Médico de Cabecera y Santo Sanador

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sábado, 2 de julio de 2022

¡Cuidado con la «de»!

 Por

 David Figueroa Díaz

02/07/2022

Siempre trato de tomar previsiones para que al momento de redactar y de enviar mi artículo semanal no haya problemas; pero por más que lo intento, de cuando en cuando hay algo que lo impide, tal como sucedió el sábado pasado, cuando por razones ajenas a mi voluntad, una vez más estuve ausente. Con un sistema eléctrico inestable, que tiende a deteriorarse aun más, y con un servicio de Internet por demás deficiente, son muchas las calamidades que se padecen.

Pido disculpas al cuerpo redaccional de este importante medio de comunicación y a las personas que de manera regular siguen este trabajo de divulgación periodística. Mi intención es no fallar, y en virtud de ello busco la forma de superar los obstáculos; pero sin electricidad e Internet, es muy poco lo que se puede hacer, pues todo gira en torno de esos dos elementos, indispensables en el día a día.

Hoy vuelvo sobre un tema que lo he tratado en varias ocasiones, y aunque en todas he procurado dar explicaciones prácticas y sencillas, siempre quedan dudas. La finalidad de estos artículos, para quienes aún lo digieren, es contribuir con un mejor uso de la expresión escrita y oral, en función de que los redactores y todas aquellas personas cuya ocupación habitual es la escritura, puedan apercibirse de lo necesario para manejar el asunto con relativa facilidad. Lo de la relativa facilidad no lo digo por arrogancia, sino porque nunca se alcanza un manejo absoluto.

La preposición «de» se ha convertido en una fuente inagotable de impropiedades, en las que incurren muchas personas, incluidas algunas a las que sería impensable tacharles una «pifia» por desconocimiento. Hay quienes aparentan estar muy preocupados por mejorar su escritura y su forma de expresarse oralmente, y de manera regular consultan diccionarios y otros textos, lo cual es plausible; pero lo hacen de manera muy superficial, y eso, a la larga se les convierte en un problema.

Muchas de esas personas creen que la preposición «de» solo puede significar el material de que están hechas las cosas, y por eso se asombran, se escandalizan y se horrorizan cuando el común de los mortales dice que en la tienda tal venden «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda» y «cocinas de gas», por ejemplo. La reina de esas expresiones es, sin dudas, el vaso de agua, a la que, sin el conocimiento necesario, muchos sabidillos del idioma español y de otras disciplinas han tildado de impropia.

Los que cuestionan la mencionada frase ignoran que no es lo mismo un vaso de agua que un vaso con agua. Un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota hasta llenar el recipiente.

Si eso no fuese así, tampoco deberían existir un reloj de pared, una jarra de cerveza, un gancho de ropa, una caja de sorpresas, guerra de las galaxias, jabón de tocador, avión de combate, colegio de periodistas, academia de la lengua, estación de ferrocarril, equipo de fútbol, ventilador de techo, escuela de policías, sala de parto, buzón de sugerencias, etc.

Los ejemplos mostrados son expresiones adecuadas en las que se percibe claramente que la actuación de la preposición «de» no indica el material con que están construidas las cosas, sino contenido, modo de funcionamiento, esencia y otros aspectos cuyo contexto legitima su uso. Si existen las anteriores, también podrá haber «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda», «cocinas de gas y «planchas de vapor», entre otras.

Lo cumbre del caso de los enemigos del vaso de agua y de otras expresiones análogas, es que cuando se les pide que argumenten su parecer, solo se limitan a decir que los vasos no están hechos de agua, lo cual evidencia dos cosas: prepotencia e ignorancia. Les gusta hablar de lo que no saben, y no desprecian oportunidad para exhibir sus supuestos conocimientos y sabiduría, amén de que siempre andan tachando errores en donde no los hay, sin darse cuenta, por supuesto, de que los equivocados son ellos.

Les recomiendo (a ellos) leer el caso de las preposiciones, con énfasis en la «de», que aparece en la página 48 de la veinticuatro edición del «Curso de Redacción», de G. Vivaldi, con la que podrán apercibirse de elementos que les darán solidez para no hacer el ridículo cada vez que pretendan dictar cátedra en gramática


sábado, 11 de junio de 2022

¡No aplican, se aplican!

