Médico de Cabecera y Santo Sanador

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sábado, 23 de julio de 2022

El lenguaje como herramienta básica

 Por


 David Figueroa Díaz

23/07/2022

He experimentado casi todas las facetas de la comunicación social, y en cada una he procurado ser coherente y consecuente con lo que he predicado. En junio de 1982 publiqué mi primer artículo de opinión, que me permitió convertirme en articulista del diario Última Hora, del estado Portuguesa, Venezuela.

En 1991 obtuve el certificado de locutor de estaciones radiodifusoras, expedido por el entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones. En ese medio no tuve mayor figuración, pues solo me desempeñaba de manera eventual, dado que mi oficio principal era el de técnico al servicio de la empresa eléctrica del Estado venezolano. Sin embargo, la radio siempre ha sido una de mis pasiones; pero más como oyente, que como locutor.

En 1994, luego de convencerme de que tenía facilidad para la gramática, me dediqué a escribir una columna sobre las impropiedades más frecuentes en los medios de comunicación, que nació en El Regional, pasó por Última Hora, y luego este medio (periodistas-es.com) me abrió sus puertas para continuar el trabajo de divulgación.

En 2017 obtuve el título de licenciado en Comunicación Social, por la Universidad Católica Cecilio Acosta, de Maracaibo, estado Zulia.

Les cuento todo esto, no por vanidad, sino por expresar mi respeto al oficio y a mi pasión por el buen decir. Todas esas vivencias me han permitido adquirir madurez y convicción de que la herramienta básica de un periodista, de un articulista, de un columnista y de un locutor, es escribir bien y hablar de la mejor manera.

Desafortunadamente, muchos de los que hacen vida en los medios de comunicación no han asumido con responsabilidad el rol que les corresponde desempeñar, y por eso, su escritura y expresión oral son deficientes. Claro está, hay honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

En el caso de los periodistas, siempre he dicho que existen muchos que solo se han conformado con lo que aprendieron en la universidad. Por eso su redacción es poco atractiva y está plagada de vicios que pudieron haber sido erradicados si le hubieron dedicado tiempo a la lectura de libros y manuales que ofrecen formas sencillas para superar los obstáculos.

Eso ha hecho que sean frecuentes el mal uso del gerundio, de los signos de puntuación; la utilización de verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, amén de otros aspectos fundamentales para una escritura medianamente aceptable.

En Caracas hay un periodista que muy bien pudiera llamársele el Rey de las Comillas, pues no desperdicia oportunidad de colocarlas por lo menos tres veces en cada párrafo, generalmente innecesarias. Y no me digan que ese es su estilo, no. Es una falta de conocimiento, ante una situación que se supera fácilmente.

Esas deficiencias están presentes en todas las fuentes del periodismo informativo impreso; pero en la redacción de sucesos son más notorias. Las palabras son siempre las mismas, y las impropiedades también, lo cual denota poco gusto y cero creatividad. A eso se suma el hecho de que se ha arraigado la mala costumbre, en el caso de organismos oficiales, de redactar bajo la imposición de una forma, por demás mediocre, de exaltar la figura del o de los jefes de la fuente, seguramente con el deseo (de los jefes) de ser ascendidos de cargo por su eficiencia.

Por esa razón es frecuente, por lo menos en muchos medios venezolanos, que cuando la policía aprehende a un ciudadano en la comisión de un delito, se diga, por ejemplo, que «ese operativo se realizó por instrucciones del comandante Fulano de Tal». O sea, el comandante Fulano de Tal ya sabía que en el sitio tal y a la hora tal se iba a consumar un hecho delictivo, por lo que, era necesario tomar las previsiones. «¡Eficiencia o nada!».

En el ámbito radiofónico ocurre algo parecido, pues con el surgimiento de las denominadas emisoras comunitarias, se ha desvirtuado la verdadera razón de ser de ese importante medio. Por lo general, los que se hacen llamar locutores, que en realidad no lo son, no tienen la mínima noción de la función que deben cumplir. Ignoran que el verdadero locutor es un educador a distancia, y para tal efecto, debe poseer buena dicción y un cúmulo de conocimientos que le permitan desarrollar cabalmente la noble labor de educar, entretener e informar.

