Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 21 de agosto de 2022

¡A ver si entienden!

Por

David Figueroa Díaz

20/08/2022

En el tiempo que me he dedicado a escribir sobre impropiedades en el lenguaje escrito y oral, no he tomado en cuenta las veces en las que he vuelto a hablar de un mismo tema. Me complace hacerlo todas las veces que me sea posible, dado que la intención de este trabajo de divulgación periodística, que el 12 de noviembre de este año 2022 cumplirá veintiocho, es aclarar dudas.

Muchos pudieran pensar que cuando hablo de un tema tratado con anterioridad, lo hago por dármelas de sabidillo o por condenar y humillar a aquellos que aún no han asimilado la explicación. Eso no es cierto, pues aunque en ocasiones he pecado de arrogante y de prepotente, esa no es la generalidad.

Cuando un tema ha sido tocado varias veces, el motivo es la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación palabras o expresiones inadecuadas. También se da el caso de personas que en la ocasión en que pudieron leer, no captaron el mensaje, y por lo tanto es menester darles una nueva explicación, con la finalidad de que puedan disipar sus dudas. Siempre me piden que aclare dudas, y en eso estoy.

He sido repetitivo en decir que hay situaciones que se pueden solventar con el uso de un buen diccionario, y no lo he dicho con mala intención, sino con el deseo de infundir ánimo en aquellos cuya ocupación habitual es la redacción, en aras de persuadirlos de que nada de esto es difícil.

Lamentablemente hay periodistas, educadores, locutores, publicistas y otros profesionales que no salen de la rutina y no le han dado importancia al rol que les corresponde desempeñar.

También he dicho muchas veces que la gama de impropiedades lingüísticas en los medios de comunicación es amplísima, y que a pesar de esa realidad, existe un marcado interés por reducirla; pero no es menos cierto que hay una especie de resistencia que no permite que muchos usuarios del lenguaje escrito y oral puedan librarse de esos feos vicios que ajan y envilecen la escritura.

Definitivamente, el mal uso de ciertas y determinadas palabras homófonas es lo más común, sobre todo en las denominadas redes sociales, que están plagadas de impropiedades, ante lo cual nunca estará demás escribir las veces que sea necesario, en función de que los interesados puedan apercibirse de las herramientas que les permitan exhibir una buena escritura y una mejor expresión oral.

Es lamentable que haya periodistas que no sepan la diferenciar entre hay y ahí; educadores, muchos de los que se ufanan de haberse graduado en universidades de gran prestigio, que confundan haber con a ver o que escriban «que ay por hay», en lugar de «¿Qué hay por ahí?». ¡Y no se crea que los ejemplos mostrados son arbitrarios, y que los he usado para burlarme de los que incurren en ellos! Aparecen a cada rato en Facebook, Instagram y en mensajes de WhatsApp, y lo doloroso es que sus autores son personas públicas, que por su ocupación habitual deberían preocuparse por escribir bien y hablar de mejor manera.

Se debe tener claro que a ver es una secuencia conformada por la preposición «a» y el verbo ver: «Voy a ver qué puedo hacer»; en tanto que haber puede ser un verbo o sustantivo: «Deberíamos haber revisado»; «Ese cantante tiene en su haber un gran repertorio».

No creo que sea difícil entender que halla es del verbo hallar; haya es una forma del verbo haber; que allá es un adverbio de lugar, y que aya es otro nombre que se le da a la mujer que cuida niños. En algunas partes de Venezuela, especialmente en las zonas llaneras, a esas damas se les conoce como «jayeras», que sin dudas, es una deformación de ayeras, pariente de aya. Jayera, con su correspondiente masculino, ha adquirido una dosis de connotación peyorativa, que se les endilga a aquellas o aquellos que, de ayeras o ayeros, se convierten en consentidores, aduladores o simplemente «jalabolas».

Tampoco creo que sea complicado saber que ahí es un adverbio de lugar; que hay es del verbo haber, y que ay es una interjección con la que se expresa dolor, angustia, sorpresa, satisfacción y aun picardía: «Ahí hay un enfermo que dice ay». Ay, por ser una interjección, deberá escribirse siempre entre signos de admiración: ¡Ay, mi madre!


sábado, 13 de agosto de 2022

Ahora todo es una diatriba!