 

Por

 David Figueroa Díaz


11/06/2022

La semana pasada, tal como me ha ocurrido en varias ocasiones, no pude escribir ni enviar el acostumbrado artículo de los sábados; mucho menos excusarme por la ausencia. La inestabilidad en el fluido eléctrico, que por supuesto, por lo menos en el lugar en el que habito, que afecta a la Internet, fue la causa, aunada a otros factores relacionados con mi ocupación de diarista. Por esa razón pido disculpas al cuerpo editor de este importante medio de comunicación y a las personas que día a día siguen este trabajo de divulgación periodística. 

He perdido la cuenta de las veces que he abordado el tema del uso de algunos verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, y sin dudas, el más sobresaliente es aplicar, en torno del cual se ha tejido una red de situaciones viciadas que se han vuelto casi indesarraigables.

Antes de entrar en materia acuso recibo de sendas misivas de parte de Luis Colina y de Emilio Páez, en las que ambos emiten comentarios elogiosos y estimulantes sobre mi trabajo de comentar casos de impropiedades lingüísticas, sobre todo de los medios de comunicación social. Con Luis y Emilio me une una amistad de vieja data, que me sirvió y me sirve para, entre otras cosas, adquirir conocimientos del tema lingüístico, pues los dos manejan con relativa facilidad la expresión escrita. ¡Gracias, queridos amigos!

A raíz del surgimiento en Venezuela, del Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, se puso de moda el uso del verbo aplicar con sentido diferente del que tiene. El referido plan es o era una política gubernamental, de darles la posibilidad a los bachilleres de cursar estudios universitarios en el exterior, especialmente en Estados Unidos. Eso hizo que más temprano que tarde, applications y applicants se convirtieran en aplicaciones y en aplicantes, respectivamente.

Esa situación dio origen a frases como: «Fulano de tal va a aplicar a varias universidades»; «Las aplicaciones deberán ser enviadas antes de que finalice el mes»; «Yo voy a aplicar a la Universidad de Yale», etc. Sin dudas, es una influencia del inglés, favorecida por el parecido gráfico y fonético de applications y applicant con aplicar, que en español tiene otro significado.

Alguien pudiera decir que se trata de una innovación lingüística, lo cual no es cierto, pues es simple y llanamente un calco del inglés, con cierta dosis de pitiyanquismo, definido este último término como «imitación torpe y servil del idioma y las costumbres estadounidenses», a lo que el insigne venezolano Mario Briceño Iragorry cuestionó acremente, pero con elegancia.  

Aplicar, para los que la lengua materna es el español, tiene varios significados: «Poner una cosa sobre otra o en contacto de otra»; «Emplear alguna cosa, o los principios que le son propios, para conseguir un determinado fin»; «Referir a un caso particular lo que se ha dicho en general, o a un individuo lo que se ha dicho de otro»; «Atribuir o imputar a uno algún hecho o dicho»; «Destinar, apropiar, adjudicar», etc. 

Como habrán podido notar, por ningún lado nuestro verbo aplicar tiene parentesco semántico con solicitud, solicitante, petición, peticionario, demanda, demandante. Es simplemente un vicio que se arraigó y que será muy difícil desterrar; pero nunca estará demás decir algo al respecto, con el deseo de que aquellos que tienen la escritura como herramienta básica de trabajo, puedan adquirir madurez y deshacerse de esa impropiedad. La  amplia gama la conforman locutores, periodistas, educadores, publicistas y otros profesionales.

Pero quizás la reina de las expresiones en las que aparece aplicar como calco del inglés, es aquella que señala que «ciertas condiciones aplican». 

En el ámbito publicitario es frecuente que muchas firmas comerciales, para promover bienes o servicios, en los que hay algunas condiciones y privilegios, apelen a la malhadada frase. Se entiende perfectamente que la intención es señalar que para recibir ciertos y determinados beneficios, tendrán que cumplir con algunos requisitos; pero no es la forma adecuada. Aplicar es un verbo transitivo que se utiliza con un complemento directo.