Con la excepción de los que sí han asumido con responsabilidad y profesionalismo su desempeño, otros tantos han hecho que la radio haya perdido su verdadera esencia.


sábado, 16 de julio de 2022

¡Un marcador de tinta deleble, por favor!

Por

 David Figueroa Díaz


16/07/2022

En materia de lenguaje escrito y oral hay una considerable cantidad de personas que de manera regular se preocupan por disipar sus dudas y por adquirir soltura en el manejo del asunto, lo cual es saludable, pues esa es la actitud de todo aquel que en su desempeño deba recurrir a la redacción de textos, pues eso le dará la oportunidad de obtener éxito.

Esa misma inquietud le permitirá, además, distinguirse dentro del grupo, pues el hecho de que alguien sea profesional, no es garantía de que escriba ni que hable bien. Por lo menos en Venezuela es así, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Conozco profesionales que sobresalen en su oficio; pero en cuanto a la elaboración de textos o expresión oral, tienen serias dificultades. Esas deficiencias tienen su origen en la escuela básica, en la que la forma de enseñar el castellano nunca ha sido la más idónea, pues los estudiantes no se preocupan por aprender, sino por memorizar las partes de la oración y una que otra regla en el momento de presentar un examen, y ya. Esas falencias las arrastra hacia la educación secundaria y a la universidad.

Es lamentable que en la universidad la enseñanza del lenguaje escrito y oral sea muy superficial. Más lamentable es aun el hecho de que en la mayoría ya desapareció del pensum de estudios.

Me imagino a un abogado que introduzca un texto ante un tribunal, y que el juez no se lo admita por estar plagado de errores ortográficos, como supuestamente le ocurrió a Herman Escarrá, reputado jurista venezolano.

Quizás lo de Escarrá no haya sido cierto, y que todo se deba a la macabra imaginación de algunos de sus detractores; pero hay muchísimos casos de profesionales con serias limitaciones en nociones elementales de ortografía, y sin embargo, algunos los estiman como excelentes profesionales. ¡Vaya usted a saber la razón!

Paralelos a las personas que se preocupan por escribir y hablar bien, están los «toeros», definidos estos como los que presumen de saber de todo; pero que ni en la superficie ni en el fondo saben nada. Con esa clase de personas he tropezado en muchas ocasiones, y ha habido polémicas, como me ocurrió recientemente cuando salí a comprar un marcador cuya tinta es borrable, para lo cual pedía que me vendieran uno de tinta deleble, que es lo mismo.

Todas las veces que lo solicité, varios «toeros» me corrigieron con la advertencia de que no es deleble, sino «marcador acrílico», lo cual me dio pie para publicar este comentario con la intención de aclarar lo de borrable y deleble, que por lo que puede observar, muchos no lo tienen muy claro. ¡Hacia allá voy!

Corrientemente, al marcador en cuestión se le llama acrílico, y no estoy seguro de que esa sea una denominación apropiada, pues si se revisa el DLE, podrá encontrarse que acrílico es un adjetivo que se le aplica a algo hecho de «una fibra o de un material plástico: que se obtiene por polimerización del ácido acrílico o de sus derivados. Es además objeto o producto hecho con material acrílico». El entrecomillado es ex profeso, para indicar que así lo tomé de la versión electrónica del registro lexical de la docta institución.

Ahora bien, mis conocimientos de química, que no van más allá de los que recibí en el bachillerato, me animan a asegurar que, en cuanto al marcador, este no es acrílico, sino la pizarra, pizarrón o tablero, como también se le conoce en otros países de América.

De cualquier modo, dejo abierta la posibilidad de que cualquier persona con conocimientos en procesos de elaboración de productos con ese material, pueda sacarme de la duda. Se exceptúan los «toeros».

Pero sea acrílico o no, no tengo la menor duda de que es un marcador de tinta borrable o simplemente deleble, que es el antónimo de indeleble. El desconocimiento del significado de deleble e indeleble, es lo que ha hecho que muchos no sepan solicitarlos, y en reiteradas ocasiones les hayan vendido el que no es.

