Médico de Cabecera y Santo Sanador

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domingo, 19 de mayo de 2024

¡Ojalá que no «haiga» problemas!

Por

David Figueroa Díaz 


18/05/2024

He sido un crítico de aquellas personas que se dedican a hablar de lo que no saben, que lo hacen por el simple hecho de aparente erudición, una erudición de la que están muy distantes. Ese comportamiento tiene sus riesgos, pues cualquier individuo con modestos conocimientos puede hacer quedar a aquellos que se recrean en la fantasía de ser grandes maestros, que por lo general siempre andan buscando fallas en donde no las hay.

En el ámbito del lenguaje escrito y oral abundan los sabidillos (y sabidillas, también), que se arrogan la autoridad de cuestionar todo aquello que no les parece. Lo risible de eso es que no leen antes de criticar, por lo que nunca tienen éxito en su propósito.

He perdido la cuenta de las que, sin que hayan leído lo que he escrito, algunas personas me han hecho observaciones de forma directa e indirecta, y hasta se han horrorizado, pues «cómo es posible que una persona que se dedique a hablar de correcciones e incorrecciones lingüísticas, incurra en errores elementales». Lo curioso es que los equivocados han sido los que han pretendido dictarme cátedra». ¿Por qué? ¡Porque no leen!

Muchas veces expresó y lo sostengo: no soy catedrático ni pretendo serlo; pero por amor propio he dicho que los casi treinta años durante los que me dedicó a escribir sobre las impropiedades en el uso del idioma español, me han deparado solvencia y solidez para escribir medianamente aceptable; y además, para orientar a otros a disipar sus dudas. Para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario ser miembro de la Real Academia Española. ¡Eso deben tenerlo muy claro!

Hace poco fue publicado un texto, supuestamente de la autoría de Daniel Escorza Rodríguez, investigador y académico del INAH, México. Digo supuestamente, porque en estos menesteres, aparte de los sabidillos, están los «especialistas» en atribuirse lo que es de otros. No digo que ese sea el caso, aunque para los efectos de este artículo, lo del autor es irrelevante.

Lo que me inquieta es el contenido y el efecto que ha causado, dado que muchos lo han tomado como patente de corso para legitimar el uso de algunas palabras que son comunes en personas de un bajo nivel de preparación. Para los que no lo saben, INAH es el acrónimo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que «investiga, conserva y difunde el patrimonio arqueológico, antropológico, histórico y paleontológico de la nación (México), con el fin de fortalecer la identidad y memoria de la sociedad que lo detenta». Aclaro que el entrecomillado es mío, y lo usé para indicar que es una anotación textual, con lo cual se verifica uno de los dos usos fundamentales de las comillas. Los paréntesis también son míos.

Según el texto citado, las palabras «haiga», «vistes», «naiden», etc., no se deben tachar como errores gramaticales, dado que «son simplemente formas de hablar que vienen de muy antiguo, y por lo tanto, quienes aprendieron a usarlas, fue porque se originaron en poblaciones donde alguna vez así se habló; era un español antiguo». Eso es cierto ya la vez no lo es; les daré el porqué, y como recomienda semanalmente en su columna el colega y compatriota venezolano Grossman Parra Pinto: «…sigan leyendo».

El hecho de que esas palabras provengan de un español antiguo, es una muestra de que el idioma español evoluciona constantemente; pero no es un aval para que personas con un alto nivel de preparación y con un rol preponderante en la sociedad en la que se desempeñan (comunicadores sociales, educadores y otros profesionales), las usen actualmente.

Dudo que el uso actual de las palabras mencionadas sea consciente. Sería aceptable que el que las use, lo haga con la intención de causar un efecto; pero si ese no es el caso, entonces es una muestra de descuido, de desconocimiento y de cualquier otro aspecto que deja mucho de qué hablar, sobre todo si el autor es alguien que por lo menos culminó sus estudios de educación primaria.