 Por

 David Figueroa Díaz


06/08/2022

Siempre es agradable saber que a pesar de que la gama de impropiedades lingüísticas es amplia, haya personas que se preocupen por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, y en virtud de lo cual, se esmeren por disipar sus dudas.

Esa actitud positiva es satisfactoria para los que de manera regular se dedican a señalarlas y a aportar conocimientos, pues es una evidencia de que el trabajo no ha sido en vano. ¡Ese es mi caso!

Pero cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento, es bastante lamentable, dado que se convierte en una fuente de dudas, y por ende, de impropiedades. Es encomiable que las personas que emplean la escritura y la expresión oral como herramienta básica de trabajo, se preocupen por mejorar cada día; lo triste sería que esa inquietud se convirtiera en manía, como ha ocurrido en muchos casos.

Ha habido ocasiones en las que me ha tocado participar en tertulias que han dado pie a polémicas sobre el uso adecuado o inadecuado de palabras, que al parecer, es lo que más les preocupa a muchas personas que por lo general se dedican a la redacción de textos.

El rey en esas discusiones es, sin dudas, el bendito vaso de agua, a quienes muchos sabidillos del idioma están empeñados en negarle legitimidad. Lo desconcertante es que quienes se oponen, no muestran un argumento que pudiera legitimar su opinión, pues solo se atienen a que los vasos no están construidos de agua.

Sobre ese caso he hablado y escrito muchas veces, por lo que por ahora solo diré que un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, que desde el punto de vista semántico, es el mismo caso de un vaso de leche, un plato de sopa, un ventilador de techo, un reloj de pared, una mesa de noche y una taza de café, entre otros.

No sé si en otro país de Hispanoamérica ocurrirá lo mismo; pero en Venezuela se ha vuelto una mala costumbre utilizar palabras con significado muy diferente del que registran los diccionarios, como la que mencioné en el párrafo anterior, a la que se suma sendo, con su correspondiente femenino, y diatriba, que es de la que voy a hablarles, con la finalidad de aclarar las dudas que pudieran existir.

Para muchos periodistas, locutores, publicistas y otros profesionales que de una u otra forma están vinculados con la comunicación social, ahora todo es una diatriba, palabra que se ha puesto de moda, y no ha habido ni forma ni manera de hacerlos entender que al usarla como lo hacen, incurren en una lamentable impropiedad que valdría la pena erradicar en función de llamar las cosas por su nombre.

Generalmente, quienes cargan la palabra diatriba a flor de labios, lo hacen con la intención de aparentar erudición en materia de lenguaje oral y escrito. Si esa pretendida erudición se hubiese fundado en el conocimiento y en la sindéresis, sería muy provechosa, tanto para ellos, como para los que siempre andan en búsqueda de una luz para vencer la penumbra.

A la palabra diatriba la han aparejado con disyuntiva, duda, dilema, disputa, controversia, pelea, pleito u otro término con el que pudiera expresarse desacuerdo, desencuentro, rivalidad enconosa, rencilla y enemistad, inclusive.

Si esas personas que creen que una diatriba es una pelea o algo similar, sería interesante y provechoso que revisaran un buen diccionario, y así podrían saber que la mencionada palabra nada tiene que ver el uso que de manera inmisericorde le dan.

¡Diatriba, estimados periodistas, estimados locutores, publicistas, manejadores de redes sociales y educadores, es “discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo”. ¿De dónde entonces, habéis sacado semejante disparate?

Pero lo de diatriba con significado diferente del que registran los diccionarios, no se queda ahí, pues el mal ha hecho metástasis en otras áreas. Algunos locutores usan la mencionada palabra para referirse al mecanismo que emplearán para cierto y determinado concurso. Recientemente oí a uno que, con ciertos aires de suficiencia, dijo: “Yo les informaré sobre la diatriba que vamos a escoger para los concursos”. Seguramente, quiso decir trivia.

Y no crean que el uso de diatriba con otro significado es una innovación lingüística; es simplemente ignorancia, basada en el descuido que caracteriza a muchos usuarios habituales del lenguaje escrito y oral en el ámbito profesional, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

sábado, 23 de julio de 2022

El lenguaje como herramienta básica

 Por


 David Figueroa Díaz

23/07/2022

He experimentado casi todas las facetas de la comunicación social, y en cada una he procurado ser coherente y consecuente con lo que he predicado. En junio de 1982 publiqué mi primer artículo de opinión, que me permitió convertirme en articulista del diario Última Hora, del estado Portuguesa, Venezuela.