Un verso de la canción «Estrellitas y duendes», de mi admirado maestro Juan Luis Guerra, podría serles muy útil para saber diferenciar lo imborrable y lo borrable (deleble), sin necesidad de pretender desempeñar el detestable oficio de «toero».


sábado, 9 de julio de 2022

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

David Figueroa Díaz

09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

¿Con mayúscula o minúscula?

Por

 David Figueroa Díaz

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09/07/2022

En los días más recientes he intervenido en tertulias en las que la conversación ha girado en torno de las impropiedades lingüísticas, sobre todo aquellas que son frecuentes en los medios de comunicación, especialmente en las denominadas redes sociales.

He tenido ocasión de compartir con personas a las que les apasiona el tema, y en razón de lo cual, siempre se preocupan por disipar sus dudas, pues además de gustarles, la escritura es su herramienta básica de trabajo.

Las veces que he podido, he hecho un balance sobre la amplia gama de las situaciones viciadas, sus causas, consecuencias, además de que he mostrado ejemplos prácticos con los que, si se les presta la debida atención, pudieran ser utilísimos para adquirir madurez en el asunto y evitar esos casos que ajan y envilecen el lenguaje escrito y oral.

En la lista figuran falta de tilde, colocación inadecuada de ese y otros signos de puntuación; uso inadecuado del gerundio, verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, falta de sintaxis, así como el desconocimiento del uso de mayúsculas y minúsculas.

He perdido la cuenta de las veces que me he referido a cada uno de ellos, pues ha sido necesario volver a abordarlos en infinidad de ocasiones, en función de satisfacer inquietudes de personas que de manera regular y por demás amigable, solicitan que se les aclaren sus dudas.

Hoy, una vez más, hablaré de las mayúsculas y minúsculas, y para tal efecto mostraré algunos ejemplos tomados del día a día, complementados con otros de autores que muestran formas sencillas para la captación del mensaje. El mal empleo de mayúsculas y minúsculas estriba en el hecho de usarlas cuando no se debe, y omitirlas cuando sí son necesarias.

Se debe usar mayúscula al comienzo de un escrito; de igual forma en la palabra que va después de punto, bien sea aparte o seguido; en la que sigue a un signo de interrogación o de exclamación, siempre que no estén seguidos de coma, punto y coma o dos puntos, como por ejemplo: «¡Qué sorprendente! Nunca se me hubiera ocurrido»; «¡Qué sorprendente!, nunca se me hubiera ocurrido». La palabra que va después de dos puntos, cuando encabeza una carta o una cita textual, debe llevar inicial mayúscula: «Estimado amigo: Te escribo para recordarte…»; «El Libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».


sábado, 2 de julio de 2022

¡Cuidado con la «de»!

 Por

 David Figueroa Díaz

02/07/2022

Siempre trato de tomar previsiones para que al momento de redactar y de enviar mi artículo semanal no haya problemas; pero por más que lo intento, de cuando en cuando hay algo que lo impide, tal como sucedió el sábado pasado, cuando por razones ajenas a mi voluntad, una vez más estuve ausente. Con un sistema eléctrico inestable, que tiende a deteriorarse aun más, y con un servicio de Internet por demás deficiente, son muchas las calamidades que se padecen.

Pido disculpas al cuerpo redaccional de este importante medio de comunicación y a las personas que de manera regular siguen este trabajo de divulgación periodística. Mi intención es no fallar, y en virtud de ello busco la forma de superar los obstáculos; pero sin electricidad e Internet, es muy poco lo que se puede hacer, pues todo gira en torno de esos dos elementos, indispensables en el día a día.

Hoy vuelvo sobre un tema que lo he tratado en varias ocasiones, y aunque en todas he procurado dar explicaciones prácticas y sencillas, siempre quedan dudas. La finalidad de estos artículos, para quienes aún lo digieren, es contribuir con un mejor uso de la expresión escrita y oral, en función de que los redactores y todas aquellas personas cuya ocupación habitual es la escritura, puedan apercibirse de lo necesario para manejar el asunto con relativa facilidad. Lo de la relativa facilidad no lo digo por arrogancia, sino porque nunca se alcanza un manejo absoluto.

