Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 11 de septiembre de 2022

MINERAS ARROLLÓ A ZULIANAS EN SU DEBUT DE LA SUPERLIGA DE BALONCESTO FEMENINO



El debut de las cojedeñas estuvo enmarcado con el retraso del equipo occidental que obligó la organización basketera empezar el partido 2 horas más tardes, la presencia del Gobernador Alberto Galindez en el Gimnasio Federico Sánchez y el arrolló de Mineras  registrando el marcador 85x59.

Desde el inicio las representantes del estado Cojedes aprovechó los desaciertos de las zulianas los tiros de larga distancia de Soto, Reyes y la capitana Blanco; aunado a las segundas oportunidades en la pintura donde Soto fue la reina para dejar las anotaciones en el 1er cuarto 32x14.

El desarrollo del partido transitaba por un solo camino unas mineras dosificadas aumentando la ventaja y unas Zulianas tratando de no deslucir en el compromiso y en la hora del descanso al culminar la primera mitad del encuentro Mineras de Cojedes derrotaba 47x27 a Zulianas BBC.

En el tercer período sucedia la misma historia, el equipo de casa marcaba la hegemonía sobre las visitantes con un marcador de 67x40.

Para el ultimo periodo el cuerpo técnico de las occidentales comandado por Nestor Escalante empezaron cambiaron la estrategia para marcar presión en toda la cancha y Mineras por un momento entro en imprecisiones, pero la entrenadora Adriana Calvette, retomo el control del partido para vencer a las zulianas  85x59.


Destacaron en la ofensiva por Mineras de Cojedes; Iamar Soto con; 15 puntos, 01 asistencia y 8 rebotes; Lisbeth Maramara con 14 puntos, 3 asistencias y 12 rebotes; Edita Blanco 12 puntos, 3 asistencias y 1 rebotes; mientras que por Zulianas BBC destacaron; Stefany Ferrer 16 puntos, 3 asistencias y 1 rebote, Floranghel Garcia 13 puntos, 1 asistencia y 7 rebotes; y María Mora 11 puntos, 1 asistencia y 5 rebotes. 

Este domingo será el segundo juego a partir de 12 m en el templo del baloncesto cojedeño el Gimnasio Federico Sánchez y como siempre será transmitido por Fanatik Stereo 90.1 FM la Super Deportiva.




sábado, 27 de agosto de 2022

¡Una vez más los medios y el lenguaje! Por

David Figueroa Díaz

27/08/2022

En una ocasión el profesor y catedrático de la lengua española Alexis Márquez Rodríguez ponderó el inmenso poder inductivo de los medios de comunicación, y advirtió que ese poder no podía ser usado de manera muy libérrima, pues el efecto podría ser igualmente provechoso que dañino.

Desde que leí esa sabia recomendación del profesor Márquez Rodríguez, la he usado en mis publicaciones, no para imitar a su autor, sino para tratar de que los que hacen vida en los medios de divulgación masiva se persuadan de su rol ante la sociedad.

Es satisfactorio saber que a la luz de los aportes que de manera regular he hecho por casi treinta años en estos menesteres, muchas personas que se desempeñan en los medios de comunicación han asimilado la enseñanza. Y más honroso aun es saber que una considerable cantidad se autodenominan «asiduos seguidores» de este trabajo de divulgación periodística. Por eso, cada día procuro mantener la continuidad e indagar sobre el por qué de algunas situaciones, en función de ofrecer un contenido que sea fácilmente entendible y provechoso.

No me gusta hablar de lo que no sé, pues eso de ser «toero» tiene sus riesgos. Yo prefiero preguntar, aprender y manejar con facilidad el asunto, para luego compartirlo, en este caso, con los lectores y contertulios con los que suelo hablar frecuentemente de estos temas.

