quien las revise antes de que sean difundidas.

Es menester señalar que las comillas tienen dos usos fundamentales: para indicar que una cita es textual o para ironizar palabras o frases. Lo demás es meramente estilístico, que no sería cuestionable, siempre que se sepa a ciencia cierta cuál es la verdadera utilidad del mencionado signo. Es frecuente leer párrafos en los que aparecen más de tres entrecomillados en el mismo renglón, lo cual deja traslucir la ausencia de alguien que con conocimientos pueda depurar los textos.

En ese ir y venir de la recopilación de notas para nutrir el programa informativo y musical al que he hecho alusión, he encontrado una considerable cantidad de casos en los que pareciera que las comillas pasaron a ser un adorno, dado que se las usa de manera muy libérrima, como ha ocurrido con los signos de interrogación, de admiración y los puntos suspensivos.

Me llamó la atención una nota sobre el CICPC (Cuerpo de Investigaciones, Penales y Criminalísticas), que decía que ese cuerpo había publicado la lista de «los 10 más buscados del país», con referencia, a los hechos más recientes en Venezuela, en los que han sido abatidos delincuentes de alta peligrosidad, entre estos el «Koki», que mantuvo en jaque a los cuerpos de seguridad, y atemorizados a los habitantes de la Cota 905, sector popular del oeste de Caracas.

¿Qué problema habría si la frase que he resaltado en negritas no se hubiera colocado entre comillas? Ninguno, pues en ese contexto está perfectamente claro que alude a delincuentes de alta peligrosidad, a juzgar por el título de la información.

Los redactores, sobre todo los de sucesos, deben ser cuidadosos para para evitar usos innecesarios, pues no todo puede estar entre comillas. ¡Así de sencillo!


sábado, 12 de febrero de 2022

Marketing, publicidad y el idioma español

 

Por

 David Figueroa Díaz

12/02/2022

Hablar de lo que no se sabe tiene sus riesgos, pues a veces, con la intención de aparentar que son muy instruidas, a muchas personas les gusta emitir opiniones sobre asuntos de los que no tienen la mínima noción. Hago esta aclaración en virtud de dejar claro que no soy experto en mercadeo, publicidad ni en ortografía. Solo soy un aficionado del buen decir, y de eso puedo hablar con relativa facilidad, sin pretensiones de erudito.

Hace algunos días conversaba con un gran amigo mío, excelente manejador de las redes sociales, sobre lo que hoy se conoce como marketing o márquetin, y surgió la polémica en cuanto al mal uso que se le da al idioma español, so pretexto de creatividad. Le referí el empleo de palabras y frases descabelladas, que en la mayoría de los casos superan la capacidad de asombro. Es, supuestamente, una forma adoptada para que el producto sea vendible.

Por lo que he podido entender, el márquetin y la publicidad están hermanados, pues el primero de los nombrados es «un conjunto de técnicas y estudios que tienen como objeto mejorar la comercialización de un producto», y la publicidad, supongo, debe valerse de los mismos recursos para lograr el objetivo, lo cual no tendría nada de malo. Lo cuestionable es que en ambos oficios se abusa de los extranjerismos y de expresiones que son a todas luces innecesarios, amén de que atentan contra la unidad lingüística del idioma que hablamos en esta parte del planeta.

Usar extranjerismos no es un delito, pues estos son a veces necesarios, sobre todo cuando no existe una palabra que defina con claridad la utilidad de algún servicio, de una tecnología, que por lo general procede de un país cuyo idioma no es el nuestro. Cuando ese no sea el caso, me parece una frivolidad y una ridiculez. Hay palabras y expresiones extranjeras que más temprano que tarde se lexicalizan; pero esos casos son muy distintos de querer imponer márquetin por mercadeo, opening por apertura, sprint training por entrenamientos primaverales, delivery por repartidor o cualquier forma parecida.

