Por
David Figueroa Díaz
08/11/2025
Es agradable saber que a la par de las impropiedades idiomáticas frecuentes en los medios de comunicación (especialmente redes) y en el habla cotidiana, existe en las personas que se dedican a escribir, un marcado interés por deshacerse de las dudas y adquirir soltura para hacerlo bien.
Eso es plausible, además de que es indicativo de que el trabajo de quienes se dedican a comentar sobre temas gramaticales y lingüísticos no ha sido en vano.
Pero hay algo que se debe tomar en cuenta, y es que cuando ese interés surge del desconocimiento, es riesgoso, dado que el resultado pudiera ser más perjudicial que bueno.
Por lo general, siempre me refiero a situaciones en las que los protagonistas son periodistas, locutores, educadores y otros profesionales cuya herramienta básica de trabajo es el lenguaje escrito y el oral, no porque tenga una fijación en ellos, sino porque como profesionales universitarios están obligados moralmente a ser ejemplos del buen decir.
He sido insistente en ese punto, dado que es inconcebible que tengan una ortografía peor que la de un niño de cuarto grado de educación primaria.
Conozco dos abogadas a las que por supuesto les encanta que las llamen doctoras. Una de ellas es docente en una universidad pública de Venezuela. No ha habido formas de hacerla entender la importancia de escribir bien y hablar de mejor manera.
Afortunadamente, ella no litiga, pues de hacerlo tendría muy pocas posibilidades de ganar un caso, ya que los horrores en su escritura serían suficientes para que cualquier juez no le admita un escrito, nada más por eso. Se dice, no me consta, que al afamado jurista venezolano Herman Escarrá, el TSJ (Tribunal Supremo de Justicia) le rechazó un texto por estar plagado de errores ortográficos.
Hay educadores, abogados, médicos, ingenieros, periodistas y otros profesionales que a lo mejor son muy brillantes en sus oficios; pero padecen de una pobreza léxica y una expresión oral que fluctúa entre lo ridículo y lo absurdo. A esos les encanta «dictar cátedra» en redes sociales.
Y cuando digo que a pesar de la multiplicidad de errores en las redes sociales, reitero, hay gente que se preocupa por deshacerse de esos errores que ajan y envilecen la escritura y la expresión oral.
Casi a diario aparecen publicaciones con la intención de contribuir con la disipación de las dudas; pero se debe tener cuidado, toda vez que no todo lo que se publica podrá ser considerado válido.
En los días más recientes ha estado circulando un vídeo en el que aparece un ciudadano que asegura que las expresiones «subir para arriba», «bajar para abajo» y otras parecidas son válidas, son correctas o algo así. A cada rato me llega por vía de WhatsApp, y por eso hoy quiero mostrar mi parecer sobre ese caso que ha causado una especie de revuelo.
No dudo que el audido personaje conozca la materia; pero no da una explicación convincente, además de insinuar que la Real Academia Española las autorizó. Eso me da pie para decir una vez más que la docta institución no es un tribunal para decidir cuál palabra o frase se puede utilizar y cuál no.
Su función es meramente de registro, pues si en materia de uso de vocablos fuese necesario designar una autoridad, ese honor le correspondería al pueblo hablante, que por necesidad expresiva las crea. Ahora, ¿son válidas esas expresiones? ¡Depende de la intención de quien las use!
Son una demostración de un lenguaje muy bajo, que alguien que se precie de escribir y hablar bien debería evitar, a menos que con ellas quiera causar un efecto.
Igual ocurre con la palabra «haiga», de la que muchos aseguran que la RAE la aceptó, con lo cual tienen licencia para usarla. Eso no es cierto, dado que solo ha admitido que en ciertos y determinados estratos de territorios de habla hispana muchos dicen «haiga» de vez de haya, «sube para arriba», en vez de sube; «baja para abajo», en lugar baja; pero de allí a que se haya emitido una orden, un decreto o algo parecido para que tomen el puesto que les corresponden a otras, hay un abismo.
Eso ocurre porque hay personas a las que les gusta hablar en nombre de la Real Academia Española; se autoerigen en catedráticos, aun cuando no tengan la noción mínima de la función de esa corporación.
No sé si el protagonista del video que dio pie a este artículo es lingüista, catedrático o miembro de alguna institución relacionada con el tema; pero lo cierto es que hizo que aumentaran las dudas. Decir «sube para arriba», equivale a decir «el papá suyo de usted». Para evitar complicaciones, les recomiendo que suban o bajen, nada más.

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