En Venezuela con la llegada de Hugo Chávez al poder, es innegable, se hizo más fácil el acceso a los medios de comunicación. Chávez puso en vigencia los denominados medios comunitarios, pues estimó que los tradicionales eran un privilegio de pocos, y por tanto, inaccesibles. Por esa razón, hoy día abundan las radios y las televisoras comunitarias, que en muchos casos, de comunitarias no tienen nada; alegales en su mayoría.

El proyecto de medios comunitarios no es malo; pero en este país ha sido desvirtuado. El término comunitario es el escudo protector de aquellos que basados en el precepto constitucional de la libre expresión del pensamiento, se plantan ante un micrófono de radio o una cámara de televisión para decir cuantas idioteces se les ocurra, sin que nadie pueda objetar nada, pues «la libertad de expresarse es un derecho». Claro está, existen contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Las radios de Venezuela, también con casos que se pueden extraer con pinzas, están plagadas de disparateros. Ahora cualquiera es locutor, sin tomar en cuenta si esa persona está capacitada para ejercer la función. Se ignora que un locutor, en el mejor sentido de la palabra, es y deberá ser un educador a distancia, para lo cual es imprescindible que esté apercibido de un bagaje de conocimientos que permita que un medio de vital importancia como la radio, pueda cumplir cabalmente su función, condesada en tres elementos: educar, entretener e informar.

Aunados a la falta de preparación de los que usurpan la función de los locutores, están los casos de los que tienen defectos de dislalia, lambdacismo, sigmatismo, asimilación, metátesis u otros, que hacen que el lenguaje no sea entendible. Es frecuente escuchar palabras como amol, muelto, hacel, miral, profesor, arcalde, testo, en lugar de amor, muerto, hacer, mirar, profesor, alcalde y texto.

Dudo que una persona que tenga esas deficiencias y defectos esté en capacidad de educar, entretener e informar, al menos que el programa sea de corte humorístico. Afortunadamente, lo comunitario no ha trascendido a los impresos, que de paso quedan muy pocos.

En el periodismo escrito, que es en donde me desempeño con mayor dedicación, la cosa es parecida a la radio y la televisión, dado que hay muchos usurpadores, y lamentablemente los que están facultados, se quedaron con lo que aprendieron en la universidad, y no han hecho más nada por actualizarse. Ese es el motivo por el que su redacción es monótona, imprecisa y está plagada de impropiedades. No han entendido la importancia de escribir bien, lo cual no implica que deban convertirse en catedráticos del idioma español.

Mientras los periodistas no sepan distinguir entre iniciar y comenzar; mientras no conozcan las palabras por la índole de la entonación, no sepan usar el verbo en gerundio, ignoren el uso de los signos de puntuación, su redacción será muy pobre, con tendencia a lo crítico. Para deshacerse de esas deficiencias, solo basta leer.


domingo, 21 de agosto de 2022

¡A ver si entienden!

Por

David Figueroa Díaz

20/08/2022

En el tiempo que me he dedicado a escribir sobre impropiedades en el lenguaje escrito y oral, no he tomado en cuenta las veces en las que he vuelto a hablar de un mismo tema. Me complace hacerlo todas las veces que me sea posible, dado que la intención de este trabajo de divulgación periodística, que el 12 de noviembre de este año 2022 cumplirá veintiocho, es aclarar dudas.

Muchos pudieran pensar que cuando hablo de un tema tratado con anterioridad, lo hago por dármelas de sabidillo o por condenar y humillar a aquellos que aún no han asimilado la explicación. Eso no es cierto, pues aunque en ocasiones he pecado de arrogante y de prepotente, esa no es la generalidad.

Cuando un tema ha sido tocado varias veces, el motivo es la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación palabras o expresiones inadecuadas. También se da el caso de personas que en la ocasión en que pudieron leer, no captaron el mensaje, y por lo tanto es menester darles una nueva explicación, con la finalidad de que puedan disipar sus dudas. Siempre me piden que aclare dudas, y en eso estoy.