La preposición «de» se ha convertido en una fuente inagotable de impropiedades, en las que incurren muchas personas, incluidas algunas a las que sería impensable tacharles una «pifia» por desconocimiento. Hay quienes aparentan estar muy preocupados por mejorar su escritura y su forma de expresarse oralmente, y de manera regular consultan diccionarios y otros textos, lo cual es plausible; pero lo hacen de manera muy superficial, y eso, a la larga se les convierte en un problema.

Muchas de esas personas creen que la preposición «de» solo puede significar el material de que están hechas las cosas, y por eso se asombran, se escandalizan y se horrorizan cuando el común de los mortales dice que en la tienda tal venden «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda» y «cocinas de gas», por ejemplo. La reina de esas expresiones es, sin dudas, el vaso de agua, a la que, sin el conocimiento necesario, muchos sabidillos del idioma español y de otras disciplinas han tildado de impropia.

Los que cuestionan la mencionada frase ignoran que no es lo mismo un vaso de agua que un vaso con agua. Un vaso de agua es la cantidad exacta de agua que cabe en un vaso, mientras que un vaso con agua es cualquier cantidad, desde una gota hasta llenar el recipiente.

Si eso no fuese así, tampoco deberían existir un reloj de pared, una jarra de cerveza, un gancho de ropa, una caja de sorpresas, guerra de las galaxias, jabón de tocador, avión de combate, colegio de periodistas, academia de la lengua, estación de ferrocarril, equipo de fútbol, ventilador de techo, escuela de policías, sala de parto, buzón de sugerencias, etc.

Los ejemplos mostrados son expresiones adecuadas en las que se percibe claramente que la actuación de la preposición «de» no indica el material con que están construidas las cosas, sino contenido, modo de funcionamiento, esencia y otros aspectos cuyo contexto legitima su uso. Si existen las anteriores, también podrá haber «motores de gasolina», «asperjadoras de espalda», «cocinas de gas y «planchas de vapor», entre otras.

Lo cumbre del caso de los enemigos del vaso de agua y de otras expresiones análogas, es que cuando se les pide que argumenten su parecer, solo se limitan a decir que los vasos no están hechos de agua, lo cual evidencia dos cosas: prepotencia e ignorancia. Les gusta hablar de lo que no saben, y no desprecian oportunidad para exhibir sus supuestos conocimientos y sabiduría, amén de que siempre andan tachando errores en donde no los hay, sin darse cuenta, por supuesto, de que los equivocados son ellos.

Les recomiendo (a ellos) leer el caso de las preposiciones, con énfasis en la «de», que aparece en la página 48 de la veinticuatro edición del «Curso de Redacción», de G. Vivaldi, con la que podrán apercibirse de elementos que les darán solidez para no hacer el ridículo cada vez que pretendan dictar cátedra en gramática


sábado, 11 de junio de 2022

¡No aplican, se aplican!

 

Por

 David Figueroa Díaz


11/06/2022

La semana pasada, tal como me ha ocurrido en varias ocasiones, no pude escribir ni enviar el acostumbrado artículo de los sábados; mucho menos excusarme por la ausencia. La inestabilidad en el fluido eléctrico, que por supuesto, por lo menos en el lugar en el que habito, que afecta a la Internet, fue la causa, aunada a otros factores relacionados con mi ocupación de diarista. Por esa razón pido disculpas al cuerpo editor de este importante medio de comunicación y a las personas que día a día siguen este trabajo de divulgación periodística. 

He perdido la cuenta de las veces que he abordado el tema del uso de algunos verbos con significado diferente del que registran los diccionarios, y sin dudas, el más sobresaliente es aplicar, en torno del cual se ha tejido una red de situaciones viciadas que se han vuelto casi indesarraigables.

Antes de entrar en materia acuso recibo de sendas misivas de parte de Luis Colina y de Emilio Páez, en las que ambos emiten comentarios elogiosos y estimulantes sobre mi trabajo de comentar casos de impropiedades lingüísticas, sobre todo de los medios de comunicación social. Con Luis y Emilio me une una amistad de vieja data, que me sirvió y me sirve para, entre otras cosas, adquirir conocimientos del tema lingüístico, pues los dos manejan con relativa facilidad la expresión escrita. ¡Gracias, queridos amigos!