Estos ejemplos extraídos de una publicación de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) podrán aclarar el panorama: «Antes de llegar al color, aplica una base transparente»; «Dijo que la República Dominicana aplica una política contra las drogas…»; «Debes aplicarte o no podrás terminar esa tarea»; «La ley no se aplica con carácter retroactivo». 
En todo caso podrá decirse que ciertas «condiciones se aplican», «hay condiciones», «existen condiciones», u otra forma parecida, y asunto arreglado.

domingo, 27 de marzo de 2022

Unas impropiedades gramaticales frecuentes


Por

 David Figueroa Díaz

26/03/2022


La semana pasada no tuve el tiempo suficiente para redactar y menos aun enviar el acostumbrado comentario de los sábados, que como es sabido, está dedicado a asuntos relacionados con el lenguaje escrito y oral, siempre bajo la óptica de un aficionado del buen decir. Una vez más pido disculpas por la ausencia.

Trataré de tomar las previsiones, aunque con la inestabilidad del sistema eléctrico de Venezuela, se dificultan muchas cosas, pues las interrupciones por fallas, cortes programados o las constantes fluctuaciones de voltaje, que son las más dañinas, afectan las comunicaciones, y por supuesto, a la Internet; pero siempre habrá tiempo para continuar con mis aportes a los lectores de este prestigioso medio informativo digital.

Las entregas anteriores estuvieron relacionadas con la forma maquinal con la que muchos diaristas, sobre todo los que laboran para medios informativos fuera de la capital de la República de Venezuela, con contadas excepciones, redactan sus notas.

Siempre utilizan las mismas palabras, además de que las impropiedades son igualmente proporcionales. No hice ni hago señalamientos concretos, pues la intención no es polemizar, sino arrojar luces en virtud de que las personas cuya herramienta básica de trabajo es la redacción de textos, puedan aclarar sus dudas y adquirir madurez para desempeñarse medianamente aceptable.

Y cuando digo mediamente aceptable, no lo hago por petulancia, sino por el hecho de que, por más conocimientos que se tengan, bien sean elementales, medios o avanzados, siempre habrá algo que por cualquier razón generará inquietud, que de no ser disipada, podría conducir a despropósitos. Para evitar eso, es fundamental tener presente que se escribe para un gran auditorio en el que hay diferentes niveles de conocimiento, además, todo lo que se escriba o se diga en algún medio de difusión, mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario de los usuarios, con extensión hacia el habla cotidiana. Es preferible que la tendencia sea hacia lo positivo.

Les he dicho que en los actuales momentos produzco y conduzco un programa de radio, cuya sinopsis es la combinación de la información con la música llanera, acorde con el estilo de la emisora Faenas 94,3 FM, que se caracteriza por exaltar las producciones musicales auténticamente venezolanas, en especial las del llano, de la que es autóctono el joropo en todas sus expresiones.

Para lo informativo abro los portales, en primer lugar para informarme de lo que ocurre en el mundo, y en segundo, seleccionar las notas y readaptarlas al ámbito en el que serán difundidas, respetando la fuente. Me ha inquietado la gran cantidad de impropiedades, y es precisamente lo que ha motivado los dos artículos anteriores y el de hoy. He tenido el cuidado de señalar que estas observaciones no tienen destinatarios directos, aunque muchas agencias y redactores pudieran aparecer retratados en las mismas.

La entrega de hoy podía estimarse como la continuación de las dos anteriores, pues en las tres el enfoque ha sido el mismo, y están orientadas fundamentalmente hacia la redacción periodística, y publicitaria, en algunos casos.

Se ha impuesto el uso de la coma entre el sujeto y predicado, y por eso es frecuente leer frases como: «Los niños menores de diez años, serán vacunados la semana entrante».

También abunda el queísmo, que consiste en omitir la preposición de cuando es necesaria, y por eso se lee: «Me alegro que te hayan dado el cargo». Se debe tener presente que alegrarse exige un complemento encabezado por la nombrada preposición, complementado por la partícula que: «Me alegro de que te hayan dado el cargo».

Las palabras con determinantes que empiezan por a tónica, también son frecuentes: la águila, la aula, la hacha. Debe colocárseles el artículo masculino para evitar la cacofonía que produce la concurrencia de las dos aes: el águila, el aula y el hacha, aunque seguirán siendo sustantivos femeninos. Algo parecido ocurre con la palabra azúcar, a la que algunas personas le dan un trato masculino, y por eso se ve y se oye: «azúcar blanco», azúcar moreno», «azúcar refinado», etc.