Nadie podrá prohibir que se diga «haiga», «vistes», «naiden»; pero hay espacios y momentos para hacerlo. Se dice que el ilustrador venezolano Andrés Bello escribía «jente» en lugar de gente, y lo hacía a manera de chanza en comunicaciones personales. Me imagino que él estaba seguro de que al hacerlo de manera pública, generaría confusión, y lo que es peor: dudas sobre su erudición, de lo cual nadie en su sano juicio podrá tener un ápice.

sábado, 11 de mayo de 2024

¡Hasta cuándo habrá comicios electorales!

 

Por:

David Figueroa Díaz  


11/05/2024

Nadie está exento de incurrir en impropiedades, máxime si esas ocurren a la hora de escribir o de hablar. Por más cuidado que pueda tenerse, siempre habrá cosas indeseadas. Unas son producto del descuido y otras del desconocimiento; pero a fin de cuentas deben evitarse. No tendría sentido una publicación con la que se pretenda aclarar dudas, si las dudas son de quien pretende enseñar.

En ese aspecto es recomendable tener mucho cuidado, pues abundan los «espontáneos del lenguaje» a los que les gusta hablar de lo que no saben, y por lo general, lejos de aclarar, lo que hacen es confundir a los que desean adquirir soltura en la redacción de textos, que dicho sea de paso, día a día aumentan. Hay personas que, aun cuando manejan el asunto con relativa facilidad, su criterio es excesivamente purista, lo cual los convierte en «cazadores de gazapos» y por lo general nunca «atrapan la presa».

No me creo dueño de la verdad; pero los años que llevo en estos menesteres me han permitido forjarme un amplio criterio, sin pretensiones de catedrático, pues solo soy un aficionado del buen decir, que también incurre en errores. El purismo no es malo; pero todo en exceso puede causar daño.

Entre las impropiedades que pueden ocurrir por descuido están la omisión de partes de la oración, como el artículo, las preposiciones, las conjunciones y otros elementos sin los cuales la escritura no tendría sentido, que solo por adivinación un lector cuidadoso podría entender. En esa gama está también la repetición de palabras.

Admito que muy a menudo incurro en ambas situaciones, pues por lo general escribo bajo la presión de que en cualquier momento pueda producirse una interrupción en el fluido eléctrico, y el tiempo del que dispongo para revisar es relativamente corto. Los que conocen la situación de Venezuela saben que el servicio eléctrico está cada día peor.

Cuento con la colaboración de mi amigo Rafael Ángel Parra, quien además de articulista de varios portales digitales, maneja con relativa facilidad el tema gramatical y lingüístico, y tiene la paciencia y la sapiencia suficientes para captar cualquier gazapo. No significa que no pueda escapársele alguno; pero la posibilidad es muy poca.

De lo que sí estoy seguro, es de que en este trabajo de divulgación periodística difícilmente aparezca un error ortográfico u otra situación que pueda atribuirse a desconocimiento. No lo digo por vanidad ni porque me crea infalible, sino porque no acostumbro hablar de lo que no sé. Cuando no estoy seguro del significado de una palabra o no sé cómo se escribe, apelo al diccionario. O en el mejor de los casos, la sustituyo por un sinónimo.

En cuanto a las palabras con igual significado, se debe tener en cuenta que la sinonimia de las lenguas no es perfecta, lo cual conlleva la particularidad de que dos palabras parecidas no deban emplearse en el mismo contexto, como iniciar y comenzar, que de buenas a primeras son la misma cosa; pero no se construyen de igual manera. He ahí la diferencia: una diferencia que muy pocos comunicadores sociales, educadores y otros profesionales cuya herramienta básica de trabajo es la redacción, lamentablemente no han podido encontrarla. Por eso ahora nadie comienza, pues prefieren iniciar. «Así son las cosas», solía decir el periodista venezolano (+) Oscar Yánez.

Y si de descuido y desconocimiento se trata, el domingo 5 de los corrientes, mientras esperaba para ver por televisión un partido del actual torneo de la primera división del balompié rentado venezolano en su etapa semifinal, me dediqué a seguir, también por televisión, el desarrollo de las elecciones de Panamá, y pude darme de cuenta de las similitudes y las diferencias en relación con Venezuela.

