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martes, 5 de junio de 2018

¡GÉNERO TIENEN LAS PALABRAS!


     Estimo que por la fuerza de la costumbre y por otros factores que  desconozco y de los que no estoy facultado ni instruido para exponer, en infinidades de veces se incurre siempre en las mismas impropiedades a la hora de hablar o de escribir, a pesar de que existen muchas formas de evitarlas. Conozco el caso de personas que, aun cuando ejercen y han ejercido la Comunicación Social,  reiteradamente cometen los mismos errores. En una ocasión le hice una observación a un locutor que por largo tiempo se desempeñó como redactor y reportero de un espacio noticioso de una importante emisora del estado Portuguesa, respecto  del uso reiterativo de asta por hasta. Su respuesta no se hizo esperar, y con intención de mostrar su “erudición” y de sentar cátedra  en el ámbito lingüístico, me restregó que ese uso es correcto, pues “así está en la Ortografía de la Real Academia Española”.
Realmente no lo creo, y me sorprendió el argumento, dado que es impensable que la docta institución haya incurrido en el desliz de no saber que asta  alude al palo en que se cuelga la bandera, al cuerno de un animal o a una lanza, y que hasta es una preposición que indica, entre otras cosas, el término de algo: “Hoy se izará la bandera a media asta”; y “Estaré aquí hasta mañana”. Otro caso en el que existen muchas fallas es en el uso de la palabra género, que la mayoría confunde con sexo, y por eso, una vez más vuelvo sobre el él, con la intención de disipar las dudas de infinidades de lectores y redactores que aún no tienen claro el asunto.


     He perdido, o mejor dicho, no llevo la cuenta de las veces que he hablado  de la confusión generalizada en cuanto a género y sexo. En las altas esferas del saber y en otros espacios  se ha vuelto un vicio casi indesarraigable el uso de género como si fuese sinónimo de sexo. De hecho, en Venezuela existe un instrumento jurídico denominado algo así como Ley contra la Violencia de Género, destinado a consagrar los deberes y derechos de las féminas y establecer las sanciones por las agresiones de las que estas pudieran ser víctimas. Desde el punto de vista semántico, dicha ley contiene una impropiedad que vale la pena conocer y enmendar, en virtud de llamar las cosas por su nombre. Debería ser contra la violencia de sexo, y ya sabrán por qué.

    Por definición, genero es “el conjunto de personas o cosas que tienen características comunes: el género humano”. También es “la manera de ser de una cosa que la hace distinta de otras de la misma clase: “Ese género de vida no es para mí”. Si se atiende a la primera definición, el nombre de la citada ley no tendría sentido, pues por ser de género, debería comportar los deberes y derechos de hombres y mujeres; pero sin dudas fue ideada para ellas, y a ellas “ni con el pétalo de una rosa”. Existen otras que por ahora no voy a mencionar.

     En ninguna de las dos acepciones no aparece un atisbo que pudiera relacionar género con sexo. Quizás en otros idiomas ambos vocablos sean sinónimos; pero en español no, pues género es una cosa, y sexo, otra. Género tienen las palabras y las cosas inanimadas, en tanto que sexo es una categoría biológica que determina si un ser vivo es macho o es hembra.

     Existen personas que, aun sabiendo que sexo es una categoría biológica, prefieren hablar de género, y allí el dilema. Se eximen por el temor de que alguien pueda llamarles la atención y recordarles que se debe emplear género en lugar de sexo en el contexto en el que sea necesario aludir a la violencia y a las agresiones contra las damas.

     El temor tiene su asidero en el hecho de que sexo se emplea generalmente para mencionar el acto sexual, amén de que el mencionado término posee una fuerte carga expresiva que puede interpretarse de diversas maneras, máxime en un país en donde la picardía, la ironía y el buen humor son rasgos sobresalientes. De hecho, en los formularios de datos personales, bien en entidades públicas o privadas, aparece sexo y no género. ¿O no?

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