He sido repetitivo en decir que hay situaciones que se pueden solventar con el uso de un buen diccionario, y no lo he dicho con mala intención, sino con el deseo de infundir ánimo en aquellos cuya ocupación habitual es la redacción, en aras de persuadirlos de que nada de esto es difícil.

Lamentablemente hay periodistas, educadores, locutores, publicistas y otros profesionales que no salen de la rutina y no le han dado importancia al rol que les corresponde desempeñar.

También he dicho muchas veces que la gama de impropiedades lingüísticas en los medios de comunicación es amplísima, y que a pesar de esa realidad, existe un marcado interés por reducirla; pero no es menos cierto que hay una especie de resistencia que no permite que muchos usuarios del lenguaje escrito y oral puedan librarse de esos feos vicios que ajan y envilecen la escritura.

Definitivamente, el mal uso de ciertas y determinadas palabras homófonas es lo más común, sobre todo en las denominadas redes sociales, que están plagadas de impropiedades, ante lo cual nunca estará demás escribir las veces que sea necesario, en función de que los interesados puedan apercibirse de las herramientas que les permitan exhibir una buena escritura y una mejor expresión oral.

Es lamentable que haya periodistas que no sepan la diferenciar entre hay y ahí; educadores, muchos de los que se ufanan de haberse graduado en universidades de gran prestigio, que confundan haber con a ver o que escriban «que ay por hay», en lugar de «¿Qué hay por ahí?». ¡Y no se crea que los ejemplos mostrados son arbitrarios, y que los he usado para burlarme de los que incurren en ellos! Aparecen a cada rato en Facebook, Instagram y en mensajes de WhatsApp, y lo doloroso es que sus autores son personas públicas, que por su ocupación habitual deberían preocuparse por escribir bien y hablar de mejor manera.

Se debe tener claro que a ver es una secuencia conformada por la preposición «a» y el verbo ver: «Voy a ver qué puedo hacer»; en tanto que haber puede ser un verbo o sustantivo: «Deberíamos haber revisado»; «Ese cantante tiene en su haber un gran repertorio».

No creo que sea difícil entender que halla es del verbo hallar; haya es una forma del verbo haber; que allá es un adverbio de lugar, y que aya es otro nombre que se le da a la mujer que cuida niños. En algunas partes de Venezuela, especialmente en las zonas llaneras, a esas damas se les conoce como «jayeras», que sin dudas, es una deformación de ayeras, pariente de aya. Jayera, con su correspondiente masculino, ha adquirido una dosis de connotación peyorativa, que se les endilga a aquellas o aquellos que, de ayeras o ayeros, se convierten en consentidores, aduladores o simplemente «jalabolas».

Tampoco creo que sea complicado saber que ahí es un adverbio de lugar; que hay es del verbo haber, y que ay es una interjección con la que se expresa dolor, angustia, sorpresa, satisfacción y aun picardía: «Ahí hay un enfermo que dice ay». Ay, por ser una interjección, deberá escribirse siempre entre signos de admiración: ¡Ay, mi madre!


sábado, 13 de agosto de 2022

Ahora todo es una diatriba!

 Por

 David Figueroa Díaz


06/08/2022

Siempre es agradable saber que a pesar de que la gama de impropiedades lingüísticas es amplia, haya personas que se preocupen por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, y en virtud de lo cual, se esmeren por disipar sus dudas.

Esa actitud positiva es satisfactoria para los que de manera regular se dedican a señalarlas y a aportar conocimientos, pues es una evidencia de que el trabajo no ha sido en vano. ¡Ese es mi caso!

Pero cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento, es bastante lamentable, dado que se convierte en una fuente de dudas, y por ende, de impropiedades. Es encomiable que las personas que emplean la escritura y la expresión oral como herramienta básica de trabajo, se preocupen por mejorar cada día; lo triste sería que esa inquietud se convirtiera en manía, como ha ocurrido en muchos casos.