Son muchas las diferencias del proceso eleccionario de ese país que, como se sabe, es pequeño, tiene pocos habitantes y por ende menos votantes, amén de otros rasgos que en ese sentido no permiten que se parezca a otro de los de esta parte del mundo, por muchísimas más razones.

Me fijé detenidamente en las palabras y expresiones de los reporteros destacados en las provincias que componen el país del istmo. Pude notar que también allá, de acuerdo con lo que vi, algunos periodistas no se han percatado de que la frase «comicios electorales» es inadecuada, dado que todo comicio es electoral.

No sé si en otros países de habla hispana ocurra lo mismo; pero no tengo dudas de que la frase en cuestión es un mal que ha hecho metástasis en otras áreas. ¡Es lamentable que eso ocurra en momentos en los que existe un marcado interés por mejorar la expresión escrita y oral.


sábado, 4 de mayo de 2024

¡Que alguien se lo diga!

Por:

David Figueroa Díaz  

04/05/2024                   

Diversos factores, entre esos múltiples ocupaciones, fallas en la energía eléctrica y quebrantos de salud, han sido el motivo por el que estuve ausente durante cuatro sábados; pero aquí estoy una vez más, con la finalidad de seguir aportando elementos para un mejor uso del idioma español, como ha sido desde que me publicaron el primer comentario sobre temas gramaticales y lingüísticos, el 12 de noviembre de 1994, lo que significa que en este se cumplirán treinta años, siempre convencido de que soy un aficionado del buen decir. ¡Una vez más pido disculpas!

Durante ese tiempo he aprendido muchas cosas, pues cada entrega implica una investigación, para aclarar un asunto de interés colectivo o responder las inquietudes que de manera regular recibo de parte de muchas personas cuya ocupación habitual es la redacción, como periodistas, locutores, educadores u otros profesionales que han entendido la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera, pues así se los exige el rol que desempeñan.

He adquirido la suficiente madurez para decir, sin temor a equivocarme, que las impropiedades más frecuentes son las más sencillas de resolver, como la falta de tilde, de la coma, o lo que es peor, la colocación en casos en los que no son necesarias. De ambos aspectos he escrito en infinidad de veces, y a Dios gracias, muchos son los que le han sacado provecho; pero hay otros que le siguen echando la culpa al teléfono y a la falta de tiempo por sus faltas de ortografía.

No tengo ningún temor en afirmar que, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, en la narración y el comentario deportivos hay muchos disparateros que no han valorado la importancia de su rol ante el ámbito en el que se desenvuelven.

Algunos narradores y comentaristas se preocupan más por mostrar «erudición» en materia de reglamento, que por utilizar las palabras adecuadas, pues por más habilidad que tengan para describir o comentar una actividad deportiva en ejecución, es necesario que llamen las cosas por su nombre, y para eso deben leer o consultar a alguien que sepa.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido al lenguaje deportivo, y hasta muchas personas han llegado a creer que las críticas, muy fuertes a veces, tienen un destinatario directo; pero no ha sido así. Cada vez que lo he hecho, ha sido de manera general, aunque es justo y necesario reconocer que a la par de los disparateros, hay excelentes narradores, excelentes comentaristas, a los que provoca oír, pues casi siempre aclaran dudas y enseñan algo.

El artículo de hoy está relacionado va dirigido a aquellos que aun cuando son merecedores de la más alta estima, tienen algunas fallas que deberían corregir.

Durante el Campeonato Mundial de Fútbol Rusia 2018, Arley Londoño, conocido narrador y comentarista colombiano, quien estuvo al servicio de DIRECTV, cada vez que le tocó actuar, habló siempre del costado lateral, para referirse al caso de la pelota cuando esta sale por una de las bandas del rectángulo de juego.