En 1991 obtuve el certificado de locutor de estaciones radiodifusoras, expedido por el entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones. En ese medio no tuve mayor figuración, pues solo me desempeñaba de manera eventual, dado que mi oficio principal era el de técnico al servicio de la empresa eléctrica del Estado venezolano. Sin embargo, la radio siempre ha sido una de mis pasiones; pero más como oyente, que como locutor.

En 1994, luego de convencerme de que tenía facilidad para la gramática, me dediqué a escribir una columna sobre las impropiedades más frecuentes en los medios de comunicación, que nació en El Regional, pasó por Última Hora, y luego este medio (periodistas-es.com) me abrió sus puertas para continuar el trabajo de divulgación.

En 2017 obtuve el título de licenciado en Comunicación Social, por la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo, estado Zulia.

Les cuento todo esto, no por vanidad, sino por expresar mi respeto al oficio y a mi pasión por el buen decir. Todas esas vivencias me han permitido adquirir madurez y convicción de que la herramienta básica de un periodista, de un articulista, de un columnista y de un locutor, es escribir bien y hablar de la mejor manera.

Desafortunadamente, muchos de los que hacen vida en los medios de comunicación no han asumido con responsabilidad el rol que les corresponde desempeñar, y por eso, su escritura y expresión oral son deficientes. Claro está, hay honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

En el caso de los periodistas, siempre he dicho que existen muchos que solo se han conformado con lo que aprendieron en la universidad. Por eso su redacción es poco atractiva y está plagada de vicios que pudieron haber sido erradicados si le hubieron dedicado tiempo a la lectura de libros y manuales que ofrecen formas sencillas para superar los obstáculos.

Eso ha hecho que sean frecuentes el mal uso del gerundio, de los signos de puntuación; la utilización de verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, amén de otros aspectos fundamentales para una escritura medianamente aceptable.

En Caracas hay un periodista que muy bien pudiera llamársele el Rey de las Comillas, pues no desperdicia oportunidad de colocarlas por lo menos tres veces en cada párrafo, generalmente innecesarias. Y no me digan que ese es su estilo, no. Es una falta de conocimiento, ante una situación que se supera fácilmente.

Esas deficiencias están presentes en todas las fuentes del periodismo informativo impreso; pero en la redacción de sucesos son más notorias. Las palabras son siempre las mismas, y las impropiedades también, lo cual denota poco gusto y cero creatividad. A eso se suma el hecho de que se ha arraigado la mala costumbre, en el caso de organismos oficiales, de redactar bajo la imposición de una forma, por demás mediocre, de exaltar la figura del o de los jefes de la fuente, seguramente con el deseo (de los jefes) de ser ascendidos de cargo por su eficiencia.

Por esa razón es frecuente, por lo menos en muchos medios venezolanos, que cuando la policía aprehende a un ciudadano en la comisión de un delito, se diga, por ejemplo, que «ese operativo se realizó por instrucciones del comandante Fulano de Tal». O sea, el comandante Fulano de Tal ya sabía que en el sitio tal y a la hora tal se iba a consumar un hecho delictivo, por lo que, era necesario tomar las previsiones. «¡Eficiencia o nada!».

En el ámbito radiofónico ocurre algo parecido, pues con el surgimiento de las denominadas emisoras comunitarias, se ha desvirtuado la verdadera razón de ser de ese importante medio. Por lo general, los que se hacen llamar locutores, que en realidad no lo son, no tienen la mínima noción de la función que deben cumplir. Ignoran que el verdadero locutor es un educador a distancia, y para tal efecto, debe poseer buena dicción y un cúmulo de conocimientos que le permitan desarrollar cabalmente la noble labor de educar, entretener e informar.

Con la excepción de los que sí han asumido con responsabilidad y profesionalismo su desempeño, otros tantos han hecho que la radio haya perdido su verdadera esencia.


sábado, 16 de julio de 2022

¡Un marcador de tinta deleble, por favor!