A raíz del surgimiento en Venezuela, del Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, se puso de moda el uso del verbo aplicar con sentido diferente del que tiene. El referido plan es o era una política gubernamental, de darles la posibilidad a los bachilleres de cursar estudios universitarios en el exterior, especialmente en Estados Unidos. Eso hizo que más temprano que tarde, applications y applicants se convirtieran en aplicaciones y en aplicantes, respectivamente.

Esa situación dio origen a frases como: «Fulano de tal va a aplicar a varias universidades»; «Las aplicaciones deberán ser enviadas antes de que finalice el mes»; «Yo voy a aplicar a la Universidad de Yale», etc. Sin dudas, es una influencia del inglés, favorecida por el parecido gráfico y fonético de applications y applicant con aplicar, que en español tiene otro significado.

Alguien pudiera decir que se trata de una innovación lingüística, lo cual no es cierto, pues es simple y llanamente un calco del inglés, con cierta dosis de pitiyanquismo, definido este último término como «imitación torpe y servil del idioma y las costumbres estadounidenses», a lo que el insigne venezolano Mario Briceño Iragorry cuestionó acremente, pero con elegancia.  

Aplicar, para los que la lengua materna es el español, tiene varios significados: «Poner una cosa sobre otra o en contacto de otra»; «Emplear alguna cosa, o los principios que le son propios, para conseguir un determinado fin»; «Referir a un caso particular lo que se ha dicho en general, o a un individuo lo que se ha dicho de otro»; «Atribuir o imputar a uno algún hecho o dicho»; «Destinar, apropiar, adjudicar», etc. 

Como habrán podido notar, por ningún lado nuestro verbo aplicar tiene parentesco semántico con solicitud, solicitante, petición, peticionario, demanda, demandante. Es simplemente un vicio que se arraigó y que será muy difícil desterrar; pero nunca estará demás decir algo al respecto, con el deseo de que aquellos que tienen la escritura como herramienta básica de trabajo, puedan adquirir madurez y deshacerse de esa impropiedad. La  amplia gama la conforman locutores, periodistas, educadores, publicistas y otros profesionales.

Pero quizás la reina de las expresiones en las que aparece aplicar como calco del inglés, es aquella que señala que «ciertas condiciones aplican». 

En el ámbito publicitario es frecuente que muchas firmas comerciales, para promover bienes o servicios, en los que hay algunas condiciones y privilegios, apelen a la malhadada frase. Se entiende perfectamente que la intención es señalar que para recibir ciertos y determinados beneficios, tendrán que cumplir con algunos requisitos; pero no es la forma adecuada. Aplicar es un verbo transitivo que se utiliza con un complemento directo.

Estos ejemplos extraídos de una publicación de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) podrán aclarar el panorama: «Antes de llegar al color, aplica una base transparente»; «Dijo que la República Dominicana aplica una política contra las drogas…»; «Debes aplicarte o no podrás terminar esa tarea»; «La ley no se aplica con carácter retroactivo». 
En todo caso podrá decirse que ciertas «condiciones se aplican», «hay condiciones», «existen condiciones», u otra forma parecida, y asunto arreglado.

domingo, 27 de marzo de 2022

Unas impropiedades gramaticales frecuentes


Por

 David Figueroa Díaz

26/03/2022


La semana pasada no tuve el tiempo suficiente para redactar y menos aun enviar el acostumbrado comentario de los sábados, que como es sabido, está dedicado a asuntos relacionados con el lenguaje escrito y oral, siempre bajo la óptica de un aficionado del buen decir. Una vez más pido disculpas por la ausencia.

Trataré de tomar las previsiones, aunque con la inestabilidad del sistema eléctrico de Venezuela, se dificultan muchas cosas, pues las interrupciones por fallas, cortes programados o las constantes fluctuaciones de voltaje, que son las más dañinas, afectan las comunicaciones, y por supuesto, a la Internet; pero siempre habrá tiempo para continuar con mis aportes a los lectores de este prestigioso medio informativo digital.