No hubo nadie que le dijera que incurría en redundancia, dado que costado y lateral es la misma situación, hasta donde yo sé, es la misma cosa. Además, el reglamento de fútbol señala que el terreno de juego, al ser un rectángulo, debe tener líneas laterales (o bandas) y dos de fondo (meta). ¿Es muy difícil entender eso? ¡No lo creo!

En Venezuela está el caso de Jaime Ricardo Gómez, otro experimentado y elocuente narrador, quien desafortunadamente también tiene el mismo problema de su colega Londoño. Desde hace dos años me he dedicado a seguir las transmisiones televisivas del fútbol venezolano, y a decir verdad, al único que le he oído el mencionado despropósito, es al compatriota Jaime Ricardo, que narra de una manera muy agradable; pero al parecer no ha leído o no recuerda la regla sobre las dimensiones y formas del terreno de juego.

Lo que sí es común y muy frecuente en Sudamérica, es la imprecisión sobre el tiempo que se juega después del reglamentario y la función del cuarto árbitro. En cuanto a lo primero, muchos hablan de descuento, lo cual es incorrecto, toda vez que en el fútbol no se descuenta, se añade.

Respecto de la función del cuarto árbitro, una considerable cantidad de narradores y comentaristas ignora la función de este, y por eso se les oye expresiones como: «Vamos a esperar a ver cuánto tiempo va a añadir el cuarto árbitro». Por un lado están conscientes de que en el fútbol no se descuenta tiempo; pero no saben que eso tiempo adicional lo concede el árbitro principal nadie más. Es por eso que es indispensable que alguien se lo diga.

domingo, 31 de marzo de 2024

¡A propósito de las elecciones en Venezuela!

 Por:

David Figueroa Díaz  


30/03/2024

Hay situaciones que de pronto desaparecen; pero basta con que haya un elemento vinculante para que resurjan. En tiempos de elecciones, por ejemplo, se ponen de moda palabras y expresiones relacionadas con ese ámbito, y hasta vuelven las dudas que conducen al uso equivocado de algunas, pues por lo menos en Venezuela, es frecuente oír frases como «sufragar el voto».

Quienes incurren en ese desliz, por lo general, son personas con un bajo nivel de preparación, y por eso ignoran que sufragar y votar, desde el punto de vista electoral, es la misma cosa. Yo puedo decir que voy a sufragar los gastos; pero por el hecho de que sufragar y votar sean sinónimos, en ese contexto el verbo votar no podrá sustituir a sufragar. ¡Ojo con eso!

Aquí entra en juego la imperfección de la sinonimia de las lenguas, ante lo cual se debe estar alerta para no incurrir en despropósitos. Sufragar el voto sería algo así como que alguien pague por ser favorecido en un proceso eleccionario. ¡No es lo normal; pero ocurre, sobre todo en tiempos de crisis!

Para consuelo de aquellas personas que no manejan con facilidad el lenguaje escrito y oral, hay otras a las que sería impensable tacharles una falta de esa naturaleza, como periodistas, educadores, abogados, ingenieros, médicos y otros profesionales, que también de manera muy frecuente incurren en impropiedades que los dejan muy mal parados ante quienes siempre los estiman como excelentes manejadores del lenguaje escrito y oral. Muchos de ellos escriben botar en lugar de votar. ¿Desconocimiento, descuido, o las dos cosas a la vez? ¡Es posible!

Otras palabras que reaparecen cuando hay elecciones, son reconteo y recuento, que conllevan la duda sobre cuál sería la adecuada en casos en los que sea necesario volver a contar los votos luego de una elección, sobre todo cuando no hay conformidad con el resultado.

Hay quienes dicen y escriben reconteo; pero si se tomaran la bondad de leer un buen diccionario, como el DEL (Diccionario de la Lengua Española), podrían convencerse de que la palabra apropiada para ese caso es recuento; lo demás es cuento.

A propósito del hecho de que en Venezuela este año (28 de julio) deberá haber elecciones presidenciales, han comenzado a aparecer palabras de la jerga electoral.