Pero ocurre que los «creativos» del márquetin y de la publicidad muy frecuentemente prefieren usar palabras en el idioma del país de procedencia, porque de esa forma «suena más bonito y da más caché», y así llaman la atención. A lo mejor peco de retrógrado; pero estimo que para llamar la atención no es necesario deformar la lengua materna. El objetivo se logra con responsabilidad, respeto y verdadera creatividad.

Algo que se ha puesto de moda, y que lo utilizan para la promoción de productos, bienes y servicios, es el uso de inicial mayúscula en cada palabra, y si a alguien se le ocurriera preguntar el porqué, la respuesta invariable sería: «para llamar la atención». Es una especie de plaga que ha invadido las redes sociales.

En Venezuela, no sé si en otros países de habla hispana ocurrirá lo mismo, se volvió una mala costumbre colocar «Ce vende» en lugar «Se vende», que es la forma correcta. Algunos lo hacen por ignorancia; pero otros, conscientes de que esa no es la forma adecuada, la usan dizque para «atraer».

¿Será que si hay algo para venta, y el propietario le coloca se vende, no es entendible el mensaje; cuál es la innovación lingüística en un texto publicitario sobre un producto, bien o servicio en el que abunden las mayúsculas innecesarias; será que se vende más rápido que uno cuyo mensaje ha sido redactado apegado a las reglas? ¡No lo creo!

Mis supinos conocimientos en mercadeo y publicidad, que no van más allá de las nociones elementales que adquirí en la universidad, me permiten colegir que en ambas disciplinas supongo que debe haber técnicas con rigor científico, que al aplicarlas de forma adecuada, logran el cometido; pero eso de plagar de extranjerismos innecesarios al idioma español, alterar el orden sintáctico, omitir signos de puntuación, no tiene nada científico. Es solo una frivolidad, ridiculez y agresión a la unidad lingüística del idioma de Cervantes.

En Venezuela hace ya varios años hubo un comercial televisado, de una toalla sanitaria llamada Intérvalo. Lo curioso es que mientras en la parte cantada se le daba una entonación esdrújula, en la visual podía leerse con entonación grave. Eso hizo que hoy en este país el común de la gente crea que intervalo es palabra esdrújula. Entonces, ¿dónde la creatividad?


domingo, 6 de febrero de 2022

Para narrar y comentar el deporte



Por

 David Figueroa Díaz

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05/02/2022


Hace varios años, no recuerdo cuántos, publiqué un comentario en Facebook en el que hice una fuerte crítica sobre los narradores y comentaristas deportivos, especialmente los de Venezuela que, con contadas y honrosas excepciones, son unos verdaderos campeones del disparate.

 Francisco José «Pancho Pepe» Cróquer

Por supuesto que las respuestas no se hicieron esperar, y se formó una especie de polémica. Incluso, un supuesto gremio de narradores y comentaristas del estado Portuguesa quiso emprender una acción legal, o cuando menos lograr una declaración de persona non grata, pues se sintieron ofendidos, dado que era inaceptable que «alguien sin conocimientos sobre la materia haya tenido el atrevimiento de atentar contra los especialistas en la narración y el comentario deportivos».

Me quedé a la espera de poder esgrimir mis argumentos sobre los que basé mi criterio, cuando me citaran, supongo que ante un tribunal civil o un comité de disciplina; pero se impuso la sensatez de muchas personas que entendieron cuál fue mi intención, y mediaron para que «la sangre no llegara al río».

He dicho y lo sostengo, que a la par de los disparateros existe un grupo de verdaderos maestros en el arte de narrar y comentar el deporte, a los que provoca oír, además de que siempre dejan una enseñanza; pero hay otros que producen grima, y fue a ellos a los que aludí en mi supuesta afrenta al gremio. Poco tiempo después ellos también entendieron que nunca se termina de aprender.