Para cerrar este escrito, es prudente recalcar que debe decirse «viniste», modo indicativo, segunda persona de singular del pretérito. Veniste no existe, por lo que no se debe emplear para expresar un pasado. Tampoco debe decirse vinistes, con S al final. También son errores las formas «fuistes», «comistes», «vinistes», «dijistes», etc.

Los ejemplos citados son, grosso modo, parte de los casos más frecuentes de impropiedades gramaticales, que deben evitarse en aras de hacer un buen uso del lenguaje que se emplea, y de ese modo cumplir la obligación moral de educar, entretener e informar.



 



 


domingo, 13 de marzo de 2022

No es nada personal!


Por

 David Figueroa Díaz

12/03/2022


La semana pasada mi acostumbrado comentario en este importante medio de comunicación estuvo dedicado a la mala costumbre de algunos redactores de sucesos, sobre todo venezolanos, que utilizan siempre las mismas palabras y por lo general incurren en impropiedades de manera muy frecuente, pues no se han persuadido de la importancia de su rol ante la sociedad.

Siempre he dicho que para redactar medianamente aceptable, no es necesario poseer grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos. Solo basta aplicar los conocimientos elementales que se adquirieron en la educación primaria, en la secundaria, que se refuerzan en la universidad. Lo indispensable es escribir con claridad, sencillez, con conocimientos del tema del que se habla, sin errores de ninguna índole, con base en el hecho de que los medios de comunicación fueron creados para educar, entretener e informar.

Para lograr esos tres propósitos, el comunicador social debe leer de manera regular, estar actualizado y convencerse de que su función es la de un gran educador a distancia, a quien no le estaría permitido los errores ortográficos. Pero lamentablemente, los periodistas, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, solo se han conformado con lo que recibieron en las tres etapas de la educación.

Eso de no tener faltas de ortografía no es una exageración ni menos aun una utopía, pues cualquiera que se lo proponga puede lograrlo. Nunca faltarán los casos en los que por descuido u otra causa se incurra en omisión; pero de allí a un error ortográfico, hay un abismo.

A mí me ocurre con mucha frecuencia en este trabajo de divulgación periodística. Por lo general redacto contra el reloj, motivado por mis ocupaciones habituales, que me limitan el tiempo para escribir y revisar minuciosamente el texto que será enviado para su publicación. Y no es que quiera justificarlos, sino que por más esfuerzo que hago, una que otra vez se cuela un gazapo.

Aunque a muchos les parezca una exageración, ningún profesional universitario, especialmente comunicadores sociales, educadores, abogados y médicos, debe tener errores ortográficos, pues de lo contrario su desempeño estaría limitado por una serie de factores que le impedirían cumplir con éxito el cometido. Hay educadores, abogados, ingenieros y médicos que son muy competentes; pero a la hora de redactar un simple texto, se desvanece esa figura que de buenas a primeras los muestra como muy capaces. Hay, inclusive, muchos que ni siquiera saben escribir sus nombres y apellidos, sin embargo se los cataloga como excelentes, ¡vaya usted a saber por qué!

No puede haber excelencia en un periodista que no sepa distinguir entre iniciar y comenzar; en un educador que tenga dificultad para conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas); en un abogado que no tenga nociones elementales sobre el uso de la coma y de otros signos de puntuación; en un médico que su escritura esté plagada de incoherencias y por falta de sintaxis.

Me imagino el caso de un abogado con las debilidades antes descritas, que tenga que elaborar un texto para presentarlo ante un juzgado. Supongo que el éxito de su propósito no estaría asegurado, porque un juez con medianos conocimientos gramaticales, inmediatamente lo rechazaría por inconsistente e incoherente.

Hace varios años circuló en las redes sociales un texto supuestamente elaborado por el connotado abogado venezolano Hermán Escarrá, a quienes muchos estiman como excelente jurista. El aludido escrito estaba plagado de errores de todo tipo, en virtud de lo cual, el juez lo rechazó ipso facto, según tengo entendido. Es posible que haya sido un montaje para desprestigiar a Escarrá; pero creo que por ese motivo (los errores), muchos juristas han fallado en el intento de encontrar el éxito.