En los portales digitales, redes sociales y grupos de WhatsApp, abundan los contenidos informativos sobre la forma en que han estado sucediendo las cosas, sobre todo con la inhabilitación de María Corina Machado para optar a la presidencia de este país, y de la no aceptación por parte del CNE (Consejo Nacional Electoral) de Corina Yoris, como sustituta.

Eso ha provocado un clima de tensión, en el que los partidarios del oficialismo tratan de justificar la acción del ente comicial; en tanto que los opositores la consideran como una flagrante violación a los derechos de los venezolanos, de ser elegidos y de elegir, propia de los regímenes totalitarios.

De eso no voy a ahondar, pues no es mi interés ni la intención de este trabajo de divulgación periodística que, dicho sea de paso, hoy llegó a las 250 entregas en este importante medio de comunicación de España. Les hablaré una vez más de presidenta.

El miércoles 27 de los corrientes surgió una polémica en varios grupos de WhatsApp a los que pertenezco, sobre presidente y presidenta, motivada por la realidad del momento en Venezuela. Di una explicación breve que, a Dios gracias, fue asimilada por algunas personas a las que les apasiona el tema gramatical y lingüístico; pero otras, sin saber de lo que hablan, y por llevar la contraria y por aparecer como muy cultivadas e instruidas, no estuvieron de acuerdo. ¡Lo curioso fue que el argumento no convence ni al más ingenuo!

Si una mujer ejerce una concejalía, un juzgado, una dirección; si es graduada en Derecho, Ingeniería, Medicina o preside un organismo, será, sin dudas: concejala, jueza, directora, abogada, ingeniera, médica o presidenta, respectivamente, pues es lo que corresponde a su sexo, no a su género, como pudieran pensar y decir algunos espontáneos del lenguaje.

Género tienen las palabras y las cosas inanimadas. Los seres vivos tienen sexo, que es una categoría biológica que determina si es macho o es hembra.

Esa situación (lo de presidenta) quedó suficientemente clara desde el momento en que la Real Academia Española exhortó a las universidades, corporaciones y organismos colegiados, a ser coherentes con el título y denominación de cargos cuando son ejercidos por mujeres, lo cual sí es un gesto inclusivo y constituye una reivindicación para las damas, que difiere de la manía de algunos gobiernos, de imponer una absurda y ridícula inclusión.

¡El que aún tenga dudas, que lea un buen diccionario actualizado! ¡Así de fácil!

sábado, 23 de marzo de 2024

¿Volibol o voleibol?

Por

David Figueroa Díaz  


23/03/2024

Siempre he dicho que la gama de impropiedades gramaticales es amplísima; pero también recalcado que ha habido un creciente interés por parte de comunicadores sociales, educadores y otros profesionales, que han sopesado la importancia de su rol ante la sociedad, y en virtud de lo cual, se han preocupado por mejorar su expresión escrita y oral. .

Lamentó que aun con las facilidades de hoy, muchos de esos profesionales incurrieron en errores de ortografía elemental. Lo peor y que causa risa (pero la que produce un chiste gafo), es que se jactan de decir que ellos no tienen errores de esa naturaleza; pero cuando escriben o hablan, demuestran lo contrario.

Es aceptable que una persona que no tenga ningún grado de instrucción incurra en impropiedades de lenguaje, tanto escrita como oral; pero alguien que tenga por lo menos sexto grado de educación primaria, debería recordar las nociones elementales que se reciben en esa etapa, pues para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario tener títulos de pregrado y posgrado, dado que la ortografía, por lo menos en la época en la que fui estudiante, la enseñaban en la primaria, la reforzaban en la secundaria y la repasaban en la universitaria.

Tengo entendido que, por lo menos en Venezuela, en el pensum de muchas carreras universitarias ya no existe Lenguaje y Comunicación, lo cual es muy lamentable, pues si profesionales que se graduaron hace muchos años tenían dificultades para la expresión escrita y oral, imagínense los de los nuevos tiempos.