El origen de las impropiedades en el lenguaje deportivo está en el hecho de que muchos de los que hacen vida en el ámbito de la descripción y comentario no tienen la debida formación. No son locutores, no son periodistas ni menos aun tienen conocimientos sobre la disciplina de la que ellos son supuestamente grandes conocedores. Hay otros que, no obstante de poseer el certificado de locutor, de ser licenciados en Comunicación Social y conocer algo de deporte, no aciertan, pues carecen del talento necesario. El talento es innato; pero su carencia se puede compensar en la medida en que haya esfuerzos por mejorar.

Los narradores y comentaristas enmarcados en esos dos grupos se distinguen por un pésimo lenguaje, plagado de impropiedades y hasta de idioteces, pues se empecinan en tratar de imponer su criterio sobre la base de situaciones que solo existen en su imaginación. Les encanta colocar apodos a los deportistas, so pretexto de ser creativos, y dictar cátedra de reglamentos deportivos. Aparte de lo anterior, son imitadores, y como tal, nunca dejarán de ser segundones.

En Venezuela, muchos narradores de ciclismo y de fútbol suelen imitar a los colombianos; a los de beisbol les gusta engolar para que su voz se parezca a la Delio Amado León o a la de Carlos Tovar Bracho; los de coleo se desviven por parecerse a Nicolás «Pelón» Espinoza. No hay originalidad, y al no ser originales, su actuación siempre va a estar marcada por el poco gusto. Y ni hablar de los de hipismo, pues se creen una versión mejorada del maestro Virgilio Cristian Decán, conocido como Aly Khan.

Como este medio informativo tiene cabida en más de cien países, es menester acotar que coleo (o toros coleados) es una actividad típica de Venezuela y también se practica en otros países de América, que se ejecuta a caballo, y consiste en agarrar por la cola a un toro y derribarlo en plena carrera. En Venezuela lo llaman «deporte nacional», denominación con la que no estoy de acuerdo, pues no se debería llamar deporte a una actividad en la que se maltrata a un animal.

Pero como todo no es ni debe ser necesariamente malo, es justo y necesario reconocer que hay una importante cantidad de narradores y comentaristas que en cada actuación demuestran su calidad y profesionalismo, además de que siempre muestran algo nuevo, como Héctor González Burgos, Franklin Guitten y Jonathan Sánchez. Ellos se distinguen y se perfilan como excelentes manejadores del oficio.

Aunado a lo anterior, debe haber respeto por sí mismos y por la audiencia. Un ejemplo fue Francisco José «Pancho Pepe» Cróquer, a quien los aficionados al beisbol admiraron por su particular manera de narrar. No lo conocí; pero conservo unos audios en los que el famoso venezolano, en clara e inteligible voz dice: «Les habla Francisco José Cróquer», y para nada apela a los hipocorísticos con los que se dio a conocer en su país y en el ámbito internacional


sábado, 22 de enero de 2022

SINÓNIMOS ENGAÑOSOS

 Sinónimos engañosos

Por

 David Figueroa Díaz

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22/01/2022

La gama de impropiedades en los medios de comunicación, y por supuesto en el habla cotidiana, es amplísima, y por eso es prudente de cuando en cuando refrescar conocimientos en función de contribuir con disipar las dudas.

Es frecuente encontrar textos en los que es notoria la falta de tilde, uso inadecuado de signos de puntuación, empleo incorrecto de verbos en gerundio y palabras con significado diferente del que tienen, como el caso de sendos y su correspondiente femenino, que muchos redactores descuidados usan como si fuese sinónimo de algo grande, inmenso, extraordinario.

La palabra sendos nada tiene que ver con lo que generalmente se le atribuye, pues simplemente significa uno o una para cada cual de dos o más personas o cosas: «La profesora nos dio sendos libros de regalo». El ejemplo indica que la profesora dio libros a cada persona, y no hay asomo de que los libros sean grandes, inmensos o extraordinarios. También abundan los casos en los que por mala costumbre u otra razón, usuarios de las redes sociales le colocan inicial mayúscula a toda palabra, lo cual se ha convertido en una especie de plaga. 