Ha habido ocasiones en las que me ha tocado participar en tertulias que han dado pie a polémicas sobre el uso adecuado o inadecuado de palabras, que al parecer, es lo que más les preocupa a muchas personas que por lo general se dedican a la redacción de textos.

El rey en esas discusiones es, sin dudas, el bendito vaso de agua, a quienes muchos sabidillos del idioma están empeñados en negarle legitimidad. Lo desconcertante es que quienes se oponen, no muestran un argumento que pudiera legitimar su opinión, pues solo se atienen a que los vasos no están construidos de agua.

Sobre ese caso he hablado y escrito muchas veces, por lo que por ahora solo diré que un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, que desde el punto de vista semántico, es el mismo caso de un vaso de leche, un plato de sopa, un ventilador de techo, un reloj de pared, una mesa de noche y una taza de café, entre otros.

No sé si en otro país de Hispanoamérica ocurrirá lo mismo; pero en Venezuela se ha vuelto una mala costumbre utilizar palabras con significado muy diferente del que registran los diccionarios, como la que mencioné en el párrafo anterior, a la que se suma sendo, con su correspondiente femenino, y diatriba, que es de la que voy a hablarles, con la finalidad de aclarar las dudas que pudieran existir.

Para muchos periodistas, locutores, publicistas y otros profesionales que de una u otra forma están vinculados con la comunicación social, ahora todo es una diatriba, palabra que se ha puesto de moda, y no ha habido ni forma ni manera de hacerlos entender que al usarla como lo hacen, incurren en una lamentable impropiedad que valdría la pena erradicar en función de llamar las cosas por su nombre.

Generalmente, quienes cargan la palabra diatriba a flor de labios, lo hacen con la intención de aparentar erudición en materia de lenguaje oral y escrito. Si esa pretendida erudición se hubiese fundado en el conocimiento y en la sindéresis, sería muy provechosa, tanto para ellos, como para los que siempre andan en búsqueda de una luz para vencer la penumbra.

A la palabra diatriba la han aparejado con disyuntiva, duda, dilema, disputa, controversia, pelea, pleito u otro término con el que pudiera expresarse desacuerdo, desencuentro, rivalidad enconosa, rencilla y enemistad, inclusive.

Si esas personas que creen que una diatriba es una pelea o algo similar, sería interesante y provechoso que revisaran un buen diccionario, y así podrían saber que la mencionada palabra nada tiene que ver el uso que de manera inmisericorde le dan.

¡Diatriba, estimados periodistas, estimados locutores, publicistas, manejadores de redes sociales y educadores, es “discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo”. ¿De dónde entonces, habéis sacado semejante disparate?

Pero lo de diatriba con significado diferente del que registran los diccionarios, no se queda ahí, pues el mal ha hecho metástasis en otras áreas. Algunos locutores usan la mencionada palabra para referirse al mecanismo que emplearán para cierto y determinado concurso. Recientemente oí a uno que, con ciertos aires de suficiencia, dijo: “Yo les informaré sobre la diatriba que vamos a escoger para los concursos”. Seguramente, quiso decir trivia.

Y no crean que el uso de diatriba con otro significado es una innovación lingüística; es simplemente ignorancia, basada en el descuido que caracteriza a muchos usuarios habituales del lenguaje escrito y oral en el ámbito profesional, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

sábado, 23 de julio de 2022

El lenguaje como herramienta básica

 Por


 David Figueroa Díaz

23/07/2022

He experimentado casi todas las facetas de la comunicación social, y en cada una he procurado ser coherente y consecuente con lo que he predicado. En junio de 1982 publiqué mi primer artículo de opinión, que me permitió convertirme en articulista del diario Última Hora, del estado Portuguesa, Venezuela.

En 1991 obtuve el certificado de locutor de estaciones radiodifusoras, expedido por el entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones. En ese medio no tuve mayor figuración, pues solo me desempeñaba de manera eventual, dado que mi oficio principal era el de técnico al servicio de la empresa eléctrica del Estado venezolano. Sin embargo, la radio siempre ha sido una de mis pasiones; pero más como oyente, que como locutor.