Con esa «genial» disposición habrá abogados, ingenieros, arquitectos, médicos, educadores y otros profesionales que puedan, por otros factores, destacarse en su oficio; pero a la hora de comunicarse por vía escrita u oral, tendrán serias dificultades que podrían entorpecer el camino al éxito.

Un abogado, por ejemplo, que no maneje con facilidad la ortografía, correrá el riesgo de que un juez, con los conocimientos que adquirió en las diferentes etapas de la educación, podrá rechazarles un escrito plagado de errores, como en una ocasión le ocurrió al el abogado venezolano Herman Escarrá, quien tiene fama de «comecandela»; pero, a juzgar por un escrito de su autoría que fue mostrado hace varios años en redes sociales, tiene deficiencias ortográficas, inadmisibles en alguien que, como abogado, debería ser una referencia en cuanto a escribir bien.

He hecho esta larga introducción del tema de hoy, con la finalidad y el deseo de que las personas cuya herramienta básica de trabajo sea la escritura y/o la expresión oral comiencen, si es que no lo han hecho, a valorar la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera.

Cada vez que escribe volibol, surgen dudas, ya muchas personas les parece que incurren en error. Algunas me hacen la observación, y con mucha humildad admito que la equivocación pudiera ser de ellas; pero ha habido otras que, sin saber de lo que hablan, pretenden dictarme cátedra.

No soy catedrático ni me creo dueño de la verdad; pero con mi experiencia en estos asuntos, tengo la suficiente solvencia para aclarar dudas en aras de que los interesados ​​puedan adquirir madurez y deshacerse de esos vicios que ajan y envilecen la escritura y la expresión oral.

De acuerdo con el Diccionario Panhispánico de Dudas, voleibol, vóleibol, vóley, balonvolea y volibol, son formas válidas, por lo que podrán usarse en razón de gusto. Yo prefiero volibol, pues es fácil de pronunciar y está hermanada con otros como beisbol, fútbol y basquetbol, ​​que se han españolizado desde hace muchos años. Debe tomarse en cuenta que usar la forma hibrida de voleyball, no es adecuada, por lo que deberá evitarse.

En cuanto al beisbol (entonación aguda), es necesario tener claro que también podrá usar la forma llana (béisbol); mientras que en cuanto al balompié, quienes lo deseen podrán decir fútbol (entonación aguda, solo que no se le coloca la tilde porque termina en una consonante diferente de la «N» y de la «S»). Sería algo así como «beisból» y «futból».

Por lo general, aquellas personas que se empeñan en señalar que escribir volibol es incorrecto, lo pronuncian de esa manera, pues no se arriesgan a que alguien las señale como frívolas y melindrosas. Eso deja entrever que su «preocupación» no es más que una necesidad y una evidencia de que no saben de lo que pretenden enseñar. ¡Así de fácil!

sábado, 9 de marzo de 2024

¡Ni el cuarto árbitro añade tiempo, ni en el fútbol se descuenta!

Por:

David Figueroa Díaz   


03/09/2024

El tema de hoy lo he comentado muchas veces en este importante medio de comunicación y en otros espacios en los que he tenido el honor de intercambiar impresiones con personas que manejan con relativa facilidad el aspecto gramatical y lingüístico, y que además están relacionados con el ámbito deportivo, como narradores, comentaristas y árbitros, especialmente fútbol, ​​disciplina que no se practica de manera regular y organizada; pero me preocupaba conocer e interpretar la esencia de las reglas, con el cuidado de no pretender mostrarme como un experto, porque no lo soy.

En cada ocasión mantuvo el mismo criterio, pues aunque mis conocimientos en balompié no van más allá de nociones elementales, son suficientes como para intervenir en una tertulia que a la postre pudiera ser provechosa para los participantes. Siempre he criticado la actuación de muchos narradores y comentaristas que, aun cuando son experimentados, incurren en impropiedades que los dejan muy mal parados y desdibujan la imagen que de ellos pudiera tenerse.