Por

 David Figueroa Díaz


16/07/2022

En materia de lenguaje escrito y oral hay una considerable cantidad de personas que de manera regular se preocupan por disipar sus dudas y por adquirir soltura en el manejo del asunto, lo cual es saludable, pues esa es la actitud de todo aquel que en su desempeño deba recurrir a la redacción de textos, pues eso le dará la oportunidad de obtener éxito.

Esa misma inquietud le permitirá, además, distinguirse dentro del grupo, pues el hecho de que alguien sea profesional, no es garantía de que escriba ni que hable bien. Por lo menos en Venezuela es así, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Conozco profesionales que sobresalen en su oficio; pero en cuanto a la elaboración de textos o expresión oral, tienen serias dificultades. Esas deficiencias tienen su origen en la escuela básica, en la que la forma de enseñar el castellano nunca ha sido la más idónea, pues los estudiantes no se preocupan por aprender, sino por memorizar las partes de la oración y una que otra regla en el momento de presentar un examen, y ya. Esas falencias las arrastra hacia la educación secundaria y a la universidad.

Es lamentable que en la universidad la enseñanza del lenguaje escrito y oral sea muy superficial. Más lamentable es aun el hecho de que en la mayoría ya desapareció del pensum de estudios.

Me imagino a un abogado que introduzca un texto ante un tribunal, y que el juez no se lo admita por estar plagado de errores ortográficos, como supuestamente le ocurrió a Herman Escarrá, reputado jurista venezolano.

Quizás lo de Escarrá no haya sido cierto, y que todo se deba a la macabra imaginación de algunos de sus detractores; pero hay muchísimos casos de profesionales con serias limitaciones en nociones elementales de ortografía, y sin embargo, algunos los estiman como excelentes profesionales. ¡Vaya usted a saber la razón!

Paralelos a las personas que se preocupan por escribir y hablar bien, están los «toeros», definidos estos como los que presumen de saber de todo; pero que ni en la superficie ni en el fondo saben nada. Con esa clase de personas he tropezado en muchas ocasiones, y ha habido polémicas, como me ocurrió recientemente cuando salí a comprar un marcador cuya tinta es borrable, para lo cual pedía que me vendieran uno de tinta deleble, que es lo mismo.

Todas las veces que lo solicité, varios «toeros» me corrigieron con la advertencia de que no es deleble, sino «marcador acrílico», lo cual me dio pie para publicar este comentario con la intención de aclarar lo de borrable y deleble, que por lo que puede observar, muchos no lo tienen muy claro. ¡Hacia allá voy!

Corrientemente, al marcador en cuestión se le llama acrílico, y no estoy seguro de que esa sea una denominación apropiada, pues si se revisa el DLE, podrá encontrarse que acrílico es un adjetivo que se le aplica a algo hecho de «una fibra o de un material plástico: que se obtiene por polimerización del ácido acrílico o de sus derivados. Es además objeto o producto hecho con material acrílico». El entrecomillado es ex profeso, para indicar que así lo tomé de la versión electrónica del registro lexical de la docta institución.

Ahora bien, mis conocimientos de química, que no van más allá de los que recibí en el bachillerato, me animan a asegurar que, en cuanto al marcador, este no es acrílico, sino la pizarra, pizarrón o tablero, como también se le conoce en otros países de América.

De cualquier modo, dejo abierta la posibilidad de que cualquier persona con conocimientos en procesos de elaboración de productos con ese material, pueda sacarme de la duda. Se exceptúan los «toeros».

Pero sea acrílico o no, no tengo la menor duda de que es un marcador de tinta borrable o simplemente deleble, que es el antónimo de indeleble. El desconocimiento del significado de deleble e indeleble, es lo que ha hecho que muchos no sepan solicitarlos, y en reiteradas ocasiones les hayan vendido el que no es.

Un verso de la canción «Estrellitas y duendes», de mi admirado maestro Juan Luis Guerra, podría serles muy útil para saber diferenciar lo imborrable y lo borrable (deleble), sin necesidad de pretender desempeñar el detestable oficio de «toero».


sábado, 9 de julio de 2022

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

David Figueroa Díaz

09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

 David Figueroa Díaz

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09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».


sábado, 2 de julio de 2022

¡Cuidado con la «de»!