En 1994, luego de convencerme de que tenía facilidad para la gramática, me dediqué a escribir una columna sobre las impropiedades más frecuentes en los medios de comunicación, que nació en El Regional, pasó por Última Hora, y luego este medio (periodistas-es.com) me abrió sus puertas para continuar el trabajo de divulgación.

En 2017 obtuve el título de licenciado en Comunicación Social, por la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo, estado Zulia.

Les cuento todo esto, no por vanidad, sino por expresar mi respeto al oficio y a mi pasión por el buen decir. Todas esas vivencias me han permitido adquirir madurez y convicción de que la herramienta básica de un periodista, de un articulista, de un columnista y de un locutor, es escribir bien y hablar de la mejor manera.

Desafortunadamente, muchos de los que hacen vida en los medios de comunicación no han asumido con responsabilidad el rol que les corresponde desempeñar, y por eso, su escritura y expresión oral son deficientes. Claro está, hay honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

En el caso de los periodistas, siempre he dicho que existen muchos que solo se han conformado con lo que aprendieron en la universidad. Por eso su redacción es poco atractiva y está plagada de vicios que pudieron haber sido erradicados si le hubieron dedicado tiempo a la lectura de libros y manuales que ofrecen formas sencillas para superar los obstáculos.

Eso ha hecho que sean frecuentes el mal uso del gerundio, de los signos de puntuación; la utilización de verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, amén de otros aspectos fundamentales para una escritura medianamente aceptable.

En Caracas hay un periodista que muy bien pudiera llamársele el Rey de las Comillas, pues no desperdicia oportunidad de colocarlas por lo menos tres veces en cada párrafo, generalmente innecesarias. Y no me digan que ese es su estilo, no. Es una falta de conocimiento, ante una situación que se supera fácilmente.

Esas deficiencias están presentes en todas las fuentes del periodismo informativo impreso; pero en la redacción de sucesos son más notorias. Las palabras son siempre las mismas, y las impropiedades también, lo cual denota poco gusto y cero creatividad. A eso se suma el hecho de que se ha arraigado la mala costumbre, en el caso de organismos oficiales, de redactar bajo la imposición de una forma, por demás mediocre, de exaltar la figura del o de los jefes de la fuente, seguramente con el deseo (de los jefes) de ser ascendidos de cargo por su eficiencia.

Por esa razón es frecuente, por lo menos en muchos medios venezolanos, que cuando la policía aprehende a un ciudadano en la comisión de un delito, se diga, por ejemplo, que «ese operativo se realizó por instrucciones del comandante Fulano de Tal». O sea, el comandante Fulano de Tal ya sabía que en el sitio tal y a la hora tal se iba a consumar un hecho delictivo, por lo que, era necesario tomar las previsiones. «¡Eficiencia o nada!».

En el ámbito radiofónico ocurre algo parecido, pues con el surgimiento de las denominadas emisoras comunitarias, se ha desvirtuado la verdadera razón de ser de ese importante medio. Por lo general, los que se hacen llamar locutores, que en realidad no lo son, no tienen la mínima noción de la función que deben cumplir. Ignoran que el verdadero locutor es un educador a distancia, y para tal efecto, debe poseer buena dicción y un cúmulo de conocimientos que le permitan desarrollar cabalmente la noble labor de educar, entretener e informar.

Con la excepción de los que sí han asumido con responsabilidad y profesionalismo su desempeño, otros tantos han hecho que la radio haya perdido su verdadera esencia.


sábado, 16 de julio de 2022

¡Un marcador de tinta deleble, por favor!

Por

 David Figueroa Díaz


16/07/2022

En materia de lenguaje escrito y oral hay una considerable cantidad de personas que de manera regular se preocupan por disipar sus dudas y por adquirir soltura en el manejo del asunto, lo cual es saludable, pues esa es la actitud de todo aquel que en su desempeño deba recurrir a la redacción de textos, pues eso le dará la oportunidad de obtener éxito.