En su vocabulario son palabras frecuentes y expresiones que son contrarias a lo que establece el reglamento, en este caso de fútbol. No sé si en otros países de Hispanoamérica existe algo similar; pero en Venezuela, muchos de los que se dedican a narrar y/o comentar el fútbol, ​​no tienen claro cuál es la función del cuarto árbitro, y menos aún cuál es la forma adecuada para referirse al tiempo que se juega después del reglamentario, con base en el hecho de que ningún encuentro culmina en los noventa que establecieron las reglas, por razones propias del juego y por otras externas.

Hace pocos días estuve viendo por televisión un partido entre el legendario Portuguesa FC y uno de nombre Angostura, del estado Bolívar, Venezuela, a propósito de la quinta jornada del torneo de este país, en la fase de apertura. Me llamó la atención el hecho de que el narrador, a quien estiman como uno de los mejores por estos lados, dijo: «Vamos a esperar a ver cuánto tiempo añade el cuarto árbitro».

Eso pudo haber sido por descubierto; pero a juzgar por la alta frecuencia con la que muchos de sus colegas incurren en ese despropósito, me inclino por el desconocimiento, aun cuando goce de gran prestigio. En un partido de fútbol, ​​la máxima autoridad es el árbitro; los demás son asistentes. Lo del cuarto árbitro es relativamente nuevo, toda vez que hasta hace poco tiempo los que accionaban eran tres: el principal y los dos jueces de línea. Por eso se le llamaba terna arbitral; pero al surgir el cuarto árbitro, comenzó a llamarse cuarteta arbitral.

Inexplicablemente, muchos narradores y comentaristas siguen hablando de la terna arbitral, pues a lo mejor ignoran que una terna es un grupo de tres. Lo cierto es que quien añade tiempo para compensar el que se ha desperdiciado por diversas causas en un partido de fútbol, ​​es el árbitro principal. El cuarto árbitro lo que hace es mostrarlo mediante un cartel electrónico.

Para los que aún no tienen claras las funciones del cuarto árbitro, helas aquí: «supervisar el procedimiento de sustitución; comprobar el equipamiento de los jugadores y suplentes; permitir la vuelta al terreno de juego de un jugador después de la señal o autorización del árbitro; supervisar los balones de reserva; indicar la cantidad mínima de tiempo adicional de la que el árbitro tiene la intención de agregar al final de cada período (lo que incluye el tiempo complementario); comunicar al árbitro si alguna persona situada en el área técnica se comporta de forma incorrecta».

Como habrán podido notar, por ningún lado aparece la atribución del cuarto árbitro para añadir tiempo, esa que muchos narradores y comentaristas por desconocimiento le han asignado.

En cuanto al tiempo que se juega después del reglamentario, no tengo dudas ni temor en afirmar que es añadido, no de descuento, como algunos descuidados acostumbran señalar. Descuento sería si, en lugar de los noventa minutos que establece el reglamento, se jugara ochenta, por ejemplo. Eso nunca va a ocurrir, a menos que los equipos se pongan de acuerdo para jugar menos tiempo; pero en partidos de campeonatos oficiales debe seguirse lo que dicen las reglas. Lo demás es añadido, adicional, de reposición; pero jamás de descuento, toda vez que en el fútbol no se descuenta se añade.

Obsérvese que en una de las descripciones de las funciones del cuarto árbitro se habla de añadir, no de descontar. ¡Entonces! ¿Cuál es el enredo?

sábado, 2 de marzo de 2024

¡Por si las dudas!

Sobre la acentuación de los monosílabos
 

La semana pasada estuve en casa de unos amigos a los que visitaba con regularidad, y sin que esa fuese mi intención, oí que la profesora Carmen Castillo le hacía una aclaratoria y le daba recomendaciones por vía telefónica a uno de sus alumnos, supongo que lo era.  

Me llamó la atención ese hecho y me agradó la forma en que Carmen le explicaba algunas normas de uso sobre un tema que en muchas oportunidades él comentó en este importante medio de comunicación; además de que lo he explicado en ocasiones en las que me ha correspondido dictar talleres y dirigir otras dinámicas sobre las impropiedades más frecuentes en los medios de comunicación social y en el habla cotidiana.