Las entregas anteriores estuvieron relacionadas con la forma maquinal con la que muchos diaristas, sobre todo los que laboran para medios informativos fuera de la capital de la República de Venezuela, con contadas excepciones, redactan sus notas.

Siempre utilizan las mismas palabras, además de que las impropiedades son igualmente proporcionales. No hice ni hago señalamientos concretos, pues la intención no es polemizar, sino arrojar luces en virtud de que las personas cuya herramienta básica de trabajo es la redacción de textos, puedan aclarar sus dudas y adquirir madurez para desempeñarse medianamente aceptable.

Y cuando digo mediamente aceptable, no lo hago por petulancia, sino por el hecho de que, por más conocimientos que se tengan, bien sean elementales, medios o avanzados, siempre habrá algo que por cualquier razón generará inquietud, que de no ser disipada, podría conducir a despropósitos. Para evitar eso, es fundamental tener presente que se escribe para un gran auditorio en el que hay diferentes niveles de conocimiento, además, todo lo que se escriba o se diga en algún medio de difusión, mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario de los usuarios, con extensión hacia el habla cotidiana. Es preferible que la tendencia sea hacia lo positivo.

Les he dicho que en los actuales momentos produzco y conduzco un programa de radio, cuya sinopsis es la combinación de la información con la música llanera, acorde con el estilo de la emisora Faenas 94,3 FM, que se caracteriza por exaltar las producciones musicales auténticamente venezolanas, en especial las del llano, de la que es autóctono el joropo en todas sus expresiones.

Para lo informativo abro los portales, en primer lugar para informarme de lo que ocurre en el mundo, y en segundo, seleccionar las notas y readaptarlas al ámbito en el que serán difundidas, respetando la fuente. Me ha inquietado la gran cantidad de impropiedades, y es precisamente lo que ha motivado los dos artículos anteriores y el de hoy. He tenido el cuidado de señalar que estas observaciones no tienen destinatarios directos, aunque muchas agencias y redactores pudieran aparecer retratados en las mismas.

La entrega de hoy podía estimarse como la continuación de las dos anteriores, pues en las tres el enfoque ha sido el mismo, y están orientadas fundamentalmente hacia la redacción periodística, y publicitaria, en algunos casos.

Se ha impuesto el uso de la coma entre el sujeto y predicado, y por eso es frecuente leer frases como: «Los niños menores de diez años, serán vacunados la semana entrante».

También abunda el queísmo, que consiste en omitir la preposición de cuando es necesaria, y por eso se lee: «Me alegro que te hayan dado el cargo». Se debe tener presente que alegrarse exige un complemento encabezado por la nombrada preposición, complementado por la partícula que: «Me alegro de que te hayan dado el cargo».

Las palabras con determinantes que empiezan por a tónica, también son frecuentes: la águila, la aula, la hacha. Debe colocárseles el artículo masculino para evitar la cacofonía que produce la concurrencia de las dos aes: el águila, el aula y el hacha, aunque seguirán siendo sustantivos femeninos. Algo parecido ocurre con la palabra azúcar, a la que algunas personas le dan un trato masculino, y por eso se ve y se oye: «azúcar blanco», azúcar moreno», «azúcar refinado», etc.

Para cerrar este escrito, es prudente recalcar que debe decirse «viniste», modo indicativo, segunda persona de singular del pretérito. Veniste no existe, por lo que no se debe emplear para expresar un pasado. Tampoco debe decirse vinistes, con S al final. También son errores las formas «fuistes», «comistes», «vinistes», «dijistes», etc.

Los ejemplos citados son, grosso modo, parte de los casos más frecuentes de impropiedades gramaticales, que deben evitarse en aras de hacer un buen uso del lenguaje que se emplea, y de ese modo cumplir la obligación moral de educar, entretener e informar.



 



 


domingo, 13 de marzo de 2022

No es nada personal!