 Por

 David Figueroa Díaz

02/07/2022

Siempre trato de tomar previsiones para que al momento de redactar y de enviar mi artículo semanal no haya problemas; pero por más que lo intento, de cuando en cuando hay algo que lo impide, tal como sucedió el sábado pasado, cuando por razones ajenas a mi voluntad, una vez más estuve ausente. Con un sistema eléctrico inestable, que tiende a deteriorarse aun más, y con un servicio de Internet por demás deficiente, son muchas las calamidades que se padecen.

Pido disculpas al cuerpo redaccional de este importante medio de comunicación y a las personas que de manera regular siguen este trabajo de divulgación periodística. Mi intención es no fallar, y en virtud de ello busco la forma de superar los obstáculos; pero sin electricidad e Internet, es muy poco lo que se puede hacer, pues todo gira en torno de esos dos elementos, indispensables en el día a día.

Hoy vuelvo sobre un tema que lo he tratado en varias ocasiones, y aunque en todas he procurado dar explicaciones prácticas y sencillas, siempre quedan dudas. La finalidad de estos artículos, para quienes aún lo digieren, es contribuir con un mejor uso de la expresión escrita y oral, en función de que los redactores y todas aquellas personas cuya ocupación habitual es la escritura, puedan apercibirse de lo necesario para manejar el asunto con relativa facilidad. Lo de la relativa facilidad no lo digo por arrogancia, sino porque nunca se alcanza un manejo absoluto.

La preposición «de» se ha convertido en una fuente inagotable de impropiedades, en las que incurren muchas personas, incluidas algunas a las que sería impensable tacharles una «pifia» por desconocimiento. Hay quienes aparentan estar muy preocupados por mejorar su escritura y su forma de expresarse oralmente, y de manera regular consultan diccionarios y otros textos, lo cual es plausible; pero lo hacen de manera muy superficial, y eso, a la larga se les convierte en un problema.

Muchas de esas personas creen que la preposición «de» solo puede significar el material de que están hechas las cosas, y por eso se asombran, se escandalizan y se horrorizan cuando el común de los mortales dice que en la tienda tal venden «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda» y «cocinas de gas», por ejemplo. La reina de esas expresiones es, sin dudas, el vaso de agua, a la que, sin el conocimiento necesario, muchos sabidillos del idioma español y de otras disciplinas han tildado de impropia.

Los que cuestionan la mencionada frase ignoran que no es lo mismo un vaso de agua que un vaso con agua. Un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota hasta llenar el recipiente.

Si eso no fuese así, tampoco deberían existir un reloj de pared, una jarra de cerveza, un gancho de ropa, una caja de sorpresas, guerra de las galaxias, jabón de tocador, avión de combate, colegio de periodistas, academia de la lengua, estación de ferrocarril, equipo de fútbol, ventilador de techo, escuela de policías, sala de parto, buzón de sugerencias, etc.

Los ejemplos mostrados son expresiones adecuadas en las que se percibe claramente que la actuación de la preposición «de» no indica el material con que están construidas las cosas, sino contenido, modo de funcionamiento, esencia y otros aspectos cuyo contexto legitima su uso. Si existen las anteriores, también podrá haber «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda», «cocinas de gas y «planchas de vapor», entre otras.

Lo cumbre del caso de los enemigos del vaso de agua y de otras expresiones análogas, es que cuando se les pide que argumenten su parecer, solo se limitan a decir que los vasos no están hechos de agua, lo cual evidencia dos cosas: prepotencia e ignorancia. Les gusta hablar de lo que no saben, y no desprecian oportunidad para exhibir sus supuestos conocimientos y sabiduría, amén de que siempre andan tachando errores en donde no los hay, sin darse cuenta, por supuesto, de que los equivocados son ellos.

Les recomiendo (a ellos) leer el caso de las preposiciones, con énfasis en la «de», que aparece en la página 48 de la veinticuatro edición del «Curso de Redacción», de G. Vivaldi, con la que podrán apercibirse de elementos que les darán solidez para no hacer el ridículo cada vez que pretendan dictar cátedra en gramática


sábado, 11 de junio de 2022

¡No aplican, se aplican!