Esa misma inquietud le permitirá, además, distinguirse dentro del grupo, pues el hecho de que alguien sea profesional, no es garantía de que escriba ni que hable bien. Por lo menos en Venezuela es así, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Conozco profesionales que sobresalen en su oficio; pero en cuanto a la elaboración de textos o expresión oral, tienen serias dificultades. Esas deficiencias tienen su origen en la escuela básica, en la que la forma de enseñar el castellano nunca ha sido la más idónea, pues los estudiantes no se preocupan por aprender, sino por memorizar las partes de la oración y una que otra regla en el momento de presentar un examen, y ya. Esas falencias las arrastra hacia la educación secundaria y a la universidad.

Es lamentable que en la universidad la enseñanza del lenguaje escrito y oral sea muy superficial. Más lamentable es aun el hecho de que en la mayoría ya desapareció del pensum de estudios.

Me imagino a un abogado que introduzca un texto ante un tribunal, y que el juez no se lo admita por estar plagado de errores ortográficos, como supuestamente le ocurrió a Herman Escarrá, reputado jurista venezolano.

Quizás lo de Escarrá no haya sido cierto, y que todo se deba a la macabra imaginación de algunos de sus detractores; pero hay muchísimos casos de profesionales con serias limitaciones en nociones elementales de ortografía, y sin embargo, algunos los estiman como excelentes profesionales. ¡Vaya usted a saber la razón!

Paralelos a las personas que se preocupan por escribir y hablar bien, están los «toeros», definidos estos como los que presumen de saber de todo; pero que ni en la superficie ni en el fondo saben nada. Con esa clase de personas he tropezado en muchas ocasiones, y ha habido polémicas, como me ocurrió recientemente cuando salí a comprar un marcador cuya tinta es borrable, para lo cual pedía que me vendieran uno de tinta deleble, que es lo mismo.

Todas las veces que lo solicité, varios «toeros» me corrigieron con la advertencia de que no es deleble, sino «marcador acrílico», lo cual me dio pie para publicar este comentario con la intención de aclarar lo de borrable y deleble, que por lo que puede observar, muchos no lo tienen muy claro. ¡Hacia allá voy!

Corrientemente, al marcador en cuestión se le llama acrílico, y no estoy seguro de que esa sea una denominación apropiada, pues si se revisa el DLE, podrá encontrarse que acrílico es un adjetivo que se le aplica a algo hecho de «una fibra o de un material plástico: que se obtiene por polimerización del ácido acrílico o de sus derivados. Es además objeto o producto hecho con material acrílico». El entrecomillado es ex profeso, para indicar que así lo tomé de la versión electrónica del registro lexical de la docta institución.

Ahora bien, mis conocimientos de química, que no van más allá de los que recibí en el bachillerato, me animan a asegurar que, en cuanto al marcador, este no es acrílico, sino la pizarra, pizarrón o tablero, como también se le conoce en otros países de América.

De cualquier modo, dejo abierta la posibilidad de que cualquier persona con conocimientos en procesos de elaboración de productos con ese material, pueda sacarme de la duda. Se exceptúan los «toeros».

Pero sea acrílico o no, no tengo la menor duda de que es un marcador de tinta borrable o simplemente deleble, que es el antónimo de indeleble. El desconocimiento del significado de deleble e indeleble, es lo que ha hecho que muchos no sepan solicitarlos, y en reiteradas ocasiones les hayan vendido el que no es.

Un verso de la canción «Estrellitas y duendes», de mi admirado maestro Juan Luis Guerra, podría serles muy útil para saber diferenciar lo imborrable y lo borrable (deleble), sin necesidad de pretender desempeñar el detestable oficio de «toero».


sábado, 9 de julio de 2022

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

David Figueroa Díaz

09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

 David Figueroa Díaz

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09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».


¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...