Por

 David Figueroa Díaz

12/03/2022


La semana pasada mi acostumbrado comentario en este importante medio de comunicación estuvo dedicado a la mala costumbre de algunos redactores de sucesos, sobre todo venezolanos, que utilizan siempre las mismas palabras y por lo general incurren en impropiedades de manera muy frecuente, pues no se han persuadido de la importancia de su rol ante la sociedad.

Siempre he dicho que para redactar medianamente aceptable, no es necesario poseer grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos. Solo basta aplicar los conocimientos elementales que se adquirieron en la educación primaria, en la secundaria, que se refuerzan en la universidad. Lo indispensable es escribir con claridad, sencillez, con conocimientos del tema del que se habla, sin errores de ninguna índole, con base en el hecho de que los medios de comunicación fueron creados para educar, entretener e informar.

Para lograr esos tres propósitos, el comunicador social debe leer de manera regular, estar actualizado y convencerse de que su función es la de un gran educador a distancia, a quien no le estaría permitido los errores ortográficos. Pero lamentablemente, los periodistas, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, solo se han conformado con lo que recibieron en las tres etapas de la educación.

Eso de no tener faltas de ortografía no es una exageración ni menos aun una utopía, pues cualquiera que se lo proponga puede lograrlo. Nunca faltarán los casos en los que por descuido u otra causa se incurra en omisión; pero de allí a un error ortográfico, hay un abismo.

A mí me ocurre con mucha frecuencia en este trabajo de divulgación periodística. Por lo general redacto contra el reloj, motivado por mis ocupaciones habituales, que me limitan el tiempo para escribir y revisar minuciosamente el texto que será enviado para su publicación. Y no es que quiera justificarlos, sino que por más esfuerzo que hago, una que otra vez se cuela un gazapo.

Aunque a muchos les parezca una exageración, ningún profesional universitario, especialmente comunicadores sociales, educadores, abogados y médicos, debe tener errores ortográficos, pues de lo contrario su desempeño estaría limitado por una serie de factores que le impedirían cumplir con éxito el cometido. Hay educadores, abogados, ingenieros y médicos que son muy competentes; pero a la hora de redactar un simple texto, se desvanece esa figura que de buenas a primeras los muestra como muy capaces. Hay, inclusive, muchos que ni siquiera saben escribir sus nombres y apellidos, sin embargo se los cataloga como excelentes, ¡vaya usted a saber por qué!

No puede haber excelencia en un periodista que no sepa distinguir entre iniciar y comenzar; en un educador que tenga dificultad para conocer las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas); en un abogado que no tenga nociones elementales sobre el uso de la coma y de otros signos de puntuación; en un médico que su escritura esté plagada de incoherencias y por falta de sintaxis.

Me imagino el caso de un abogado con las debilidades antes descritas, que tenga que elaborar un texto para presentarlo ante un juzgado. Supongo que el éxito de su propósito no estaría asegurado, porque un juez con medianos conocimientos gramaticales, inmediatamente lo rechazaría por inconsistente e incoherente.

Hace varios años circuló en las redes sociales un texto supuestamente elaborado por el connotado abogado venezolano Hermán Escarrá, a quienes muchos estiman como excelente jurista. El aludido escrito estaba plagado de errores de todo tipo, en virtud de lo cual, el juez lo rechazó ipso facto, según tengo entendido. Es posible que haya sido un montaje para desprestigiar a Escarrá; pero creo que por ese motivo (los errores), muchos juristas han fallado en el intento de encontrar el éxito.

Debo aclarar que no soy catedrático de la lengua ni pretendo serlo, dado que para hacer lo que me gusta, no es necesario ser individuo de número de la RAE. Las críticas a los periodistas, especialmente los que cubren la fuente de sucesos en los medios de comunicación de Venezuela, no tienen destinatarios directos, y cada quien podrá forjarse un criterio del asunto. Las he formulado y las formulo de manera muy respetuosa, aunque con contundencia, en virtud de llamar la atención sobre la importancia y provecho que comporta el buen uso del lenguaje que se emplea, nada más.

¡No hay más que insistir!

Por   David Figueroa Díaz     16/08/2025 Luego de cuatro sábados ausente, hoy retomo este trabajo de divulgación periodística, destinado a a...