 

Por

 David Figueroa Díaz


11/06/2022

La semana pasada, tal como me ha ocurrido en varias ocasiones, no pude escribir ni enviar el acostumbrado artículo de los sábados; mucho menos excusarme por la ausencia. La inestabilidad en el fluido eléctrico, que por supuesto, por lo menos en el lugar en el que habito, que afecta a la Internet, fue la causa, aunada a otros factores relacionados con mi ocupación de diarista. Por esa razón pido disculpas al cuerpo editor de este importante medio de comunicación y a las personas que día a día siguen este trabajo de divulgación periodística. 

He perdido la cuenta de las veces que he abordado el tema del uso de algunos verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, y sin dudas, el más sobresaliente es aplicar, en torno del cual se ha tejido una red de situaciones viciadas que se han vuelto casi indesarraigables.

Antes de entrar en materia acuso recibo de sendas misivas de parte de Luis Colina y de Emilio Páez, en las que ambos emiten comentarios elogiosos y estimulantes sobre mi trabajo de comentar casos de impropiedades lingüísticas, sobre todo de los medios de comunicación social. Con Luis y Emilio me une una amistad de vieja data, que me sirvió y me sirve para, entre otras cosas, adquirir conocimientos del tema lingüístico, pues los dos manejan con relativa facilidad la expresión escrita. ¡Gracias, queridos amigos!

A raíz del surgimiento en Venezuela, del Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, se puso de moda el uso del verbo aplicar con sentido diferente del que tiene. El referido plan es o era una política gubernamental, de darles la posibilidad a los bachilleres de cursar estudios universitarios en el exterior, especialmente en Estados Unidos. Eso hizo que más temprano que tarde, applications y applicants se convirtieran en aplicaciones y en aplicantes, respectivamente.

Esa situación dio origen a frases como: «Fulano de tal va a aplicar a varias universidades»; «Las aplicaciones deberán ser enviadas antes de que finalice el mes»; «Yo voy a aplicar a la Universidad de Yale», etc. Sin dudas, es una influencia del inglés, favorecida por el parecido gráfico y fonético de applications y applicant con aplicar, que en español tiene otro significado.

Alguien pudiera decir que se trata de una innovación lingüística, lo cual no es cierto, pues es simple y llanamente un calco del inglés, con cierta dosis de pitiyanquismo, definido este último término como «imitación torpe y servil del idioma y las costumbres estadounidenses», a lo que el insigne venezolano Mario Briceño Iragorry cuestionó acremente, pero con elegancia.  

Aplicar, para los que la lengua materna es el español, tiene varios significados: «Poner una cosa sobre otra o en contacto de otra»; «Emplear alguna cosa, o los principios que le son propios, para conseguir un determinado fin»; «Referir a un caso particular lo que se ha dicho en general, o a un individuo lo que se ha dicho de otro»; «Atribuir o imputar a uno algún hecho o dicho»; «Destinar, apropiar, adjudicar», etc. 

Como habrán podido notar, por ningún lado nuestro verbo aplicar tiene parentesco semántico con solicitud, solicitante, petición, peticionario, demanda, demandante. Es simplemente un vicio que se arraigó y que será muy difícil desterrar; pero nunca estará demás decir algo al respecto, con el deseo de que aquellos que tienen la escritura como herramienta básica de trabajo, puedan adquirir madurez y deshacerse de esa impropiedad. La  amplia gama la conforman locutores, periodistas, educadores, publicistas y otros profesionales.

Pero quizás la reina de las expresiones en las que aparece aplicar como calco del inglés, es aquella que señala que «ciertas condiciones aplican». 

En el ámbito publicitario es frecuente que muchas firmas comerciales, para promover bienes o servicios, en los que hay algunas condiciones y privilegios, apelen a la malhadada frase. Se entiende perfectamente que la intención es señalar que para recibir ciertos y determinados beneficios, tendrán que cumplir con algunos requisitos; pero no es la forma adecuada. Aplicar es un verbo transitivo que se utiliza con un complemento directo.

Estos ejemplos extraídos de una publicación de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) podrán aclarar el panorama: «Antes de llegar al color, aplica una base transparente»; «Dijo que la República Dominicana aplica una política contra las drogas…»; «Debes aplicarte o no podrás terminar esa tarea»; «La ley no se aplica con carácter retroactivo». 
En todo caso podrá decirse que ciertas «condiciones se aplican», «hay condiciones», «existen condiciones», u otra forma parecida, y asunto arreglado.

¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...