Estas son, grosso modo, las impropiedades más frecuentes, de lo cual he escrito en muchas ocasiones. Hoy voy a hablarles de algunas palabras que se usan de manera inadecuada, con base en el hecho de que son sinónimas.

De entrada, es menester señalar que la sinonimia de las lenguas no es perfecta, y por eso hay vocablos que, aun cuando son sinónimos, no podrán emplearse en el mismo contexto. 

Hace algunos días leí una publicación sobre un evento deportivo (softbol) anual que se celebra en Guanarito estado Portuguesa, Venezuela, en el que se les rendiría homenaje pos mortem (sic) a unos jugadores. Me llamó la atención, pues la nombrada frase latina es aplicable en casos en los que el cadáver de las personas merecedoras de tal o cual reconocimiento, no ha sido inhumado. 

En las fuerzas militares, policiales, bomberiles y otras similares, se estila otorgar ascensos al grado inmediatamente superior, a aquellos de sus miembros que han perdido la vida en el cumplimiento del deber. Tal ceremonia se cumple en capilla ardiente, en otra forma o lugar, pero siempre en presencia del cuerpo, del o de los fallecidos. Caso contrario, sería un homenaje póstumo, que al igual que pos mortem, comporta algo después de muerto; pero por la imperfección de la sinónima, cada una tiene un uso específico. 

En el caso del evento de Guanarito, sin dudas es un homenaje póstumo, habida cuenta de que el tiempo del fallecimiento no es el mismo que el escogido para reconocerles sus méritos.

En cuanto a alimenticio y alimentario, también sinónimos engañosos, ha habido dudas, y por ende impropiedades. Es común leer u oír bono alimenticio, para referirse a las compensaciones monetarias que los Estados asignan a sus trabajadores. Aquí es prudente aclarar que lo correcto es bono alimentario, toda vez que el bono no alimenta, sino lo se puede adquirir con él, a menos que exista algo que lleve ese nombre y pueda ingerirse como sustento. Alimenticio es lo que alimenta, y alimentario alude a los alimentos o  a la alimentación.

En tiempos de elecciones se ponen de moda, como es lógico, términos propios de esa actividad. Es frecuente oír que, por ejemplo, «a los venezolanos en el exterior no se les permitirá sufragar el voto». Quienes incurren en ese desliz no se han percatado de que sufragar y votar son sinónimos. Estimo que ambos términos no son engañosos, dado que están muy bien definidos. Ocurre que a muchas personas, con la intención de mostrar sus «grandes» conocimientos lingüísticos y orales, les encanta sufragar el voto.

Debe quedar que claro que sufragar es sinónimo de votar, y también significa pagar, cancelar, costear, etc. En el caso de comicios, o se sufraga o se vota; pero no las dos cosas a la vez, a menos que alguien dé o reciba una contribución monetaria por el voto. Allí podría decirse que «Fulano sufragó el voto de Mengano».

De la misma naturaleza son electo y elegido, usados indistintamente, sin caer en la cuenta de que tienen un uso para cada ocasión. Electo se le dice a la persona que ha sido favorecida con el voto, pero aún no ha tomado posesión; en tanto que elegido es cuando ya ha asumido sus funciones. El mismo criterio es aplicable para el caso de alguien que haya sido favorecido en una reelección. 


domingo, 9 de enero de 2022

LA PLAZA DE BOLÍVAR

 La plaza de Bolívar

Por


 David Figueroa Díaz

08/01/2022

Siempre he recalcado que los medios de comunicación ejercen un inmenso poder inductivo, que hace que todo lo que en ellos se diga o se escriba, mal o bien, tienda a arraigarse en el vocabulario. Por tal razón esa bondad no debe usarse de manera muy a la ligera, pues el resultado pudiera ser igualmente provechoso que dañino.