Debo aclarar que no soy catedrático de la lengua ni pretendo serlo, dado que para hacer lo que me gusta, no es necesario ser individuo de número de la RAE. Las críticas a los periodistas, especialmente los que cubren la fuente de sucesos en los medios de comunicación de Venezuela, no tienen destinatarios directos, y cada quien podrá forjarse un criterio del asunto. Las he formulado y las formulo de manera muy respetuosa, aunque con contundencia, en virtud de llamar la atención sobre la importancia y provecho que comporta el buen uso del lenguaje que se emplea, nada más.

lunes, 7 de marzo de 2022

¡Siempre las mismas palabras!

 

Por

 David Figueroa Díaz

05/03/2022

Decir que la herramienta básica de trabajo de un periodista es el lenguaje escrito y oral, quizás no tenga ninguna relevancia, pues es lógico que alguien que se dedique a la comunicación social sepa manejar con relativa facilidad los elementos que le permitan cumplir medianamente aceptable el rol que le corresponde, sin necesidad de ser un experto lingüista.

Una forma de lograrlo es superar las nociones elementales obtenidas en la educación básica, en la media y en la universitaria, lo cual comporta un aprendizaje constante mediante la lectura y el ejercicio de la escritura, con lo que podrá fortalecer su función.

El criterio anterior, que es compartido por muchos conocedores y críticos del asunto, no significa que deba ser un experto en asuntos gramaticales, pues para una excelente labor, solo basta saber que se escribe para ser entendido, para ser ameno y para informar de manera clara sobre lo que ocurre alrededor. No es necesario ser individuo de número de la RAE, se lo aseguro.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero en Venezuela hay una incontable cantidad de periodistas de las viejas y nuevas promociones, cuya redacción está signada por el poco gusto y por la falta de creatividad, que se nota por el uso de casi siempre la misma forma de elaborar un texto, amén de que de manera muy frecuente incurren en las mismas impropiedades.

Los redactores de sucesos venezolanos, especialmente los que prestan sus servicios a medios fuera de la capital de Venezuela, suelen emplear una forma maquinal, muchas veces inducida e impuesta por la fuente, como el caso de organismos militares y policiales, en los que se sugiere un formato invariable, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Si la información es sobre un hecho delictivo, la redacción es siempre la misma, y se advierte claramente la intención, y yo diría la imposición, de ponderar la actuación del comandante, del director, del jefe o de cualquier integrante de la superioridad jerárquica, y no la finalidad de informar.

Es risible leer textos en los que se cuenta la detención de alguien en flagrancia, con la siguiente descripción: «Por instrucciones del general Pedro Pérez, (el comisionado fulano, el director zutano, el comisionado mengano), fue aprehendido Perico de los Palotes», lo cual denota poco gusto, cero creatividad y muchas veces adulación. ¡Ojo, lo de Pedro Pérez y Perico de los Palotes, es solo un ejemplo!

Es un encajonamiento que ha inducido el arraigamiento de una notable cantidad de términos mal utilizados, pues solo cambia el nombre del o de los informantes. Pareciera que el comandante, el director, el jefe o el aludido integrante de la superioridad jerárquica tienen la facultad de adivinar la comisión de los delitos.

Muchos de los que emplean esa forma de describir los hechos, no se han preocupado por saber que los verbos iniciar y comenzar, aunque son sinónimos, no se construyen de la misma forma; incurren a cada rato en la redundancia que implica escribir o decir que «el sujeto cayó abatido», pues el verbo abatir, en el caso en el que se lo usa, lleva implícita la noción de caer.

Son repetitivos en el uso inadecuado del gerundio, y por eso escriben: «El delincuente huyó siendo detenido al día siguiente». Muy pocos son los que saben que entre la huida y aprehensión del delincuente existe una marcada posteridad que contradice las normas para el buen uso de esa forma impersonal del verbo.

Cuando alguien atropella con su vehículo a un ciudadano y se da a la fuga, la frase favorita es: «Atropellado… por auto fantasma». Y si el caso es de un sujeto que llega a un lugar y somete a alguien con un arma de juguete con la intención de robarlo, a esta se le da el nombre de facsímil.

Es justo y necesario reconocer que el auto fantasma y el facsímil han ido despareciendo del vocabulario de los diaristas, quizás porque algunos se han tomado la delicadeza de enriquecer su léxico y desechar todas aquellas expresiones y términos inadecuados; pero la que se mantiene campante es la forma preconcebida de redactar.