Carmen es una docente de Castellano y Literatura, con muchos años en esa noble profesión, que maneja con gran facilidad la gramática y ortografía. Cuando coincidimos en su casa materna, ese el tema principal de nuestra conversación, lo cual nos sirve para intercambiar impresiones y mantenernos al día con ese asunto, que tanto a ella como a mí, nos apasionan.

Hago énfasis en que mi amiga lo maneja con mucha sapiencia, pues conozco docentes que no. Aunque su trayectoria como educadores sea larga, tienen graves errores de ortografía elemental, lo cual implica que eso de los tantos años de experiencia que algunos esgrimen para mostrar su orgullo como educadores, no es garantía de que escriban bien y hablen de la mejor manera. Hay unos que ni siquiera saben escribir su nombre y/o apellido.

El tema al que he audido en los párrafos anteriores, y que Carmen se lo explicaba por teléfono a uno de sus educandos, es la acentuación de los monosílabos, de lo que como dije antes, he hablado muchas veces. Es prudente repasarlo de cuando en cuando, con la finalidad y el deseo de disipar las dudas.

Los monosílabos (palabras formadas por una sola sílaba) no llevan tilde por regla general. Sin embargo, quedan excluidos algunos que cumplen doble función dentro de la oración. A ellos se les coloca la llamada tilde diacrítica, para diferenciarlos. Se debe tener presente que fue , fui , vio, dio, ya , nunca llevan tilde.    

Esos casos de tilde diacrítica, que tanto dolor de cabeza les producen a aquellas personas que redactan de manera regular, pues así se lo impone su oficio, son el MI (adjetivo posesivo): «Invité a mi familia» y el MÍ (pronombre personal). ): «El llamado es para mí». Hay otro MI que no lleva tilde, la nota musical: «El mi suena desafinado».

SI debe ser tildado cuando oficie de adverbio de afirmación: «Sí, estoy de acuerdo». También cuando sea pronombre personal: «Tras la caída, volvió en sí rápidamente». No se le colocará cuando cumpla funciones de subordinante condicional: «Si tuviera tiempo la visitaría».

EL llevará tilde cuando sea pronombre personal: «La culpa la tuvo él». No la llevará cuando sea artículo determinativo: «Es el nuevo compañero de trabajo». TU la llevará en caso de pronombre personal: «Tú sabes cuán difícil está la situación». No cuando el caso sea de adjetivo posesivo: «Tu hermano me dio la información».

TE, cuando se desea mencionar a la bebida de infusión: «Hubo una fuerte discusión justamente a la hora del té». Se debe omitir cuando sea pronombre personal: «Te amo María». SE llevará tilde cuando sea del verbo saber o cuando el verbo ser sea imperativo: «Yo solo sé que no sé nada»; «Sé respetuoso por favor». Se omitirá cuando cumpla funciones de pronombre personal: «Se hallaba sola al momento de la tragedia».

DE del verbo: «Que Dios le dé el descanso eterno». DE, preposición: «Hoy iremos a la casa de Fernando».

A la palabra MAS se le colocará tilde cuando sea adverbio de cantidad o comparativo: «Ahora todo es más caro»; «Juan es el más sobresaliente del salón de clases». No en el caso en el que sustituya a pero: «Esperé la carta, mas no llegó». AUN va tildada cuando equivalga a todavía: «El profesor aún está en su cubículo». No en casos en que signifique incluso: «Aun los tontos lo saben».

Antes de 2010, la conjunción disyuntiva «O» se escribía con tilde cuando se encontraba entre dos cifras, para evitar una posible confusión con el cero. «Actualmente este criterio ha sido modificado porque, desde el punto de vista gráfico, los espacios en blanco y la diferencia de forma y altura permiten la distinción (3 o 4, a diferencia de 304). En consecuencia, la referida conjunción se debe escribir siempre sin tilde, aun cuando aparezcan entre cifras o signos».

¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...