Es encomiable que muchos usuarios habituales de la expresión escrita y oral se esmeren por usarla de la mejor manera, y en tal sentido, constantemente lo demuestren con un vocabulario que día a día se enriquece. Eso es satisfactorio, pues es su obligación moral; pero existen casos en los que la intención no es sino una forma de aparentar que son personas muy cultivadas, muy instruidas, y de manera frecuente apelan a palabras y frases que por lo general desconocen.

Hoy les hablaré de la frase que sirve título a este artículo, que si bien es cierto no es muy común en el léxico de los venezolanos, vale la pena analizarla en virtud de disipar las dudas. Con este comentario espero satisfacer la inquietud de varios amigos que en reiteradas ocasiones me han pedido que escriba algo al respecto.

Escribir o decir la plaza de Bolívar no constituye ninguna impropiedad, toda vez que desde el punto de vista gramatical es perfectamente válida. Lo que inquieta a muchas personas, entre las que me incluyo, es que algunos locutores y otros que simplemente son usurpadores del noble oficio del micrófono, se empeñen en decir plaza de Bolívar y no plaza Bolívar, como se usa en Venezuela desde tiempos inmemoriales.

Si a esas personas se les pidiera una explicación sobre el porqué de su preferencia por la referida frase, no mostrarían ningún argumento sólido. Se limitarían a decir que «así se dice en Colombia». Yo les preguntaría: ¿y?

Es cierto que en el país neogranadino es común la plaza de Bolívar; pero eso no implica que en el resto de los países de habla hispana, especialmente en los que libertó el Genio de América, se deba imitar a los vecinos. Es como si a alguien en Venezuela o en otro país de Sudamérica  se le ocurriera decir que la forma  de segunda persona del plural es vosotros, porque así se dice en España.

Me parece una necedad el hecho de que en las instituciones educativas sigan empeñados en enseñar la conjugación castellana con la forma vosotros, que no estaría mal; pero no es propia de la identidad de los nacidos en la América hispana. Si en Venezuela, país caracterizado por el humor a flor de labios de su gente, a alguien se le ocurriera decir vosotros sois, en vez de ustedes son, lo más probable es que lo tilden de loco u homosexual, y con toda seguridad más de uno podrá decir que no lo conoce por loco.

Y no es que se deba cuestionar la referida forma, sino que así no hablan los bolivianos, colombianos, los ecuatorianos, los panameños, los venezolanos, con contadas excepciones que se localizan en ciertos estratos sociales de esos países en los que por razones protocolares y de otra índole, apelan a la forma castiza.

Volviendo a la plaza de Bolívar, es necesario señalar que la preposición «DE» indica varias cosas, por lo que es fundamental conocer cada uno de sus usos. Se emplea para  mostrar pertenencia o posesión: «El libro de Juan»; «El sombrero de Luisa»; «El azul del cielo»; «El poder del Rey». Materia: «mesa de madera»; «casas de cartón»; «techos de cinc»; «tubos de acero». Asunto: «libro de historia»; «laboratorio de química», «ciencias de la comunicación social»; «estándares de calidad». Cualidad: «gallos de raza». Origen o procedencia: «Vengo de casa»; «El joven aspirante es de familia humilde». Modo: «De pies, por favor»: Tiempo: «De noche todos los gatos son pardos». Aposición: «Calle de Alcalá». Realce de una cualidad: «El ingenioso de Pedro». Condición: «De haber estado allí, lo hubiera visto».

La plaza de Bolívar es una frase en aposición, asunto que seguramente ignoran muchos de los que la usan frecuentemente. Sobre aposición no voy a ahondar por ahora, pues ese asunto no lo manejo con facilidad, y además no es el tema principal de esta entrega.

Lo fundamental es tener presente que la plaza de Bolívar o Bolívar son dos formas correctas, y cada quien podrá usarlas en razón gusto. Sin embargo, es importante tener presente que, so pretexto de que en otro lado utilizan la preposición «DE», no es razón suficiente para que quieran imponerla, y eso, el querer imponerla, sí es lamentable.    


¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...