Y ni hablar de los signos de los signos de puntuación, aspecto en el que pocos redactores se desenvuelven con facilidad.


sábado, 26 de febrero de 2022

No todo puede estar entre comillas

 

Por

David Figueroa Díaz

26/02/2022

Desde hace poco más de un mes he vuelto a la radio, oficio del estaba un tanto alejado, pues soy además diarista, y me dedico más a la redacción de textos, que al noble oficio del micrófono. No me había apartado totalmente, pues de manera indirecta mis actividades guardan relación con la radio.

Soy locutor desde hace algo más de treinta años, y en gran parte del trayecto, mi desempeño en la radio siempre ha estado combinado, bien con el diarismo, o con actividades que de una u otra forma guardan relación con la comunicación social.

En ese medio he experimentado varias facetas, desde leer cuñas comerciales en transmisiones de eventos deportivos, hasta ser la segunda voz en noticieros, acompañando a experimentados locutores, que en cada actuación dictaban cátedra de cómo leer noticias en radio. De ellos aprendí muchas cosas que hoy día me son sumamente útiles.

En los actuales momentos produzco y conduzco un programa de radio, informativo y musical, por una emisora cuya programación es de corte venezolanista, y me ha tocado ser reportero, redactor y locutor. Para las notas internacionales, nacionales y estadales, abro los portales informativos y reestructuro las informaciones, en función de que sean digeribles en las personas que con interés oyen la radio, siempre con el acuerdo de mencionar la fuente. Las municipales surgen del día a día de mi desempeño como director de Prensa y protocolo de la Alcaldía de Guanarito estado Portuguesa, Venezuela.

Una de las cosas que me ha llamado la atención es el uso inadecuado y excesivo de las comillas, asunto al que le he dedicado muchos artículos desde 1994, cuando comencé a escribir sobre lenguaje escrito y oral. Hoy quiero someramente referirme una vez más al tema; pero más allá de remachar lo antes dicho, deseo llamar la atención de los redactores, en función de que se persuadan de que las comillas no son un adorno, sino un signo que debe usarse de manera racional para evitar el envilecimiento y el ajamiento de la escritura.

A muchos periodistas les encanta usar las comillas, y por tal razón, a casi a todo se las colocan, lo que hace que el lector no sepa distinguir entre quién es el redactor y quién es el informante, amén de que tantas comillas juntas pudieran producir fatiga. Se puede entender que la intención sea colocar palabras en boca del informante como un recurso evasivo y de otra índole; pero me parece exagerado y abusivo el uso que se hace de este signo en los portales que reproducen notas internacionales, nacionales y estadales. Da la impresión de que no hay quien las revise antes de que sean difundidas.

Es menester señalar que las comillas tienen dos usos fundamentales: para indicar que una cita es textual o para ironizar palabras o frases. Lo demás es meramente estilístico, que no sería cuestionable, siempre que se sepa a ciencia cierta cuál es la verdadera utilidad del mencionado signo. Es frecuente leer párrafos en los que aparecen más de tres entrecomillados en el mismo renglón, lo cual deja traslucir la ausencia de alguien que con conocimientos pueda depurar los textos.

En ese ir y venir de la recopilación de notas para nutrir el programa informativo y musical al que he hecho alusión, he encontrado una considerable cantidad de casos en los que pareciera que las comillas pasaron a ser un adorno, dado que se las usa de manera muy libérrima, como ha ocurrido con los signos de interrogación, de admiración y los puntos suspensivos.

Me llamó la atención una nota sobre el CICPC (Cuerpo de Investigaciones, Penales y Criminalísticas), que decía que ese cuerpo había publicado la lista de «los 10 más buscados del país», con referencia, a los hechos más recientes en Venezuela, en los que han sido abatidos delincuentes de alta peligrosidad, entre estos el «Koki», que mantuvo en jaque a los cuerpos de seguridad, y atemorizados a los habitantes de la Cota 905, sector popular del oeste de Caracas.

¿Qué problema habría si la frase que he resaltado en negritas no se hubiera colocado entre comillas? Ninguno, pues en ese contexto está perfectamente claro que alude a delincuentes de alta peligrosidad, a juzgar por el título de la información.

Los redactores, sobre todo los de sucesos, deben ser cuidadosos para para evitar usos innecesarios, pues no todo puede estar entre comillas. ¡Así de sencillo!


sábado, 12 de febrero de 2022

Marketing, publicidad y el idioma español

 

Por

 David Figueroa Díaz

12/02/2022

Hablar de lo que no se sabe tiene sus riesgos, pues a veces, con la intención de aparentar que son muy instruidas, a muchas personas les gusta emitir opiniones sobre asuntos de los que no tienen la mínima noción. Hago esta aclaración en virtud de dejar claro que no soy experto en mercadeo, publicidad ni en ortografía. Solo soy un aficionado del buen decir, y de eso puedo hablar con relativa facilidad, sin pretensiones de erudito.

Hace algunos días conversaba con un gran amigo mío, excelente manejador de las redes sociales, sobre lo que hoy se conoce como marketing o márquetin, y surgió la polémica en cuanto al mal uso que se le da al idioma español, so pretexto de creatividad. Le referí el empleo de palabras y frases descabelladas, que en la mayoría de los casos superan la capacidad de asombro. Es, supuestamente, una forma adoptada para que el producto sea vendible.

Por lo que he podido entender, el márquetin y la publicidad están hermanados, pues el primero de los nombrados es «un conjunto de técnicas y estudios que tienen como objeto mejorar la comercialización de un producto», y la publicidad, supongo, debe valerse de los mismos recursos para lograr el objetivo, lo cual no tendría nada de malo. Lo cuestionable es que en ambos oficios se abusa de los extranjerismos y de expresiones que son a todas luces innecesarios, amén de que atentan contra la unidad lingüística del idioma que hablamos en esta parte del planeta.

Usar extranjerismos no es un delito, pues estos son a veces necesarios, sobre todo cuando no existe una palabra que defina con claridad la utilidad de algún servicio, de una tecnología, que por lo general procede de un país cuyo idioma no es el nuestro. Cuando ese no sea el caso, me parece una frivolidad y una ridiculez. Hay palabras y expresiones extranjeras que más temprano que tarde se lexicalizan; pero esos casos son muy distintos de querer imponer márquetin por mercadeo, opening por apertura, sprint training por entrenamientos primaverales, delivery por repartidor o cualquier forma parecida.

Pero ocurre que los «creativos» del márquetin y de la publicidad muy frecuentemente prefieren usar palabras en el idioma del país de procedencia, porque de esa forma «suena más bonito y da más caché», y así llaman la atención. A lo mejor peco de retrógrado; pero estimo que para llamar la atención no es necesario deformar la lengua materna. El objetivo se logra con responsabilidad, respeto y verdadera creatividad.

Algo que se ha puesto de moda, y que lo utilizan para la promoción de productos, bienes y servicios, es el uso de inicial mayúscula en cada palabra, y si a alguien se le ocurriera preguntar el porqué, la respuesta invariable sería: «para llamar la atención». Es una especie de plaga que ha invadido las redes sociales.

En Venezuela, no sé si en otros países de habla hispana ocurrirá lo mismo, se volvió una mala costumbre colocar «Ce vende» en lugar «Se vende», que es la forma correcta. Algunos lo hacen por ignorancia; pero otros, conscientes de que esa no es la forma adecuada, la usan dizque para «atraer».

¿Será que si hay algo para venta, y el propietario le coloca se vende, no es entendible el mensaje; cuál es la innovación lingüística en un texto publicitario sobre un producto, bien o servicio en el que abunden las mayúsculas innecesarias; será que se vende más rápido que uno cuyo mensaje ha sido redactado apegado a las reglas? ¡No lo creo!

Mis supinos conocimientos en mercadeo y publicidad, que no van más allá de las nociones elementales que adquirí en la universidad, me permiten colegir que en ambas disciplinas supongo que debe haber técnicas con rigor científico, que al aplicarlas de forma adecuada, logran el cometido; pero eso de plagar de extranjerismos innecesarios al idioma español, alterar el orden sintáctico, omitir signos de puntuación, no tiene nada científico. Es solo una frivolidad, ridiculez y agresión a la unidad lingüística del idioma de Cervantes.

En Venezuela hace ya varios años hubo un comercial televisado, de una toalla sanitaria llamada Intérvalo. Lo curioso es que mientras en la parte cantada se le daba una entonación esdrújula, en la visual podía leerse con entonación grave. Eso hizo que hoy en este país el común de la gente crea que intervalo es palabra esdrújula. Entonces, ¿dónde la creatividad?


¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...